El chaval medio salvaje que llegó a lo más alto
Hace ocho años, cuando Iván Raña era un chaval de 15, espabilado, valiente y ágil, César Varela ya manejaba una regla de tres: "Induráin es al ciclismo lo que Raña es al triatlón". "Desde entonces sabía que Raña sería campeón del mundo, alguien muy importante en el triatlón", dice ahora Varela. "Iván también lo sabía".
César Varela quiere ser anónimo, pasar inadvertido, que nadie sepa que existe. Quiere sudar a gusto, sin nadie al lado, cronómetro en mano, al borde de la piscina cubierta del Centro de Alto Rendimiento de Madrid, mientras sus pupilos, más de media docena de triatletas, se ejercitan infatigables en la rutina diaria, 12.000 metros o así, 240 idas y venidas, de lado a lado de la piscina. "Cuento lo que haga falta, pero yo no quiero salir en ninguna parte", advierte. Casi asusta. Tarea imposible. César Varela es el entrenador de Iván Raña.
"Te dices que si has sido campeón del mundo, tendrás que ser campeón olímpico, que lo da todo"
"No entiendo cómo hay gente que no disfruta yendo al monte, de la sensación de libertad"
"En el instituto el guapo era uno que hacía atletismo de velocidad. Yo era el 'matao"
Mientras su técnico, que también fue su compañero de piso, el hombre que lo descubrió, lo encarriló, le reveló la existencia del triatlón, mientras Varela trabaja en Madrid, en Santiago de Compostela, en su ambiente, con su gente de toda la vida, con su novia, unido a Madrid por el teléfono y el fax, vive Raña, quien quizás ha sido el deportista español más destacado de 2002. Campeón de Europa. Campeón del mundo. Ganador de tres pruebas más. Imbatido en una especialidad olímpica.
Tiene 23 años. Es un deportista natural. Un culo inquieto que no puede estar quieto y que hace bien todo lo que se propone. Con menos esfuerzo que los demás. El síntoma del genio deportivo. "De pequeño, con 10 años, veía por la tele la Vuelta a España y pensaba que de mayor sería ciclista y sería un campeón", dice Raña. "Y cuando corría a pie y cuando nadaba, tenía ganas de competir y de llegar también a lo más alto".
Aprendió a nadar a los cinco años. En los cursillos de verano de la piscina de Ordes, su pueblo, a 24 kilómetros de Santiago. Al terminar el verano, el monitor organizaba competiciones entre los renacuajos. Raña ganaba siempre. "Entonces me empezaron a hablar de entrenadores y de tomarme ya en serio la natación".
Dos días a la semana su madre les cogía a él y a su hermana Natalia y los llevaba a la piscina de Santiago. Y los días que la madre no podía, cogían el autobús. Salían de casa a las seis de la tarde, hasta las nueve y media no volvían. Invierno tras invierno. A los 11 años ya se cruzó con Varela. Poco después empezó a entrenarse tres días a la semana. "Pero era de los que menos se entrenaba. Aquello no era como los clubes catalanes, que machacan mañana y tarde", dice Varela. "Y él era de los que menos de todos, unos 10.000 metros a la semana". Pese a ello quedó campeón de Galicia en estilos, y eso que como no había estado muy bien en las series salió en la final por la calle uno, y nadie contaba con él.
Raña es un chico inteligente. Tiene una gran memoria. Le aburre estudiar. Se queda dormido sobre los libros. Lo que le gusta es la naturaleza, el monte. "Yo lo comparo con un indio, con un piel roja", dice Varela. "Tiene atracción por lo duro, por las vivencias puramente físicas, el contacto con la naturaleza, el dominio del cuerpo, la plenitud física. Comer cualquier cosa, tirar para adelante y ser duro". Coge la bicicleta de montaña por la mañana y no vuelve a casa hasta la noche. "Yo me decía que era medio salvaje", dice Raña. "Parecía que no había límites para mí y para mis hermanos. Jugábamos a lo bestia, a romper la bicicleta, a tirarnos por los barrancos".
O se va a correr por el monte. "Mi hermana y yo oíamos que había que entrenarse para ir a las carreras, así que nos íbamos los dos a correr por el monte o a casa de los abuelos. Corríamos y cuando nos cansábamos, parábamos. Cogíamos fuerzas y volvíamos a correr. Así nos entrenábamos. Desde luego, a mí, el tema de la ciudad... No entiendo cómo hay gente que no disfrute yendo al monte, de la sensación de libertad. Necesito poder dar tres pasos y estar perdido por ahí. Es lo que me pierde, y, mira, lo estamos estropeando entre todos. He estado un fin de semana limpiando chapapote y estoy desesperado. Eso no se arregla en años".
Iván, el chaval, ha convencido a sus padres y toda la familia Se va los fines de semana a correr carreras pedestres populares. Iván se entrena poco y gana a todos.
