Luminarias
Para saber, en estos comienzos del nuevo año, hacia dónde se dirige Alicante, no es preciso encargar costosos estudios de prospectiva. Ni hace falta enfrascarse en discusiones interminables, que difícilmente aportarán alguna luz sobre el asunto. Desde luego, no se debería cometer la imprudencia de preguntar su opinión a algún político: sea de uno u otro bando, lo más probable es que responda con una lista de simplezas, tópicos y vaguedades que no habrán de servirnos para nada, de modo que perderemos nuestro tiempo.
Si realmente desea uno saber hacia dónde se encamina Alicante, la solución es mucho más sencilla y se tiene, como quien dice, al alcance de la mano. Bastará un breve paseo por la Rambla de Méndez Nuñez, y contemplar la iluminación navideña que adorna la avenida principal de la ciudad. Ante esas luces ridículas y algo infantiles, comprenderá usted, sin necesidad de otras explicaciones, que Alicante no se dirige a ningún lado. Es impensable que cualquier ciudad, con un punto de amor propio, aceptara esas luminarias para engalanar sus calles. Pero Alicante, amigo mío, carece, desde hace años, de estima propia.
Para que una ciudad del tamaño de Alicante funcione como es debido se requieren, al menos, tres elementos. Un gobierno municipal con ideas adecuadas, dotado de perseverancia y firmeza en sus acciones; una decena de empresarios con algún sentido social y unos objetivos que traspasen la cuenta de resultados y, por último, una oposición eficaz, que controle a ese gobierno municipal y muestre a los ciudadanos otras maneras de resolver los asuntos. Ninguno de esos fundamentos se da hoy en Alicante.
Alicante tiene una larga tradición de alcaldes que no han gobernado. Por lo general, han sido personas de alguna relevancia social que, por uno u otro motivo, han llegado a la alcaldía sin poseer una idea particular de la ciudad. El señor Díaz Alperi, el actual alcalde, no es una excepción. Al contrario, en él se agudizan los problemas que comporta esta desdichada actitud. Y ello es porque el señor Díaz entiende la alcaldía como un puesto de trabajo, en el que uno está para labrarse un porvenir. Y cuando uno debe labrarse un porvenir -cosa muy seria, ciertamente- queda poco tiempo para gobernar.
En cuanto a los empresarios alicantinos, se han desentendido de la ciudad para lo que no sea su negocio. Desde que Eduardo Zaplana accedió a la Generalidad, no hemos escuchado una idea propia en boca de estos señores. Hoy, entre los patronos alicantinos impera el voto de obediencia, que siguen a rajatabla. De aquella raza de empresarios que, treinta años atrás, movieron cielo y tierra para que Alicante tuviera una universidad, no queda rastro. Ha desaparecido devorada por las subvenciones y las regalías.
Oposición municipal, lo que se dice una oposición municipal, no existe en el Ayuntamiento de Alicante. Hace tiempo que sus miembros entraron en un estado de perplejidad que no han abandonado. Como el plazo transcurrido debe ser considerado suficiente para que esas personas aprendieran el oficio, no debemos alimentar ilusiones al respecto y hemos de resignarnos a vivir sin su trabajo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer?
Así pues, sin gobierno municipal, sin oposición y sin una clase dirigente que mueva un dedo por la ciudad, ¿adónde creen ustedes que se encamina Alicante?
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