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Columna
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Listas

Tengo un viejo amigo que, desde la muerte de Enrique Tierno Galván, venía defendiendo ante la falta de sustancia de los candidatos a la Alcaldía de Madrid, suprimir las elecciones en la capital y nombrar alcalde al que quedara segundo en las municipales de Barcelona. Afortunadamente, Madrid ha dejado de tener ese problema: su oferta de candidatos es en esta ocasión muy rica y variada.

Pero, por aquí, más o menos, seguimos como siempre. Somos la región con las más altas tasas de paro y estas cosas se hacen notar: no son pocos los que, más que aportar ideas o esfuerzos a su ciudad, piensan en colarse en una lista para garantizarse cuatro años de sueldo, coche y despacho, aunque sea en la oposición.

La entrada en un puesto con concejalía asegurada tiene algo de indisimulado reparto de botín de guerra. En Málaga, sin ir más lejos, se anima a los militantes que se han quedado fuera de las listas del PSOE con un argumento de escaso peso ideológico, pero, por lo visto, muy convincente: "No preocuparos, que, como vamos a ganar, además de más de once concejales, habrá cincuenta o sesenta puestos de libre disposición". Más claro, imposible.

"Hacer carrera en la política local no es difícil: basta primero con hacerse un hueco en la agrupación. Para ello, lo mejor es no llevar la contraria a nadie y hacerse el imprescindible en cualquier tarea banal, da igual que sea la reclamación de cuotas impagadas o el funcionamiento del bar. Lo demás es cuestión de tiempo", me decía una vez un viejo militante de izquierdas obviamente desencantado.

Afortunadamente, hay excepciones. La movida que le ha pegado al banquillo el alcalde de Granada, José Moratalla, al prescindir de siete de sus once concejales y situar a un catedrático de Políticas como número dos de su candidatura, indica que no todo está perdido, que es posible hacer cambios saltándose unas convenciones que sólo sirven para mantener en la política activa a auténticos inútiles.

Por supuesto, no es éste un fenómeno que sólo se produzca en la izquierda. Buscando que nadie altere desde Andalucía su carrera política capitalina, Javier Arenas ha calcado el sistema en el PP. No es casual que los defenestrados en las crisis de Córdoba o Almería fueran profesionales con vida propia y, por tanto, sin pánico al paro, lo que les permitía expresarse con libertad.

El problema tiene una solución, y ya se ha apuntado varias veces, especialmente desde la izquierda, aunque luego todo quedase arrumbado en el cajón de las buenas intenciones: dejar que los electores puedan formar sus propias listas, o bien eligiendo a candidatos de diversos partidos, o bien alterando el orden original de las listas y marcando sus propias preferencias.

La Conferencia Política Federal del PSOE celebrada en julio de 2001, tras la llegada de Zapatero, ya proponía medidas de ese tipo. Ese mismo mes, el propio Chaves, entre sus propuestas de segunda modernización y la hoy olvidada reforma del Estatuto, decía no descartar una reforma de la ley electoral andaluza que incluyera las listas abiertas.

Todo eso parece olvidado. Quizá porque no hay mejor manera de afianzar la autoridad que tener a los subordinados agarrados de la nómina.

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