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Columna
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"O"

Rosa Montero

He observado que, cuando los médicos de este país confeccionan el historial clínico de una paciente, suelen tener la enigmática costumbre de preguntarle su estado civil: ¿Enfermedades graves? ¿Operaciones? ¿Casada? He interrogado a mis allegados de género masculino, y ninguno recuerda que ningún doctor le haya planteado semejante cuestión. En el caso nuestro, en cambio, es muy común: a mí me ha sucedido numerosas veces. De hecho, y ahora que lo pienso, te suelen preguntar si estás casada en los sitios más absurdos: al matricularte en un gimnasio, al contratar un curso de francés... Muchas mujeres están tan acostumbradas a esta cuestión que ni siquiera se dan cuenta de que la han contestado.

Pero donde más me chirría es dentro del historial médico. Como no acabo de ver la relación entre tu situación civil y una faringitis aguda, por ejemplo, colijo que lo que quieren saber es si mantienes relaciones sexuales o no. Lo cual tiene sus bemoles, porque, si no se lo preguntan a los hombres, ¿es que consideran que la situación sexual no influye para nada en los caballeros pero es definitiva para nosotras? ¿O que las mujeres sólo pueden desarrollar su sexualidad dentro del matrimonio?¿O que somos tan tontas y pacatas que no podemos contestar directamente?

Cuando yo era muy pequeña las niñas jugábamos a la comba con una primorosa cancioncilla que decía así: "Quisiera saber mi vocación, soltera, casada, viuda o monja". Supongo que a las chicas de hoy esta letra les debe de parecer del Pleistoceno y yo misma empiezo a sentirme la abuela Batallitas, pero lo cierto es que no hace tanto tiempo que se nos enseñaba que nuestra "vocación" sólo consistía en ser soltera o casada o viuda o monja. Durante milenios, el estado civil de la mujer fue todo lo que la mujer era, y curiosamente nuestra genitalidad y nuestra sexualidad, tan secuestradas por el machismo, eran el baremo que nos definía. Y así, las mujeres éramos vírgenes, o zorrones, o histéricas, palabra que, como se sabe, viene de útero. Éramos solteras, casadas, viudas o monjas y pare usted de contar y de vivir. Pero ahora, de la cancioncilla, escogemos ser "o". Ahora ya somos cualquier cosa, incluso asesinas múltiples. Lo cual, paradójicamente, es un alivio.

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