La epidemia
Alguien escribió que la guerra comienza en la mente de los hombres, luego es en la mente de los hombres donde hay que empezar a combatirla. La frase tiene cierta dosis de ingenuidad, pero también una gran parte de razón. Es imposible pensar en una guerra sin que vaya amparada por campañas de propaganda para persuadir a la población, sin un radicalismo en las ideologías, asociada siempre a cierta dosis de dogmatismo y autoritarismo, opiniones sesgadas sobre las intenciones del enemigo, victimización del agresor y muchas más patologías sociales típicas del ambiente prebélico que resultan imprescindibles para justificar la acción. Ninguna guerra tiene futuro sin ese conjunto de fenómenos.
Parece imprescindible, por tanto, divulgar todo ese entramado de enfermedades sociales junto con las estrategias posibles para defendernos de ellas. Todos sabemos que una de las secciones con más éxito de la prensa es la dedicada a la salud. Allí encontramos nuevos fármacos milagrosos, trasplantes sorprendentes de todo el aparato digestivo y alrededores, consejos para la prevención, aparatos que son capaces de examinar los lugares más recónditos de la propia intimidad y que predicen tanto el pasado como el futuro de tu bienestar. ¿Cómo es posible que no estén incluyendo ya, con las pocas semanas que tenemos por delante, todo tipo de patologías y remedios sociales que se producen antes, durante y después de las guerras?
La utilización de un spray en un lugar público produce escenas de pánico colectivo, por el miedo desatado ante la posibilidad de atentados con ántrax. Pero todavía no he visto que nadie salga corriendo ante la oleada que nos espera de prejuicios, optimismo excesivo, falsa sensación de ser invulnerables porque el enemigo no tiene ninguna posibilidad de éxito, obediencia exagerada a la autoridad, agresión contra los disidentes para cerrar filas y demás virus psicológicos o sociales que comienzan a pulular a nuestro alrededor. No se hacen prácticas de la población con ningún tipo de mascarilla contra estos agentes patógenos. Sin embargo, conocemos muy bien la capacidad de contagio que tienen esos bichos sociales.
Los psicólogos aparecen por docenas cuando se produce una riada, una catástrofe o un accidente trágico de aviación. Los sociólogos hacen muchas encuestas para diagnosticar y conocer bien la opinión pública. Todos los preocupados por las ciencias sociales escriben grandes estudios después de las guerras, explicando cómo sucedió y lo que se pudo hacer pero no se hizo. Nos parecemos a los protagonistas de la teleserie CSI, donde un grupo de investigadores y forenses siempre acaban por saberlo todo, pero también lo saben siempre demasiado tarde.
Ahora que están de moda los llamamientos, al menos en Valencia, es el momento de pedir a todo tipo de expertos que llenen las páginas de los periódicos y demás medios con descripciones detalladas de la epidemia que se avecina. Y muchos consejos prácticos para prevenirla o posibles vacunas para evitarla. Les aseguro que las hay, que se puede hacer y que es muy conveniente. Sería un error imperdonable reducir la salud pública a la gripe o la legionela, porque hay enfermedades más peligrosas y están apareciendo ya los primeros síntomas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.