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Columna
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Paquetería

Las fechas navideñas son especialmente propicias para la comunicación personal. Enviamos buenos augurios y nos desean amor, salud, prosperidad y alegría. Decía el general De Gaulle que este tráfico postal extraordinario consiste en que las secretarias de personajes importantes felicitan a otras secretarias de parecido rango, porque tan cordiales deseos rara vez transponen ese nivel.

Pocos nos limitamos al simple trueque de cartulinas iluminadas y crece el número de los obsequios que enviamos a distancia. Antiguamente, no sólo por Reyes, sino en el nombre del ya residenciado Santa Claus, los regalos se recogían en el domicilio del donante. Allá iban hijos, sobrinos, dependientes con la sonrisa de gratitud puesta, para cosechar la dudosa munificencia. Ya no. Espoleados por la publicidad, los seres humanos se bombardean con dádivas, sea cual fuere la distancia, confiando en los servicios de Correos o en las empresas de mensajería. Si el contenido es frágil, pocos conocedores aconsejarán el intermedio de la Posta oficial. En el tramo de manipulación, los paquetes serán maltratados, en la seguridad de que no se deducirán responsabilidades.

Ante la evidente crisis de las Comunicaciones del Estado, cuyos buenos propósitos aceptamos, el personal contratado para afrontar el aumento de las prestaciones, no suele ser cualificado. Los veteranos, los más expertos, procuran reservarse esos períodos vacacionales, para eso son expertos y veteranos. Lo mismo sucede en las empresas privadas. En el convenio contractual del trasiego de correspondencia y paquetería, el trasportador recibe, en determinadas y específicas condiciones, la mercancía que, cobrada generalmente por adelantado, se compromete a entregar en fechas más o menos fijas -exceptuadas fiestas y vísperas- en horarios que se determinan como "el curso de la mañana o de la jornada".

Una persona querida me anuncia el envío de un regalo -una bufanda- a través de SEUR -cuyos servicios suelo utilizar- para que me llegara exactamente el día después, por lo que satisfizo una cantidad extra, pues era sábado. En Madrid y la mayoría de grandes aglomeraciones urbanas, en esas fechas los portales están cerrados y sustituidos por los porteros automáticos. Para tener la seguridad de recibir el paquete, no cabe otro recurso que el de envolverse en una manta y montar guardia junto al telefonillo, porque el mensajero rara vez llama dos veces y menos se ocupa de sondear entre los vecinos alguno que se haga cargo de la encomienda. Mira el reloj, apunta la hora exacta y marca con una equis la casilla "ausente".

A poco de la guerra hispano-norteamericana, por la cual nos echaron de Cuba, el general o coronel yanqui solicitó un voluntario para atravesar la manigua y entregar una urgente comunicación al cabecilla indígena. Miró fijamente a los ojos del faraute y sin otra orientación, le dijo: "Entrega esto en mano". El célebre "Mensaje a García" hoy ni siquiera se habría escrito.

En estos avatares interactivos hube de mandar sendos paquetes familiares. El encaminado a Barcelona fue llevado en tiempo que el destinatario consagra al trabajo; un volante reseña el teléfono donde indicar el momento más oportuno para la ulterior entrega. Así se hizo, pero tuvo lugar, a la misma hora del día siguiente, con nueva papeleta, informando que sería preciso recogerlo en dependencias del transportista.

El otro caso es de antología de la inmersión lingüística, con destino a la capital balear. Se consignaba el nombre de barrio, distrito postal y calle, que era la de Ana Villalonga. Hace más de 40 años que en ella residen mis parientes, pero no se pudo entregar porque -según posteriores averigua-ciones- en mallorquín se dice "Aina", no Ana. Escasa capacidad de investigación del mensajero. Si yo fuese terrorista, jamás enviaría un paquete bomba o una carta explosiva a una región autonómica con lengua vernácula sin exhaustivas confirmaciones, y menos durante las fiestas navideñas. A menos que se trate de un atentado indiscriminado. Al formular las reclamaciones por teléfono, recibí las tímidas excusas de una empleada que debía ser amable por naturaleza. Según la letra pequeña, la culpa recae, siempre, en quien envía y el que recibe.

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