Internet en España
La Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones en colaboración con el Instituto Nacional de Estadística (CMT-INE) ha publicado una encuesta sobre el uso de las tecnologías de la información en la población residencial española, casi simultáneamente a la difusión de los datos correspondientes a la tercera oleada del Estudio General de Medios (EGM). Ambos estudios han disparado las alarmas sobre cuán retrasados estamos en uno de las dimensiones más relevantes de ese entorno tecnológico, el uso de Internet por los ciudadanos. Los datos de la encuesta CMT-INE pintan un panorama particularmente sombrío. Algo menos del 19% de la población española de más de 16 años se ha conectado a Internet en los últimos tres meses. Esta población usuaria equivale a casi 6.400.000 individuos. En cuanto al EGM, ofrece una cifra algo más halagüeña de penetración. Registra una penetración relativa significativamente mayor, el 22,6% de la población mayor de 14 años, que equivale a casi 7.900.000 individuos.
"Lo esencial que nos indica la serie histórica del EGM es que la barrera de la edad es una divisoria dura al acceso a Internet"
"Pero no nos engañemos: no sirve de nada estimular la demanda si la oferta no responde adecuadamente"
Como quiera que sea, incluso el mejor de tales datos sitúa la tasa de penetración de Internet entre las más bajas de Europa, sólo comparable a las de Portugal, Grecia e Italia. En efecto, de acuerdo con los estudios de alcance europeo disponibles -que también presentan notables disimilitudes- esa tasa de penetración se sitúa entre el 41% y el 52% como media en la UE.
Volviendo a España, el EGM nos presenta una serie homogénea desde 1996. De acuerdo con esa serie, los crecimientos interanuales de la penetración de Internet entre la población española fueron del 106% en 1997, del 54% en 1998, del 61% en 1999, del 93% en 2000, del 34% en 2001 y del 7% en 2002. Es decir, en los dos últimos años se producen una desaceleración primero y un parón casi total más tarde, que vienen a desmentir frontalmente todas las profecías, proyecciones e hipótesis (en orden descendente de componente fantástico) que en los burbujeantes años se habían hecho acerca de la imparable marea Internet.
Pero, probablemente, lo más interesante sea intentar rastrear los determinantes sociales (y, en la medida de lo posible, también los psicológicos) que están condicionando este fenómeno. Y a ese respecto, lo esencial que nos indica la amplia serie histórica del EGM es que la barrera de la edad sigue constituyendo una divisoria dura al acceso, que no presenta visos de cambio. Mientras que el sexo (las mujeres representan ya el 43% de la población usuaria) y la clase social (los usuarios de clase alta y media-alta son ahora el 37% de la población usuaria cuando en 1996 eran el 66%; los usuarios de clase media, media-baja, y baja son ahora el 63% cuando en 1996 representaban apenas el 32%) ya son elementos de caracterización menos importantes, la edad sigue siendo un filtro muy potente de la condición de usuario. Así, los mayores de 45 años, que representan el 46% de la población de más de 14 años, suponen tan sólo el 13% de la población usuaria, exactamente el mismo porcentaje que representaban en 1996. Dicho más gráficamente: mientras entre los menores de 25 años la tasa de penetración es del 58%, entre los mayores de 45 años representa un ridículo 6%.
Se ha hablado mucho de la brecha digital como un nuevo y poderoso marcador de clase y, sobre todo, condicionante de futuro, en una sociedad en la que el know how tecnológico parece presentar más capacidad de discriminar oportunidades que otros factores tradicionales de discriminación social como la renta, la educación, etcétera. Si esto es así, tenemos un problema.
Lo que sucede es que no es fácil ponerse de acuerdo en la naturaleza del problema y menos en las líneas de tratamiento para superarlo. Lo que sigue es poco más que una reflexión en alta voz más intuitiva que desarrollada, más hipotética que categórica. En la medida en que la barrera económica parece condicionar menos por sí sola el acceso, las terapias de choque destinadas a facilitar el acceso serían menos determinantes. En cambio, se harían más necesarias medidas centradas en el acceso a la alfabetización tecnológica de aquellos grupos (fundamentalmente definidos por la edad) que presentan mayores resistencias. Evidentemente, hablamos de superar dos tipos de barreras: cognitivas y emocionales. Cognitivas en la medida en que por debajo de la barrera de la edad funciona el modo en que aquella marca tremendas diferencias en el acceso a la educación formal, y en que la debilidad de la base educativa formal de las cohortes mayores condiciona una sobreestimación de las dificultades de acceso a la tecnología. Pero también emocionales, porque esa barrera se refuerza con una actitud recelosa, y, a veces, despectiva hacia ese entorno.
El estímulo de la demanda, combinando inteligentemente la facilitación de los recursos y la creación de un clima de interés y comprensión por parte de los grupos que se mantienen alejados de este entorno tecnológico es una tarea para los poderes públicos y para la industria. Pero no nos engañemos: no sirve de nada estimular la demanda si la oferta no responde adecuadamente. Si nos centramos en la oferta, probablemente encontraremos más pistas.
El Internet residencial, la oferta dirigida a los particulares, está por comprensibles razones, privilegiando los intereses, los estilos de vida y hasta los tics expresivos de los más jóvenes. Y eso no puede por menos de contribuir -albarda sobre albarda- a la lejanía respecto a Internet de las personas de más edad, que al recelo tecnológico añaden el extrañamiento respecto a los códigos y la extrañeza respecto a los contenidos. De modo que estamos ante una situación compleja. Por un lado, parecería que los estímulos a la adopción de Internet estarían funcionando más en el sentido de profundizar la brecha digital que en el de colmatarla. Por otro lado, no es nada simple diseñar estrategias de alfabetización digital orientadas a quienes visiblemente carecen de interés por la experiencia. En este punto, dada nuestra estructura demográfica, corremos el riesgo de que Internet se convierta para España más en un factor de desventaja competitiva como país que en lo contrario. Porque lo que está en juego no es sólo un problema de poder sacar más o menos pecho en las comparaciones estadísticas. De lo que estamos hablando es de un peligro de dualización tecnológica dentro de la sociedad, con repercusiones en el campo laboral, en el social, en el cultural y en el político. Para evitar ese viaje a ninguna parte, los poderes públicos y la industria deberían reflexionar sin prejuicios y reorientar las estrategias consecuentemente.
José Ignacio Wert es Presidente de DEMOSCOPIA.
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