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Les llaman ilegales. Son desheredados que llegan en busca de fortuna y encuentran marginación o, en el mejor de los casos, explotación. No tienen papeles, nadie les espera, no son bien recibidos y su esperanza se convierte, nada más llegar, en desesperación al comprobar que en su tierra no tenían futuro y en la nueva tierra no quieren contar con ellos ni tienen futuro ni son legales, lo que quiere decir que en cualquier momento pueden ser descubiertos y expulsados. Hay otra posibilidad, que algún empresario legal, pero fuera de la ley, les contrate por nada y menos y les haga trabajar de sol a sol casi como si de esclavos se tratara. Ya sé que alguien puede pensar que lo escrito es pura y barata demagogia y, sin embargo, hay una manera de desactivar esa consideración, una manera radical, desde luego, tanto como intentar ponerse en la piel de uno de ellos o, aún más contundente y radical, tratar de poner a uno de nuestros hijos en la piel de uno de ellos. Seguro que enseguida empezamos a rebajar la apreciación de las palabras anteriores como demagógicas.
Cada cual nace donde el destino pone a sus padres y no es mérito sino suerte nacer en un lugar o en otro. Mala suerte tienen quienes nacen en un lugar en el que, aun teniendo derecho a vivir no se le ofrece derecho al futuro y lo buscan fuera, con dolor, ese horrible dolor que debe ser el del desarraigo. También es fácil imaginar el dolor de tener que dejar nuestra casa, nuestros hijos o nuestros padres, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro pasado, nuestras raíces y salir con todo a cuestas hacia lo desconocido, no por gusto, sino por supervivencia. A quien le cueste trabajo eso es que cualquier cosa que no sea la punta de su nariz le parece el extranjero.
Les llaman ilegales pero sólo son gente sin papeles, sin ese requisito que les permitiría quedarse cuando llegan. El pasado mes de diciembre siete de ellos murieron en un incendio nunca explicado, en los calabozos de la comisaría de policía de Málaga. El caso abierto ha quedado cerrado, archivado, listo para el olvido. Siete inmigrantes, siete ilegales, siete desheredados, siete desconocidos de todos nosotros, no de sus madres, murieron en combate, en su combate por la supervivencia, por la esperanza de futuro que se hizo fuego.
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