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Columna
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En medio de ninguna parte (más)

Resulta cada vez más notorio, o como decía el otro, más notario, que después de mucho viajar, el lehendakari se encuentra en medio de ninguna parte. Emprendió la marcha hacia el futuro ilusionante con un plan imaginativo debajo del brazo, pero más le hubiera valido llevarse un plano porque ha caído en un laberinto. Ibarretxe vende su Plan, como la única forma de alcanzar la paz en la medida en que, al colmar las aspiraciones máximas del nacionalismo, dejaría a los radicales sin argumentos. Y quien dice a los radicales dice a su mando a distancia, o sea ETA. Pero ETA ya le advirtió de que puestos a buscarse un plan prefería otro, postura que refrendó el otro día con mayor contundencia si cabe: el Plan sería un fraude que apostaría por la guerra, lo que traducido al cristiano quiere decir que ETA se siente legitimada para seguir matando, que es la forma como entiende que otros quieren una guerra en la que sólo ella anda metida.

Resulta más que notario que a Ibarretxe no sólo le falla el plan a futuro sino que tiene bastantes dificultades para justificar sus actuaciones a corto, o sea por detrás. No hace falta levantar acta notarial para saber que se anda negando con los suyos a presentar mociones de censura en los ayuntamientos gobernados por SA (ex Batasuna, ex EH, ex HB). Asegura estar así respetando los modos democráticos que quieren que sea alcalde un representante de la fuerza más votada, cuando, en realidad, no está haciendo sino encubrir su deseo de no incomodar a los SA (ex EH, etc.) en vísperas de una elecciones que le podrían deparar el regalo inesperado -¿sí?- de sus votos habida cuenta de que igual no pueden -qué pena- presentarse a las mismas, según afirman muchos tribuletes poco sospechosos de pertenecer a la Brunete mediática.

Resulta, pues, notorio, notario y notable, que el lehendakari Ibarretxe anda ensimismado, que es la forma y manera de estar, de facto y de hecho, en el propio ombligo. Con un plan que no puede lograr la paz en la que dice inspirarse y a la que tiene por meta, con una postura municipal que se aliena al constitucionalismo sólo para llenarse las alforjas que le permitan imponer su inútil Plan, Ibarretxe se halla en medio de ninguna parte que no sea la suya, o sea en ninguna más. Y lo peor de todo es que se ha encontrado allí con el doctor Livingstone, ¿supongo?

Egibar ha salido de la selva o congelador donde lo mantenían para que no se pringase con los sucesos de su pueblo, Andoain, y lo primero que ha dicho es que el cierre de Egunkaria está destinado a acabar con el euskera. La afirmación parece un tanto temeraria porque el juez no ha cerrado Euskaltzaindia ni la ETB-1, un medio que emite sólo en euskera. Tampoco ha suspendido la enseñanza que, en su vertiente pública y privada, se realiza mayoritariamente en euskera. Ni ha prohibido que salga otro periódico en euskera -Egunero- hecho por el mismo equipo de Egunkaria, una vez descontados los sospechosos de pertenecer a ETA.

Pero Egibar no es el único. Muy pocos euskaltzales han tenido la prudencia de suspender el juicio hasta ver que dan de sí las actuaciones. Según el juez no se trataría de cerrar el periódico porque haya alguno de sus miembros implicado sino porque el propio periódico formaría parte del entramado etarra, lo que de probarse exigiría la condena contundente por parte de quienes trabajaban en él y que se habrían visto manipulados de la forma más miserable. Claro que si no puede probarlo, debería caer sobre el juez no sólo la repulsa general sino el peso de la ley, porque el cierre de un medio de comunicación es un asunto muy grave. Defender la libertad de expresión es el deber de todo demócrata que se precie, a condición de que se demuestre que está amenazada. Amalgamarlo todo -ataque contra el euskera, la libertad de expresión y la existencia del propio País Vasco- cuando se ha clausurado cautelarmente un medio sospechoso de formar parte de una banda que sólo concede libertad de expresión a las pistolas resulta notablemente injusto. ¿Y adónde lleva?

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