Nota al pie
A LA INCAUTA ilusión con que las vanguardias creían avanzar hacia el porvenir, ha sucedido hoy, a falta de análogos entusiasmos, la querencia a enfilar los ojos hacia el pasado. Sobre el lienzo blanco o tabla rasa de la posmodernidad se proyectan las sombras chinescas de las literaturas de antaño, todas a la vez. Es el tiempo y la estética de los revivals. Todo parece renacer, salvo acaso el Renacimiento.
Vuelve, así, una Edad Media muchas veces menos real que modelada en la fantasía puro siglo XX de El séptimo sello, Camelot o El señor de los anillos. Vuelve un Barroco no siempre mejor entendido que cuando Moréas saludaba a Rubén invocando a "don Luís de Gongorá y Argot", con oxítonos y e muda. Vuelve la mística que no mira a Dios sino sólo a sí misma.
El Romanticismo no puede volver, porque jamás se ha ido. Seguimos debiéndoselo casi todo, en bien y en mal. En mal, por ejemplo, las identidades, el poema en prosa (que viene a ser lo mismo: la poesía sin el verso, las esencias sin las cosas) o, según acaba de argüir George P. Flechter (Romantics at War, Princeton), el presidente de Estados Unidos. Con todo, si el Romanticismo orienta todavía sustancialmente la idea de la literatura y de las artes, filtrándonos la Edad Media, el Barroco o la mística, el Renacimiento permanece en la lejanía como cimiento y piedra de toque de cuanto ha venido después.
En 1930 y poco, Rafael Alberti, José Antonio Primo de Rivera y Manuel Altolaguirre coincidían en pedir que Garcilaso volviera. La vuelta del toledano no pasó a corto plazo de anecdótica, pero los versos de Garcilaso, eminentes sin afectación y cadenciosos sin sonsonete, no han dejado nunca de estar en el trasfondo de la tradición española, quizá no tanto como dechado cuanto punto de referencia. La poesía sin más, indiscutida, ha sido Garcilaso, y en relación con Garcilaso se han medido la novedad, la desviación y la herejía.
Tres cuartos de lo mismo cabe decir de la prosa. Sin que se imponga un nombre sobresaliente (y así debe ocurrir con la prosa, nótese bien), la prosa castellana por excelencia, la mejor de nuestra literatura, la escribieron en el Renacimiento Alfonso de Valdés y Bernal Díaz del Castillo, Teresa de Jesús y "Lázaro de Tormes", hacia Cervantes. Lo demás, durante años y años, es a veces ingenioso o inteligente, pero suele no pasar de posturitas.
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