En la vida de Iván Raña hay un momento decisivo. Verano del 94. Se va de casa, se entera de la existencia del triatlón. A su casa le llega una convocatoria del Centro de Tecnificación de natación de Pontevedra, pero no puede acudir porque ha suspendido una asignatura. Su madre va a ver a Varela. "No sé qué hacer con Iván", le dice. Son cinco hermanos. Sus padres no pueden controlarle. Iván es serio pero le cuesta concentrarse. Se disipa. Necesita encauzar su energía. Varela le habla a su madre del triatlón. También le dice que él es muy padrazo, que le gusta educar y guiar a los jóvenes, que ya ha tenido viviendo en su casa a dos nadadores y que le fue muy bien, porque le obligaba a llevar una vida más ordenada, a ser más responsable. Los padres le conocía y le dijero "okey, vamos a probar lo del triatlón". Se compró una bicicleta de 100.00 pesetas y empezó a salir en serio.
No es una elección fácil. En el instituto a Raña le llaman "matao" porque practica un deporte que no es muy aparente. "No es un deporte pijo", dice Raña. "No va de marcas de ropa o cosas de ésas. En el instituto el guapo era uno que hacía atletismo de velocidad. Yo era el matao". No fue fácil, pero funcionó. "Yo flipaba con la bici y quería ser de todo, nadador, atleta, ciclista. Me federé en las tres federaciones, y también en la de triatlón, siempre aguanté en el triatlón, hiciera lo que hiciera siempre tenía en la cabeza que era triatleta, siempre me veía enganchado al triatlón", dice Raña. "Y desde que estoy con César, desde los 15 años mi objetivo era estar en lo más alto. Y César también lo pensaba, que yo sería el hombre de referencia a nivel mundial. Los dos nos planteamos alcanzarlo a largo plazo, con paciencia".
No fue fácil, porque había gente que se reía, que preguntaba y ésos dos locos qué se han creído, qué hacen ahí solos. "Eso me hizo más fuerte, aprecio más todo lo que hago".
En la cara de Iván Raña, en los labios, están marcadas las cicatrices de su oficio. Las caídas. Los accidentes. Una caída en bicicleta, solo, tropezando con una alcantarilla. Otro par de caídas con coches. "Le entró miedo a César, a mí no, pero aprendí a dejar pasar a los coches. Yo dominaba muy bien la bicicleta y bajaba muy rápido, pero estuve un año sin arriesgar".
Trabajaban Varela y él juntos, ya casi a dedicación plena, 30 horas a la semana, y lo hacían solos, sin apoyo federativo ni de la Xunta. "Éramos yo y sus padres", dice Varela. "Llegamos a un acuerdo de que me devolvería más tarde lo que yo le adelantara. Ya le decía yo que lo mío era una inversión y que el privilegio era el mío por poder entrenarle. Es un hombre hecho para el triatlón. Está dotado excepcionalmente porque tiene una gran resistencia y es un nadador nato. Ésa es su ventaja". Raña se hincha a ganar en Galicia, pero Varela nunca le felicita, ni él se lo pide. "Todo eso era normal, estaba en el programa. Era mejor que todos, tenía que ganar, ésa no era su competición", dice Varela. "Ganaba, cogía el trofeo y se iba a casa. Nunca se le subió a la cabeza". Todo llegó poco a poco. Desde el 96 estuvo en la élite júnior mundial. "Y en el 99 cambié el chip definitivamente. Dejé los estudios y empecé a pensar en los Juegos de Sydney. Me veía verde por falta de experiencia, pero quería competir allí, y creía que podía estar ahí". Fue quinto en los Juegos. Tenía 21 años. "Decidí entregar todas mis fuerzas al triatlón. En este deporte lo importante es el entrenamiento; luego, concentrarse en los aspectos técnicos y de mejoras. Y espero seguir mejorando todos los años. En 2001 viví como un monje en la residencia Blume, en Madrid, y no me fue muy bien, pero en 2002 me volvía a casa y el cambio ha sido radical, para bien".
El atleta paciente leía revistas y veía a los míticos australianos, sus héroes, y le entraba la prisa para estar a su altura. "Veía siempre nombre ingleses por delante y creía que yo nunca iba a llegar. Y luego, llega un día en que cruzas la meta, y ahí lo tienes, el Mundial. Lo disfrutas y piensas en el futuro. Y te dices que si has sido campeón del mundo, tendrás que volver a serlo para que la gente no crea que ha sido de casualidad, y que tendrás que ser campeón olímpico, que es el título que te lo da todo. En triatlón los Juegos Olímpicos lo son todo".
En los tiempos científicos-técnicos que corren, en la época de los entrenamientos superdepurados, de las cámaras hipobáricas, de los suplementos nutritivos, Raña sigue siendo un salvaje. "No es un atleta sistemático. Tiene que estar a su aire", dice Varela. "Y para dejar a los otros atrás no necesita concentraciones en altura, ni cámaras, ni nada. Hasta que no lleguen cuatro que le puedan..."
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.