La gramática del vivir
Amo el cine de Almodóvar porque me provoca emociones. Porque hace que reaccionen los dos hemisferios en los que está dividido nuestro cerebro, el derecho y el izquierdo, el lado en el que funciona la ratio (la llamada lógica de tipo matemático) y el lado en el que funcionan las emociones. Emociones sin las cuales, como ha explicado un gran científico, el neurólogo estadounidense de origen portugués Antonio Damasio (véase en italiano L'errore di Cartesio: emozione, ragione e cervello umano, Adelphi, Milano 1995), la tan celebrada lógica, el pensamiento racional, el Cogito ergo sum de Descartes valdrían muy poco: procederíamos a ciegas en nuestra implacable lógica, que se valdría del mismo mecanismo (y de la misma lógica) tanto si tuviéramos que aplicarla para organizar nuestras vacaciones como para planificar el exterminio de nuestra familia.
Pero, a propósito, la vida, en sí, ¿tiene una lógica? Difícil cuestión. Así, de pronto, tenderíamos a decir que no. La vida transcurre. Sucede, es. En todo caso, somos nosotros quienes le damos una lógica, formulándola en términos narrativos. Es decir, narrándola o narrándonosla. Pero, incluso narrándonosla, quizá tampoco tuviera lógica si no diéramos un sentido a los acontecimientos que la jalonan gracias a las emociones que tales acontecimientos suscitan en nosotros.
Pedro Almodóvar siempre ha sabido contar la vida formulándola en términos cinematográficamente narrativos, conjugando la fenomenología de los acontecimientos con la emoción que éstos necesariamente conllevan. En ese sentido, se opone a la tendencia actual consagrada a lo que yo denominaría como "Ilustración trivializada". Una subilustración que ha vuelto inocuo el verdadero sentido del libertinaje intelectual (aquel concebido en el siglo XVIII para hacer estallar las contradicciones entre razón y sentimiento) degradándolo en libertinismo, y por la que el sufrimiento de Sade se ha degradado en sadismo, la traición se ha degradado en engaño, la fuerza subversiva de la pasión se ha degradado en un sálvese quien pueda, quizá para ajustar el equilibrio conyugal en una época de crisis de la pareja.
De este labor (utilizo este término a propósito en la acepción del ora et labora de los monjes benedictinos, que supieron copiar los textos griegos y latinos acerca de las más antiguas pasiones humanas con la disciplina y la humildad de quien desea legarlas a una época que estará dominada por la lógica Ratio), Hable con ella me parece un ejemplo cinematográfico perfecto. Con la humilde y genial atención de quien observa las pasiones humanas para conjugarlas en la inextricable lógica de la vida, Almodóvar visita el amplio espectro del arco iris de nuestra alma: dolor, aflicción, afectuosidad, nostalgia, desazón, irreprimible impulso de comunicar, frustraciones del silencio.
Pero esta película extraordinaria es también, y sobre todo, una suerte de gramática sobre la lógica narrativa de la vida. No la visible, narrable, sino la que habitualmente eludimos porque nos parece desdeñable. Porque, normalmente, de la vida tendemos a contarnos o a explicarnos nuestro "ahora", es decir, lo que sucede, lo que estamos viviendo, y no lo que hemos recorrido para llegar a ese "ahora" que estamos viviendo. Hable con ella narra, sin embargo, "el antes". No la vida que tenemos, sino sus antecedentes: esto es, las razones gracias a las cuales tenemos la vida que tenemos, algo en lo que por lo general no pensamos. Hable con ella sigue la inextricable lógica de la vida, su cábala, su inclasificable arte combinatoria compuesta en buena parte por la casualidad, en algunos casos por la necesidad, frecuentemente por el deseo, por razones y sinrazones, por ponderables que dependen de imponderables, por cálculos que no se ajustan al cálculo de las probabilidades, a las mediciones optimistas que quisiéramos que pertenecieran a Euclides o a Arquímedes, y que, por el contrario, no obedecen a las leyes de la geometría y de la física. Porque la vida obedece a otras leyes, y no se deja encarcelar en una fórmula matemática.
De esta forma, en la película, seguimos las vicisitudes de los personajes, sufrimos con ellos, nos compadecemos de sus peripecias, de sus sentimientos. Y llegamos al final de la película. ¡Ah!, nos decimos, el filme ha terminado, realmente una buena película, cuántas emociones nos ha provocado. Y en cambio no, nos damos cuenta cuando se encienden las luces y tenemos que salir de la sala. La verdadera película está aún por empezar, pues el protagonista y la protagonista, por toda esa serie de combinaciones que el fime de Almodóvar nos ha relatado, finalmente logran encontrarse. La verdadera película empieza entonces. Pero ahora tenemos que salir de la sala, está a punto de empezar otra sesión. La verdadera película es la vida que desde el momento de su encuentro tendrán que vivir los protagonistas. Y ésa Pedro Almodóvar no nos la cuenta. Porque esa vida nos espera fuera, a la salida del cine. Quizá ella misma nos la cuente otro día.
Antonio Tabucchi es escritor italiano.
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