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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Picabia o la coherencia de sus distintas personalidades

El interés artístico del trabajo de Francis Picabia ha sido objeto de muy distintas valoraciones. Para unos, su obra se limita a su periodo dadaísta, otros creen que el día en que abandonó el impresionismo dejó de ser pintor, unos terceros lo quieren exclusivamente en tanto que padre de la figuración contemporánea, mientras que tampoco faltan quienes lo reivindican como precedente del pop-art. Hay otros Picabias posibles: cubista, fauve, surrealista, kitsch, abstracto, posmoderno o dimensionista. Todos son reales e incompletos. El Museo de Arte Moderno de la Villa de París ofrece, hasta el 16 de marzo, la posibilidad de descubrir un Picabia que los engloba todos sin negar ninguno. Es la mayor retrospectiva jamás consagrada a este parisiense de origen cubano-español por parte de padre.

FRANCIS PICABIA

Museo de Arte Moderno de la Villa de París. París Hasta el 16 de marzo

Nacido en 1879, Francis Picabia lo tiene todo muy pronto: talento, éxito y dinero, pues antes de cumplir los 30 vende todo lo que pinta, estupendos paisajes a la manera de Sisley, Pissarro o de él mismo. "De joven copié los cuadros que tenía mi padre. Vendí los originales y los reemplacé por la copia. Nadie se apercibió de ello y yo descubrí mi vocación", dirá luego. La suya no es una vocación de copista, aunque a él le guste jugar con el equívoco, como cuando, en 1921, responde al periodista de Le Matin que le acusa de haber copiado para una de sus telas el esquema del freno de una turbina aérea: "En vez de copiar una manzana he escogido una turbina. El artista elige, imita su elección y la deformación de la misma constituye el Arte". Por si no bastaba con ello, por si la referencia a la manzana no era lo bastante explícita, Picabia remacha el clavo diciendo que "el señor Cézanne tiene un cerebro de frutero... Cézanne ha pintado su enfermedad de la manzana, nosotros pintamos la enfermedad de ser nosotros mismos".

Para sus antiguos colegas dadaístas y surrealistas, cada vez más interesados por el radicalismo político, la decisión picabiana de instalarse en la Costa Azul y embarcarse en sus series Monstres y Transparences se asemejaba a una traición, a un "dejar de ser él mismo". En la revista Arts escribieron que "su producción es poco homogénea y nos hace dudar sobre sus intenciones". Para Jean-Jacques Lebel -y para Polke, Warhol, Dietman o Kelley-, ése es uno de los grandes valores de Picabia, que "no teme esquivar la ideología dominante de la era cristiana fundada en el dogma de la Unidad del Yo". El artista lo había dejado bien claro desde muy pronto: "Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección".

Lo cierto es que hay sucesi-

vos Picabias pero su sucesión es pareja a la evolución de la historia de la pintura, sólo que a veces la anticipa treinta o cuarenta años, como cuando, a finales de los veinte y principios de los treinta, se sirve de pintura industrial, plumas y macarrones para evocar el paisaje mediterráneo o, diez años más tarde, retrabaja la fotografía para fabricar eróticas e irónicas escenas entre mujeres. Aristocrático y melancólico, hedonista y desesperado, Francis Picabia sueña con vivir "una vida sin mañana", fuese éste "radiante" o no, porque prefiere asumir la libertad del presente, incluso cuando el mismo depende del azar o el capricho.

Los viajes a Nueva York -en 1913 es el único vanguardista europeo lo bastante rico como para viajar a la ciudad de los rascacielos y asistir al mítico Armory Show-, a Barcelona en 1917 y 1922, su instalación en la Costa Azul y los sucesivos yates que le sirven de residencia también pesan en su producción, pues si Nueva York lo llena todo de máquinas y tecnología, Barcelona le inspira unas "españolas" de pandereta con las que se burla del "retorno al orden" subsiguiente al drama de la I Guerra Mundial, así como hace surgir el pasado románico, mientras que el mar y el sol favorecen los desnudos, los amantes ridículos y la eclosión de un mundo carnavalesco. La exposición se completa con la proyección de filmes en los que Picabia intervino, como el célebre Entr'acte de René Clair, de una muestra de sus libros o de las revistas que impulsó, así como de la posibilidad de verle y oírle en las entrevistas que concedió entre 1946 y 1949, cuatro años antes de su desaparición.

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