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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Retorno al pasado

No hay duda de que el icono del criminal que vuelve al lugar del crimen se ha sustituido por el del bribón de mucho corte que arruina a su víctima pisando moqueta con su irresponsable desenvoltura

En la película que da título a esta columna (que contiene uno de los más fastuosos flash-back de la historia del cine), Robert Mitchum cree estar a salvo de su turbulento pasado cuando de pronto es devuelto al origen de su presente en una historia que acabará con su persona. Algo de esa clase está ocurriendo por aquí, después de unos pocos años de jolgorio controlado. Hay que observar con detalle la firmeza ajena a los matices de ministros como Acebes o Mayor Oreja, por no hablar de Álvarez Cascos, para comprender en toda su extensión el temible túnel del tiempo hacia el que nos lleva esta gente en nombre de nuestra mayor felicidad. Eso en lo que tiene que ver con el gesto, acaso porque nada conviene más a la disposición subyacente que el recurso al autoritarismo democrático.

Aub, Max

Estuvo vinculado al desenfado de las alegres vanguardias de entreguerras, escribió algunos tochos de trabajosa lectura pero también invenciones luminosas, como la biografía detallada, con reproducción de obra incluida, de un pintor inexistente y una colección de crímenes ejemplares que hacían morirse de risa a un sordo tan serio como Luis Buñuel, preparó con André Malraux los detalles de una película como Sierra de Teruel, donde se recogía la esperanza de una derrota del fascismo como prólogo de una vida más digna y llevadera para todos, y cuando regresó a una Valencia gobernada por los antecesores directos de los que ahora mandan, se largó a toda prisa porque le pareció sofocante la mediocre mezquindad de esa existencia. Ahora, un candidato que no habría pestañeado a la hora de condenarlo al exilio celebra su vida y su obra en vísperas electorales al hilo de una exposición que es en sí misma electorera. Suerte tienen de que ya no proyecta sombra.

Pedro y Woody

A veces el éxito es desconcertante para quienes lo padecen. Woody Allen, condenado a ser el mejor cineasta europeo de Estados Unidos, o Pedro Almodóvar, que lleva camino de convertirse en el más grande cineasta norteamericano de Castilla-La Mancha. ¿Enigma o impostura? El neoyorkino, entre chiste y chiste de tradición semita (que nadie se engañe, porque el mejor chiste de esa onda es el que cierra el filme Con faldas y a lo loco, y figura en el librito de Freud sobre el chistoso y su inconsciencia), ha copiado a Bergman y a Fellini, y también a Bertolucci, por ver de dignificar en la imagen su manojo de ocurrencias, mientras que el manchego se limita, por ahora, a imitar a Douglas Sirk y a Robert Siodmak, en busca de un estilo anterior a su experiencia. Lo peor es que ambos dos se creen artistas de la imagen de última generación, como si Orson Welles o Billy Wilder sólo hubieran ensayado el periodismo o la radio.

Optimismo de la emoción

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Viendo el otro día en la televisión francesa un estimulante documental sobre el proceso de construcción de la torre Eiffel resultaba difícil, además de inútil, sustraerse a esa clase de emoción delegada suscitada por una época en la que parecía finalmente que cualquier malestar hallaría su remedio, tal era la confianza en los poderes de la industriosa industria humana en uno de sus periodos de máximo esplendor. La impresión tiene mucho de ilusorio, pese a su inexcusable veracidad, y quizás reposa en la admiración por la habilidad de residuo pretecnológico en la resolución manual de un proyecto desmesurado. Una emoción retardada que nada debe a la nostalgia de lo que no se vivió en directo y que, por cierto, no convoca el paseo de la mirada por la tremenda obra inacabada de la valenciana Ciudad de las Artes y las Ciencias, tal vez porque el ojo anticipa en ese circo la ostentosa cuenca vacía de la nada.

Operaciones especiales

La pérdida de influencia de ese exquisito político vasco que es Arnaldo Otegi en su embroncado -o emboscado- entorno de referencia se manifiesta de una manera casi deslumbrante -o desarmante- cuando asegura que la designación de una tal Ainhoa para representar a España en el Festival de Eurovisión, según decisión de un tedioso programa televisivo que triunfa en las pantallas, es ni más ni menos que una trampa españolera para conseguir que una vizcaína de raza defienda intereses ajenos a su etnia ante la audiencia europea. Mal está que la bravura combativa descienda a esos detalles de music-hall hortera, aún desde la táctica que aconseja no descuidar ningún frente, cuando tan fácil les habría sido ejercitar su habitual disuasión preventiva. Una debilidad que se recuperaría haciendo concursar en la próxima edición de Operación Triunfo a Alfonso Sastre y Eva Forest como insobornable dúo de habaneras.

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