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Columna
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Candadaup, probándose

Más que mostrar sus cuadros en una exposición, el pintor se está probando a sí mismo a la vista de todos. Eso sucede con la obra de Luis Candaudap Guinea (Bilbao, 1964), alzada sobre las paredes de la bilbaína galería Windsor.

En su proceso creativo, que va de 1998 a 2003, asistimos a un deambular de espacios sucesivos, espacios que entran y salen. Flotabilidad permanente de masas superpuestas unas a otras, aunque sin dejar visibles cuáles son las cercanas y cuáles las lejanas, de tal modo que conformen una especie de planos imposibles. Para conseguir esos espacios utiliza los choques entre límites de masas, límites cuyos bordes dejan sensaciones de desgarro, rupturas. Entre masa y masa (zona y zona) creemos ver minúsculas mordeduras cuyo fin es defender sus propios límites. Todo ello lleva a suponer que estamos ante una suma de collages. Y no es eso, ya que aquello son collages imaginarios o de ficción.

Desde esa manipulación ficcional se pasa a otra fase, como es la de ciencia-ficción o su semejanza. En la suma de espacios que van y vienen entremezclados aparecen cables que prefiguran complejos sistemas cibernéticos, donde se insertan enrejillados con funciones de ondas magnéticas. Y todo lo que ha ido buscando se da a pleno en el cuadro de mayor tamaño (388 x 200 cm.). Es una pieza muy lograda, rotunda, excelente. Puede estar presente en cualquier museo de arte contemporáneo de primera fila.

Ahora bien, pese a haber logrado la culminación de lo mejor de sí mismo con esa obra, sigue adelante. Sabe que en esa obra, como en otras de parecida época (2000-2001-2002), había introducido, quizá de manera un tanto tímida, determinadas pinceladas con una cierta pastosidad, frente a la mayor proporción de pintura licuada y sin apenas huella de lo humano. Mas es ahora, en el año que discurre nuestro momento actual, cuando el artista reacciona y se toma el gusto por trazar pinceladas que hagan patente la presencia viva de lo humano. Para ello imprime pinceladas brutas, sueltas, al lado de las superficies trabajadas con más esmero. No le importa que esas pinceladas resulten bastas, torpes, ásperas, crudas -y poco menos que primigenias-, a condición de que sean testimonios vivos de sensaciones en lucha interior frente a un refinamiento extremo. Sería como un deseo de buscar a través de su arte el rostro evocable, visible y un tanto vago del pasado.

La valentía de Candaudap al probarse a sí mismo a la vista de todos es algo muy poco frecuente entre los artistas de nuestros días. La mayoría son espurios nadadores que guardan sus ropas en cómodos baúles, vale decir ataúdes con chinchetas de oro...

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