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Música para camaleones

La música de la televisión sigue sonando a buen ritmo. Hace pocos días el conseller en cap, Artur Mas, llegó a admitir ante los estudiantes de la Universidad Ramon Llull que tanto el Gobierno de la Generalitat como Convergència i Unió (CiU) presionan en TV-3 y Catalunya Ràdio, si bien reconoció que nadie está libre de pecado y que todas las encuestas avalan estos medios como los más objetivos del país. Tal nivel de confesión del uso partidista puede parecer una boutade políticamente incorrecta o una legitimación de la manipulación informativa. En todo caso supone un embarazo para el director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión, Vicenç Villatoro, a quien Mas nombró a dedo tras la defenestración de Miquel Puig, obligado un día sí y otro también a señalar que los medios catalanes son un activo del país y no del Gobierno.

Casi al mismo tiempo, el director general de RTVE, José Antonio Sánchez , rebatía cualquier asomo de manipulación de la televisión pública, aunque admitía a renglón seguido que tanto él como el director de informativos son esforzados paladines, "asalariados que están por hacer lo que dicen los de arriba". En fin, abundan en las últimas semanas las noticias sobre el capricho italiano del cavaliere Berlusconi y su ordinaria dedocracia en relación con los medios propios, el imperio Mediaset, y con los ajenos, ocupando militarmente la primera cadena de la RAI, concediendo la segunda a la Liga Norte y a los posfascistas y exigiendo la cabeza de los periodistas que introducían sombra en tanta luz de justicia. Un pasteleo que en realidad huele a heces aunque estén fermentadas con gorgonzola. En definitiva, una auténtica gala musical con protagonismos y presiones políticas para una ventana aérea que ha dejado la independencia y el concepto de servicio público en la casa de empeños.

No quiero meterme con el talante de los directores solistas de este concierto ni buscar deméritos a su perfil partidista. Allá cada cual con sus compromisos políticos o sus penitencias. En todo cargo electo impera el mandamiento de la obediencia, aunque no todos sean apparatchicks. Lo que realmente mueve a engaño es la potestad de los gobiernos para destituir a un gestor y poner a otro en aras de un consenso que el propio Gobierno se encarga de maquillar. Mas y Villatoro tienen razón en que la seva es la más objetiva posible. Sólo hace falta encaminarse a la meseta para descubrir la cadena pública más casposa y espitifláutica de toda Europa, con directores nombrados a dedo y por motorista, que se marchan satisfechos y con el deber cumplido cuando son despedidos por el patrón de La Moncloa. Y en aras de la objetividad, dejar tranquilo al pobre Francino y saludar la segunda edición del telediario nacional dirigido por ese chico con gafas, Alfredo Urdaci, que ejerce las funciones ora de presentador, ora de siervo de la gleba, para en su infinita mansedumbre sacar siempre el IPC favorable, las huelgas fallidas, Aznar presidiendo algo y Arenas pidiendo seriedad a los socialistas que están siempre a la greña, antes de dar paso a la crónica de sucesos más reaccionaria de todo el historial televisivo (a la Miró la habrían lapidado por mucho menos, pero como los tiempos no están para quejas, zapatero a tus zapatos).

El licenciado José Antonio Sánchez está en su derecho de entonar el estribillo de la objetividad de TVE. Puede incluso cantar misa. Pero el nivel de intoxicación y manipulación de los telediarios es de tal calibre que hasta sus propios trabajadores -véanse los comunicados de TVE en Cataluña o de TVE en Galicia- se ponen en guardia ante las censuras y los apagones informativos. La credibilidad de los informativos de Televisión Española está bajo mínimos desde la huelga general, pasando por el Prestige, la jacquerie de los actores durante los Premios Goya y la cobertura del conflicto de Irak. En TVE "la información es lo primero", pero en cada uno de estos chapapotes los informativos han llegado siempre tarde y con la necesidad de desplegar a un ministro -da igual si es candidato al exilio gallego, portavoz del tarareo o recitador de Shakespeare en posición de firmes- para coordinar iniciativas en relación con la crisis y de paso minimizar el abismo bajo sus propios pies. Es tanta la buena disposición de TVE que Aznar eligió Antena 3 para decirlo mismo sobre Irak, sabedor de la afinidad clónica entre Alfredo Urdaci y Ernesto Sáenz de Buruaga y firmemente convencido de que cuando el patrón apela a la responsabilidad, los vasallos difícilmente pueden llevarle la contraria.

A pesar de tanto tam-tam no es difícil constatar una creciente sensación de rechazo hacia una cadena de televisión manifiestamente incapaz de recuperar el servicio público para el que fue designada (tanto en la esfera de los informativos como en el entretenimiento zafio y las luci di varietà de Moreno, Parada, García, Lozano y todas las pitonas de encaje que pululan por los platós componiendo la fauna más espitifláutica y la parrilla más lamentable de todas las televisiones europeas). No es un asunto solamente de la oposición, más bien cauta tal vez porque en su momento también hizo de las suyas, sino de la gente de la calle, de ese vulgum pecus cada vez más abochornado ante tanta marea negra y espíritu genuflexivo.

Recientemente, Luis Blasco daba una conferencia en el Club Siglo XXI bajo el titulo El vértigo de la televisión: oportunidades y amenazas, donde entre otras cosas solicitaba un foro de debate entre los medios para limitar "los excesos que hoy se producen en los contenidos audiovisuales: violencia, deterioro del lenguaje, pérdida de valores morales...".

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El tal Blasco es presidente de Antena 3 , la cadena de La batidora, El gran test del amor, Hay una carta para ti, de Isabel Gemio; Sabor a ti, de la escritora-novelista Ana Rosa Quintana, y en fechas recientes, La parodia nacional o Menudas estrellas con el Osborne de jamones Navidul. Es también el presidente de una cadena que ha registrado pérdidas millonarias y en la que nadie, ni siquiera Telefónica, quiere ejercer de sepulturero.

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