Universitarios de Lima: Juntos pero no revueltos
En la quinta entrega de la serie "Un día en tu universidad" Andrés Velarde, estudiante de la Universidad San Martín de Porres (Perú), muestra a Universia su visión de las distintas realidades en las vidas de los universitarios peruanos.
Lunes otra vez? De este a oeste el manto húmedo y plomizo de la madrugada va dando paso a un inusual cielo celeste. Son las 6.30 de la mañana y el sol asoma tímidamente sobre un barrio humilde en la periferia de Lima, llamado Zárate. Para Gino ya amaneció hace rato. Nos vemos hijo, le dice su padre; que toma las llaves del carro, se persigna y pega con baba el sticker fosforescente de "Taxi" en el parabrisas del destartalado Toyota del 85. Hoy será un día duro, como todos los demás.
Desayuna en la avenida un "cuáquer" (avena) con manzana y un chancay (pan dulce y barato), mientras espera al micro que ya llega. Se arrellana en un asiento junto a la ventana mientras repasa la misma separata que se pasó estudiando todo el fin de semana, pero el vaivén del carro lo hace presa del sueño. Ni los cláxones, los vendedores ambulantes o las maniobras suicidas del chofer podrán sacarlo de su modorra. Morfeo (dios del sueño) será su compañero de viaje durante una hora y media, hasta que llegue a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. De un brinco, apea de la combi que no se detiene y entra al campus. Él está seguro de que se convertirá en el mejor abogado penalista, aunque recién está en el segundo año. Será una pelea difícil, pero él está acostumbrado a pelear.
Ingresar a una universidad del estado no es para cualquiera. Sobretodo a la San Marcos. Muchos "cachimbos" (quienes recién ingresan a la universidad) han pasado, en promedio, 5 años preparándose, postulando y fallando. Es que aprobar el examen no siempre basta. La dificultad radica en que por cada plaza hay entre 50 y 80 postulantes peleando. Felizmente Gino lo consiguió al tercer intento. Al fin está dentro de ese 7.92% de la población (entre 15 y 24 años) que se jacta de tener carné universitario, que le sirve para pagar la mitad en espectáculos culturales y pasajes en transporte público.
Son las 10.00 a.m. y Gino sale de su clase de procesal civil. La próxima clase es a las 1.30 p.m. Aprovechará ese "hueco" para estudiar un rato en la biblioteca y almorzar en el comedor de la facultad. A las 4.00 p.m. terminará su última clase del día. A esa hora sube a un micro junto con otros 3 compañeros, pero no va de regreso a su casa. Saca una zampoña del morral, su compañero una quena, otro un charango y otro lleva un bombo. Luego de una breve introducción, empiezan a sonar los folklóricos acordes. Deleitan con "El Cóndor Pasa" a la distinguida audiencia que dormita en el bus. Al final del día sacarán 40 soles, suficiente para comprarse el "Código Procesal Civil comentado, ampliado y actualizado" que tanto anhela.
No muy lejos de ahí, en el distrito clase mediero de Jesús María, un despertador suena insistente. 7.00 a.m. De un brinco, Joaquín se sacude el sueño. Rápidamente prende la radio para enterarse de las últimas noticias mientras se mete a la ducha, se afeita, se pone el terno, ata la corbata, toma un café sin saborearlo y se despide de su madre. Carga su mochila con un par de libros y vuela a la agencia. No puede llegar tarde. Es cajero de un banco porque quiere ser periodista. Detesta ser cajero, pero no le queda otra; el salario es bueno y él necesita el dinero para pagar la mensualidad de la universidad. Casi todo el dinero se lo gasta en el lujo de estudiar en una universidad privada. La Universidad de San Martín de Porres no es la universidad más grande ni la más exclusiva, pero está dentro (apenas) de sus posibilidades económicas, además, su programa de Ciencias de la Comunicación es muy bueno. Es lo único que a Joaquín le importa.
Este ciclo Joaquín retomó sus estudios. Dejó de estudiar un año porque no podía pagar, pero este empleo le salvó la vida. Su madre le ayudaba a costear sus gastos hasta que su nombre apareció en la nómina de despidos masivos de la empresa transnacional donde trabajaba. El dinero ya no alcanzaba. Sabía que estudiar es importante, pero a veces lo urgente no da paso a lo importante.
Joaquín ingresó a una universidad privada en 1995 junto con 158 mil jóvenes de los cuales casi la octava parte (19 mil) concluyeron sus estudios. La mayoría abandona por problemas económicos; otros porque prefieren irse a los Estados Unidos o a Europa a trabajar en un empleo poco calificado y ganar mejor. "Me graduaré y punto, no importa lo que tenga que hacer; después veré si me voy yo también del país", dice. Y se quiere ir porque sabe que de cada 10 graduados 5 trabajan como "sub-empleados" es decir, en un área distinta (y peor remunerada) a la que estudiaron, 1 no consigue trabajo y sólo 4 alcanzan sus expectativas laborales.
