¿Y a santo de qué?

Entre las virtudes del cineasta valenciano Carles Mira no se contaba la de dramaturgo, y se nota. Magüi Mira es una actriz de mucho carácter y desigual fortuna que tampoco ha nacido para la dirección escénica, y también se nota. En realidad, en este exótico montaje de Morocco Bar, producción de Teatres de la Generalitat, en la que colabora, entre otras muchas instituciones públicas, la Consejería de Bienestar Social, todo es bastante raro.

El catálogo de rarezas comienza en el programa de mano, en el que tanto la directora de la obra como el ya inevitable Luis García Berlanga agradecen a la subsecretaria de Promoción Cultural el tesón para llevar a cabo este montaje. Cosas del impuesto conservador, sin duda. Vaya montaje y vaya tela, marinera. Primero, porque el texto no resiste de ninguna manera ser dicho en escena, y bastaría con haber hecho previamente una lectura dramatizada para percatarse de ello. Y segundo porque la puesta en escena, en una especie de teatrillo de marionetas que apenas si ocupa la mitad del solemne escenario del Principal, tiene todavía menos consistencia que el texto propiamente dicho, de modo que los intérpretes vociferan como pueden y se desentienden en cuanto les resulta posible de una presencia escénica intransitable. Lo único de interés es un música exquisita de Joan Cerveró y su trío de intérpretes en directo. Y conste que los actores, en todo momento muy esforzados, no son responsables de un jardín de esta envergadura, ante el que sólo cabe preguntarse a santo de qué se produce esta cosa con dinero público y por qué usurpa el primer escenario institucional de Valencia durante cuarenta días con sus noches, como no sea a cuenta de un homenaje subliminal a las estupendas hazañas del veterano Alí Babá.