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COPAS Y BASTOS
Columna
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¡Mierda!

- Mierda primera. El tribunal de apelación de Villefranche-sur-Saone (Francia) condenó el pasado 9 de enero al mensual lyonés Lyon Mag' a pagar 254.143 euros (una friolera de pesetas) en concepto de daños y perjuicios a 56 sindicatos vinícolas de la región de Beaujolais que habían presentado una querella por "dénigrement du produit", como respuesta a un artículo, aparecido en Lyon Mag' donde se cuestionaba la calidad del denominado vino de Beaujolais.

En la edición de julio-agosto, el mensual en cuestión había publicado, bajo el título Un grand expert accuse: le beaujolais ce n'est pas du vin, una entrevista con François Mauss, presidente del Grand Jury europeo, una asociación de profesionales de la cata de vinos, en la que éste calificaba al beaujolais como "una especie de jugo de frutas ligeramente fermentado y alcoholizado", al tiempo que afirmaba que los vinicultores de la región "eran conscientes de comercializar un vino de mierda [un vin de merde]".

La sentencia del tribunal de apelación de Villefranche-sur-Saone estima que, "en dénaturant ainsi le beaujolais jusqu'à la scatologie et en l'assimiliant finalment à un excrément", François Mauss y el periodista que lo entrevistó exceden el ejercicio admisible de sus funciones sociales respectivas de crítica, por severa que esta sea, y de información.

Los viñedos de Beaujolais comienzan a una decena de kilómetros al sur de Mâcon y se extienden por un territorio que abarca 60 kilómetros de largo y 12 de ancho. No hay un solo vino de Beaujolais: hay varios, por lo menos una docena de beaujolais. El más célebre o, mejor, los más célebres, son los nouveaux, que pueden degustarse en noviembre, a los dos meses de su recolección. Suelen ser unos vinos de un mínimo de nueve grados que se beben frescos, no helados, y que en ocasiones resultan muy agradables, aunque es notorio que su calidad no supera la de los beaujolais villages, o de los crus, de mayor graduación, mucho más elaborados.

Yo he vaciado con los amigos un montón de botellas del nuevo beaujolais en las tabernas de Saint-Étienne-des-Oullières, o en Odenas, y jamás tuve la sensación de estar bebiendo mierda.

Otra cosa es cuando ese vino nuevo, ese beaujolais, traspasó el mercado francés y empezó a llegarnos formando parte de la excepción francesa, junto a camemberts incomestibles y novelas ilegibles. Le Beaujolais nouveau est arrivé! Y, con él, justo es decirlo, alguna que otra vez, aunque no siempre, llegó la mierda, un vino de mierda, una especie de excepción, francesa, dentro de esa gran viña que forma el Beaujolais.

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Mauss se expresó mal, el periodista no cayó en el peligro que encerraba su declaración; los vinicultores defendían su producto frente a la mierda de la que tampoco eran ajenos, y los jueces terminaron por darles la razón. Pero 254.143 euros son muchas pesetas, demasiadas para un pobre mensual lyonés. Confiemos en que el beaujolais de este año no suba de precio.

- Mierda segunda. Leyendo las memorias de Josep Maria Loperena (de próxima publicación) caigo en el relato del caso Scala, en el que actuó, junto con otros letrados, como abogado defensor de los inculpados. ¿Se acuerdan del incendio de la sala de fiestas Scala, situada en la esquina de la calle de Consell de Cent con el paseo de Sant Joan? Ocurrió un domingo, el 15 de enero de 1978, acaban de cumplirse 25 años del suceso. Hoy se sabe que se trató de un crimen provocado, el que se comete "en virtud de la inducción engañosa de una determinada persona, generalmente miembros de las Fuerzas de Seguridad que, deseando la detención de sospechosos, incita a perpetrar la infracción a quien no tenía previamente tal propósito, originando así el nacimiento de una voluntad criminal en supuesto concreto... el delito provocado enerva los efectos condenatorios por lo que, de acreditarse la provocación, debe absolverse al procesado" (sentencias del Tribunal Supremo de 1991/6524, 1994/3687, entre otras muchas).

Quien indujo al engaño fue un tal Joaquín Gambín, alias El Grillo, un delincuente que actuaba como agente provocador e infiltrado (en este caso en un grupo de cenetistas) a las órdenes del comisario del Cuerpo Superior de Policía, inspector jefe de la Brigada Central de Información, José María Escudero Tejada, alias Escubi. Gambín se introdujo en un grupo de jóvenes cenetistas, les enseñó a preparar cócteles molotov, los llevó en su coche al Scala, arrojó los cócteles (creyendo que al ser domingo no habría nadie, pero, por desgracia, mató a cuatro personas: tres empleados de la limpieza y un electricista) y, pocas horas después, denunció a los jóvenes a la policía y desapareció.

Huelga decir que unos años más tarde, una vez visto el caso del incendio del Scala y dictada sentencia condenatoria para los procesados, al ser, casualmente, detenido Gambín, éste afirmó que había actuado a las órdenes del comisario Escudero, cosa que éste siempre negó. Lo curioso es que por aquel tiempo el ministro del Interior era Rodolfo Martín Villa, que estos días reaparece como comisionado por el Gobierno para hacerse cargo del desastre ocasionado por el hundimiento del Prestige. Un Martín Villa obsesionado en aquellos años con cargarse la CNT-FAI, cosa que, con el incendio provocado del Scala, se consiguió en gran medida.

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