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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un libro que no miente

SON, DESDE mi punto de vista, muy pocos los libros literarios que no mienten. Hablo de mentira en el sentido más simple de ocultar la verdad, de falsearla, la mentira como materia que embadurna la realidad hasta que algunas zonas de la misma apenas pueden ser reconocidas. Se acepta en nuestros días con tranquilidad que la publicidad miente, como mienten los medios de comunicación. Pero de entre todos esos medios queda, parece, uno al margen, queda el rescoldo de la literatura. Las novelas no mienten, se dice, las novelas inventan historias precisamente para producir una clase de verdad, para desvelar las relaciones entre las cosas de este mundo. Sin embargo, no suele ser cierto. Ocurre únicamente que se ha perdido, casi por completo, como si fuera una práctica prohibida o pecaminosa, la posibilidad de hacer lecturas ideológicas de una novela. Por lo visto, la ideología sólo hace acto de presencia en alguna burda superproducción norteamericana donde los malos son tan malos o los finales felices tan felices que ofenden, y ni siquiera por ideológicos sino por burdos.

En cuanto a la novela, críticos, lectores, editores, se acercan a los textos apenas para ver si fluyen, si son ágiles, si hablan del misterio de la condición humana, si atrapan o seducen, si hablan de la moral o tienen ironía, pero casi nunca para decir si mienten cuando hablan y a favor de quién lo hacen. El resultado de esa mirada que se pretende inocente no es otro que la pasmosa unanimidad del mundillo literario español, una novela puede ser colocada la cuarta o la tercera en las clasificaciones y en las recomendaciones, pero jamás suscita el más mínimo debate, jamás quienes, se diría, hablan desde medios de comunicación con visiones del mundo enfrentadas osan ver en la literatura un modo de defensa o ataque a esas concepciones. Este hecho no es debido a que las novelas carezcan de ideología, sino a aquella descripción tan antigua según la cual la ideología dominante es casi siempre la ideología de la clase dominante. Hay novelas hábiles que escriben su ideología con la materia del cristal y es difícil encontrarla, y hay novelas menos hábiles que la vuelcan a paletadas en el tratamiento de sus personajes, pero a nadie le importa. ¿Quién necesita la verdad? Por el contrario, la mentira, como tanto se dice de la literatura, sirve para que no la vida, sino este modo concreto de vida, parezca soportable, de aristas más suaves, de amenazas menos visibles.

Quien esto escribe, vaya usted a saber por qué, necesita la verdad y ha encontrado un libro que no miente. Le ocurre pocas veces y por eso lo dice. El debate entre ficción y realidad no le interesa, le da igual que el narrador se llame como el autor o no, etcétera. Hay en cambio otro debate que le interesa más, el debate casi inexistente entre lo verosímil y lo necesario. La posibilidad de que ambos términos no sean lo mismo y de que incluso sean opuestos. El libro que ha encontrado entra de lleno en ese debate. Se llama Adiós a Sidonie. No es la condición humana, dice ese libro, ni es la naturaleza de las cosas lo que vuelve necesarios, forzosos, los comportamientos. En un mundo de reyes y de esclavos es verosímil que el rey mate al esclavo y quede sin castigo, pero no es necesario. En un mundo de vencedores y vencidos es verosímil que el vencido traicione a los suyos por falta de esperanza, pero no es necesario.

El narrador de Adiós a Sidonie rompe una ecuación que ha perseguido a la literatura durante siglos. Cuenta la historia firme y temblorosa de la vida de una niña gitana durante la Segunda Guerra Mundial y de su muerte a manos del régimen nacionalsocialista. Muestra cómo, siempre, la historia de alguien es también la historia de los demás. Y habla de lo necesario que las relaciones de dominación han convertido en inverosímil, y de lo necesario que sí existió. Después de relatar lo que ocurrió, vuelve sobre el relato para plantear con valentía lo que pudo haber ocurrido. Digo con valentía porque precisamente en un universo literario donde se encubre la ideología y, por tanto, se afirma que las cosas son así sencillamente porque son así, requiere valentía recordar que la realidad es una construcción, que las cosas podrían haber sido de otra manera. Por lo demás, Adiós a Sidonie no es sólo un buen libro, es también eso tan escaso, un libro que no contribuye a prolongar el daño, un libro bueno como hay también, a veces, una mujer buena o un hombre bueno.

Adiós a Sidonie. Erick Hackl. Traducción de Esperanza Romero y Richard Gross. Pre-Textos. Valencia, 2002. 120 páginas. 13 euros.

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