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Reportaje:

Los centinelas del altiplano

El pueblo aymara protagoniza una nueva película documental de Elías Querejeta

Pueblan las tierras altas alrededor del lago Titicaca, entre Bolivia y Perú. Viven ahí, imperturbables, desde hace diez mil años. Son los aymaras. Centinelas de esta región del planeta, conforman un pueblo tan arraigado que ni el rigor extremo del clima ni los cataclismos históricos los han hecho abandonar el suelo que les dio la vida. En la soledad y el silencio de las pampas del altiplano, mientras el mundo se empeña en descubrir nuevas galaxias, ellos se mantienen aferrados a sus ceremonias y ritos semisecretos.

Este orgulloso y sorprendente pueblo indígena, que a partir de la conquista española se replegó sobre sí mismo, es el protagonista de Aymara, una nueva película documental producida por Elías Querejeta que forma parte de la serie El ojo de la cámara. Gran Vía (Vía Digital) estrena esta noche (22.15) los dos capítulos de esta producción dirigida por Juan Lucas.

"¿Qué hemos hecho para ser masacrados? Si sólo pedimos justicia y libertad"

Narrado en primera persona por distintos miembros del pueblo aymara, el documental acerca al espectador a la cultura y hábitos de un colectivo con un sinfín de problemas. Los más acuciantes están originados por la progresiva desertización del altiplano, donde viven dedicados al cultivo de cereales y de la cría de llamas y alpacas. "La pérdida de su medio de subsistencia tradicional les ha obligado a emigrar a Quito o a otras ciudades para, al llegar allí, integrarse en las bolsas de pobreza", subraya Juan Lucas.

Cómo viven, en qué trabajan, cómo visten, cuál es su lengua, cuáles son sus costumbres, cómo se curan con hierbas son algunas de las preguntas a las que esta película trata de dar respuesta. Pero Aymara también respira un propicio aire libertario y reivindicativo, que no escamotea al público los padecimientos del pueblo indígena ni sus difíciles relaciones con el poder.

"¿Qué hemos hecho para ser masacrados? Si sólo pedimos justicia y libertad", exclama un líder campesino en un momento del reportaje tras un duro enfrentamiento entre militares armados hasta los dientes y un puñado de aymaras descalzos, que se saldó con la muerte de uno de ellos. La cámara de Lucas estaba allí y fue testigo directo de esta sangrienta revuelta social, moneda común en Bolivia, pero "con una inexistente repercusión en los medios de comunicación europeos", dice pesaroso el director. "Por eso he intentado hacer un documental comprometido que sacrifica el preciosismo y la belleza de las imágenes por el realismo y la información, aunque también he intentado que fuera entretenido y con ritmo narrativo", añade.

Para Lucas, los aymaras representan la imagen del indio impenetrable, que durante siglos fue considerado signo de flojeza, servilismo y bajeza. "Fue una estrategia: tan sólo así lograron que hasta hoy su civilización y cultura permanecieran vivas y activas", apunta. Hasta el punto de que uno de los protagonistas del documental dice: "No deberíamos sentir vergüenza porque ser aymara es un orgullo. Nuestra venganza es ser felices".

Y si la primera entrega es un retrato colectivo de los aymaras en medio de la jungla urbana, la segunda sigue los pasos del matrimonio formado por Max y Natividad Paredes por las cada vez más despobladas zonas rurales.

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