Bailando con adolescentes
La Comunidad de Madrid organiza un programa de difusión de la danza contemporánea para jóvenes de 12 a 19 años
El adolescente no es un espectador fácil. Al bailarín se le suele subir el escenario a la cabeza y fácilmente cae en el endiosamiento. Dos lugares comunes. Dos de las llamadas verdades a medias que saltan por los aires por obra y gracia del programa Trasdanza. Además de ser la causa que ha hecho posible aunar los intereses de dos colectivos generalmente alejados, Trasdanza es un amplio proyecto de promoción y difusión de la danza contemporánea entre jóvenes de 12 a 19 años de la región.
El programa, que organiza la Consejería de las Artes de la Comunidad de Madrid, surgió a la luz de los éxitos cosechados por otro programa similar, Trasteatro, dedicado a la difusión de las artes escénicas que se desarrolla este curso por tercer año consecutivo.
La propuesta habla de ellos mismos: "Son cosas que nos pasan", dicen los chicos
Los buenos resultados obtenidos en este último han impulsado la ampliación de la actividad a otra disciplina escénica, la danza, aún más desconocida entre los jóvenes que el teatro, sobre todo en la modalidad de contemporánea, según cuenta Ana Cabo, una de las responsables del proyecto y miembro de la Asociación Cultural por la Danza en la Comunidad de Madrid.
Es arriesgado apostar por un final feliz en una función que se desarrolla con el patio de butacas repleto de adolescentes (unos 400), que en su mayor parte desconocen por completo las claves para disfrutar del lenguaje coreográfico. Es difícil aventurar que los seis bailarines que evolucionan en escena van a lograr retener la atención y el interés de unos espectadores neófitos. Y, sin embargo, los agoreros perderían la apuesta.
¿Casualidad? ¿Cuestión de suerte? Ni lo uno ni lo otro, tampoco hay que buscar la explicación en una disciplina férrea impuesta a los chicos y chicas, a la sazón público. La clave para entender la situación reside en el trabajo previo que artistas, profesores y alumnos han desarrollado conjuntamente.
Antes de acudir al espectáculo, los bailarines han visitado el centro educativo y han desarrollado, en grupos de aula (unos treinta alumnos por grupo), un taller de movimiento corporal. En una sesión anterior con los profesores, les han entregado material de apoyo, que incluye desde un cuadernillo didáctico hasta un CD con música del montaje.
Hace unos días, cuatro de los seis bailarines profesionales implicados en el proyecto, Mercedes del Castillo, Joaquín Hinojosa, Lourdes Mas y Gustavo Ramos, acudieron al centro San Alberto Magno, en la capital. Tuvieron en frente a un centenar largo de alumnos. Y debieron emplearse a fondo para tornar algunas resistencias clásicas (sobre todo en los chicos) en voluntad de participación.
Entre los primeros gestos de quienes se escondían detrás de las columnas del gimnasio para escaquearse de "hacer el ridículo" (una frase escuchada varias veces, entre murmullos) al "ahora me toca a mí" del final, median dos horas de trabajo intenso; ejercicios de calentamiento, repetición de movimientos...
Los bailarines que entraron en el centro con el marchamo de "bichos raros" se han convertido en sus colegas, ante los cuales se expresan con libertad ("soy una máquina", dice orgulloso un alumno de 3º de la ESO, después de haber logrado repetir una secuencia de movimientos, al ritmo de la música grabada).
Dos días más tarde, cuando asisten a la representación, los bailarines son, además, objeto de su admiración "por las cosas que son capaces de hacer".
A Jorge, de 16 años, le ha interesado más esta última parte, la de ver el montaje, "porque con el baile dan a entender muchas cosas; es otra manera de decirlas". Fresia, alumna de 3º de Secundaria, se queda con la parte técnica "las luces del último número" y con lo "expresiva" que encontró la coreografía que refleja los estragos que deja en una pareja el consumo excesivo de alcohol.
A todos les encanta reconocer en el escenario "los pasos que enseñaron en el cole" y la mayoría coinciden en que la propuesta les llega porque habla de ellos mismos ("son cosas que nos pasan", "nos vemos reflejados" o "a casi todo el mundo le ha pasado que le deje la persona con la que salía", son el modo como lo expresan algunos alumnos del instituto Salvador Dalí, de Leganés).
Los bailarines valoran la experiencia con entusiasmo. A una de ellos, Lourdes Mas, le tocó trabajar en el aula de 1º de ESO del San Alberto Magno.
No era precisamente un espacio amplio para moverse con una treintena de alumnos, pero la cuestión no acobardó ni al profesorado (que tomó un papel activo para que la actividad tuviera éxito) ni a la bailarina que, al acabar la sesión, decía de sus aprendices: "Son majísimos. Es un trabajo de lo más gratificante". En palabras de Mercedes Pacheco, una de las personas que han elaborado el programa, el proyecto no sólo se dirige al joven, sino también al bailarín "que se sensibiliza con el mundo de la adolescencia".
20.000 espectadores
"Es un espectáculo más para adultos, no de niños", sentenció Daniel al terminar la función. Por su edad, 13 años, el chico valora que ya no le traten como el niño que ha dejado de ser. Y eso es lo que más le ha gustado. No es una cuestión menor, porque precisamente ha sido uno de los objetivos que se planteó la Asociación Cultural de la Danza de Madrid a la hora de abordar el proyecto: que no se rebajara la propuesta artística por el hecho de estar dirigida a un público joven y sin formación en ese área. No en vano, de las 14 coreografías presentadas se seleccionaron cinco de artistas reconocidos, como Mónica Runde (Datura sanguínea), Teresa Nieto (Fa-Dos), Chevy Muraday (De tripas corazón), José Reches (En tierra de nadie) y Paloma Díaz (Me da igual). En conjunto, Trasdanza y Trasteatro llegará este curso (hasta el próximo 30 de abril, cuando finaliza) a unos 20.000 adolescentes, alumnos de más de un centenar de centros docentes de la región. El programa pionero, Trasteatro, surgió a raíz de conocerse el Estudio sobre Hábitos y Consumos Culturales de la SGAE (1999) y el Informe sobre la Juventud Española del Injuve (2000), en los que se detectaba un "bajo" interés de los jóvenes entre 12 y 16 años por el teatro. La Dirección General de Promoción Cultural de la Consejería de las Artes se propuso entonces abordar algunas acciones de intervención social, concretadas en una campaña de sensibilización teatral. En esta tercera edición, el programa ha sido elaborado por la compañía Guindalera Escena Abierta, que ha montado la obra de Shakespeare Sueño de una noche de verano.
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