A las 8.30 a.m. llega a la agencia del banco. En la puerta una cola infinita de jubilados se agolpa, grita y rechifla para cobrar sus pensiones. ¡Demonios, hoy es 30, cobran los viejitos?!. 9.00 a.m. Se abren las puertas del banco y la masa se aglomera frente a su ventanilla. Buenos días señor? su libreta por favor? tenga su dinero? ¡siguiente, por favor!... Buenos días señor? su libreta por favor? y así hasta las 6.00 de la tarde. Y vaya que es tarde ahora. Sale volando de la agencia y para un taxi. Señor, ¿Cuánto me cobra hasta la facultad de Comunicaciones de la San Martín? ¡Siete soles! ¡No sea abusivo! Le pago cinco ¿OK? Vamos rapidito, porfa, que tengo control de lectura hoy?
Lo bueno de mi universidad, dice Joaquín, es que los horarios están diseñados para que la gente pueda trabajar y estudiar a la vez. Mis clases son en "bloque" de 6.00 a 10.30 sin incómodos "huecos". Aún así, después de un día como el de hoy, se me hace difícil llegar despierto a la última clase.
Con un bostezo que me recuerda mucho al león de la MGM despierta Nuria. Ya van a ser las diez, pero ella no se apura. No tiene que estar en la "Fuck-ultad" sino hasta las 11.30. Total, la "U. de Lima" está muy cerca de su casa. Ella vive cerca al cerro de La Molina, que da nombre al opulento distrito. Según Nuria, hay que ser muy rico o muy pobre para vivir en un cerro en Lima. Al de La Molina no vienen muchos "brownnies", amenos que sea para trabajar.
Jugo de naranja y galletitas con "Philadelphia diet" para mí, por favor, dice la niña a la doméstica. Nuria come sin prisa y sin ganas. Cuidadosamente escoge su vestuario para hoy. Se mira al espejo y se dice a sí misma -sin fundamento- que está gordísima. Se monta en el carro que le regalaron sus padres cuando ingresó y sale a toda carrera. El camino a la universidad es insufrible. En cada semáforo de la Av. Javier Prado se acercan a su ventanilla niños limpialunas, viejos mendigos, lisiados que le ofrecen ruda (planta rutácea de olor fuerte usada en la medicina) "pa' la suerte", mineros despedidos que piden "colaboración", vendedores de chucherías y malabaristas huachafos; todos pugnando por unas monedas. Vaya freak show, piensa.
Llega a la facultad justo a tiempo. La clase de contabilidad I está a punto de comenzar. Pese a que detesta esta clase, es en la que más se aplica. Ella algún día será administradora de negocios y necesitará llevar perfectamente las cuentas de la empresa que heredará de papá. Comprende bien que la educación es una inversión, es por eso se matriculó en una de las universidades más costosas de Lima.
A la 2.00 termina su clase. La próxima comienza a las 4.00 p.m. aprovecha el tiempo para leer el libro de De Soto que lleva a todos lados. Se sienta en uno de los jardines, cerca de la pileta. Hace algún tiempo, la municipalidad del distrito exigió a la universidad que ponga más áreas verdes en el campus, y por eso, un área que funcionaba como estacionamiento se convirtió en un campo ecológico al puro estilo de Miami.
Los campus de las universidades varían mucho, es así que las universidades privadas más modernas y exclusivas, cuentan con áreas sumamente ordenadas, con un tamaño relativamente pequeño pero con lo necesario para dar un excelente servicio a su comunidad, desarrollando edificios modernos.
Las otras privadas (no tan exclusivas) en cambio, no crecen tanto con edificios, sino se dispersan. Son una constelación de facultades distribuidas por toda la ciudad. Éstas generalmente son casonas acondicionadas para funcionar como centros de estudios. Así pueden dar la oportunidad de estudiar a más alumnos.
Las universidades estatales, en cambio, les es muy difícil crecer o dispersarse en más locales debido a su bajo presupuesto que depende directamente de estado, el mismo que no siempre cuenta con suficiente capital para satisfacer las necesidades primarias. Sin embargo, con los pocos recursos que manejan y que generan con sus centros de producción, se las ingenian para actualizar su infraestructura y mantener una adecuada educación universitaria.
Son las 6.15 p.m. y Nuria conduce de regreso a su casa. Toca la bocina histérica. Un taxi destartalado, Toyota del 85 le había cerrado el paso para quedarse parado a mitad de la pista, discutiendo por el precio del viaje con un tipo que le solicitó la carrera. El tipo viste un terno corriente. Al parecer salió de una agencia bancaria. Ella le grita y hace señas para poder seguir su camino y se pierde de nuevo por la avenida Javier Prado.
Y así diariamente, juntos pero no revueltos, miles de individuos que comparten la misma ciudad pero no la misma realidad, tratan de salir adelante; cada uno a su modo, cada uno tirando en una dirección distinta.
Mientras tanto, un manto húmedo y plomizo cubre la noche de Lima. Mañana será otro día, y el sol saldrá igual para todos.
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