Sexos y golf profesional
Está mejorando el nivel de las discusiones filosóficas sobre golf. Hasta hace bastante poco, la polémica se situaba en si era o no un deporte.
Parecía sólo un juego eso de lanzar una bola pequeña e ir en su busca para meterla en un hoyo, caminando sin sobresaltos mientras se va pensando. Sin embargo, parece que su naturaleza deportiva ha terminado por aceptarse.
Ahora el dilema se centra en si el swing requiere o no fortaleza física.
Así, están los defensores de que existan competiciones diferenciadas por sexos, y los partidarios de que hombres y mujeres jueguen simultáneamente.
Yo lo tengo muy claro: competiciones diferenciadas.
El golf es un deporte cuyo desarrollo depende aproximadamente en un veinte por ciento de la fuerza física -al menos en la salida de los pares cuatro y cinco, y el primer golpe de calle de los pares cinco-. Nadie discute que las aproximaciones al green o los putts imponen a unos y otras el mismo grado de destreza o concentración. Y este veinte por ciento tiene que ajustarse de alguna manera, pues estamos tratando con el deporte del fair play por excelencia. En el juego amateur, la equidad intenta conseguirse con la existencia de tees amarillos para las mujeres y rojos para los hombres. Pero esto es inconcebible en el circuito profesional, donde se impone que todos los participantes se coloquen en la misma salida.
Lo contrario sería tan humillante como si, en un partido de baloncesto, se regalaran 10 canastas al equipo previsiblemente inferior a su contrincante.
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