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MI AVENTURA | MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Gorée, la isla de los esclavos

VISITAR SENEGAL en enero es un placer. El clima tropical te da la bienvenida nada más pisar el aeropuerto de Leopold Sedar Senghor, nombre del padre de la independencia del país.

La travesía desde el puerto de Dakar a la minúscula isla de Gorée, situada enfrente de la capital, es breve. Turistas y nativos viajan en un transbordador surcando las aguas del Atlántico en la corta distancia que separa el continente de este precioso y bucólico enclave, que antaño fue testigo de uno de los episodios más oscuros de la humanidad. Con un poco de suerte, el trayecto lo ameniza algún grupo de espontáneos, que sacan los tambores y empiezan a cantar y a tocar en cubierta. Nada más atracar en el pequeño embarcadero, junto a una cala de arena blanca y agua color turquesa intenso, conviene no detenerse y visitar la Casa de los Esclavos, en cuya puerta reza la siguiente frase: "El pueblo senegalés vigila esta casa con el fin de recordar a todo africano que una parte de sí mismo ha transitado por este santuario". Y es que desde esta prisión decenas de miles de nativos emprendieron hacia América, embutidos en tétricas bodegas, un viaje sin retorno. Cuando se recorren sus estancias y se entra en las celdas parece que aún se pueden oír los gemidos de aquella pobre gente. Una vez digerido este pasaje de la historia, conviene perderse sin prisa por las empedradas calles de Gorée. Las casas, bajas y de estilo colonial -rojas, amarillas, ocres- se abren paso entre irregulares plazoletas resguardadas del sol por frondosas acacias e impresionantes baobabs que hacen enmudecer a cualquiera. Y en cada esquina, niños correteando y mujeres ataviadas con preciosos bou-bou, el traje típico de las senegalesas, vigilan pacientes los improvisados puestos de fruta y cacahuetes, agua de coco y, sobre todo, artesanía: vistosos cestos de mimbre con los colores de África, cuencos y figuras de ébano, pañuelos de alegres tonos, calabazas vacías con grabados hechos a fuego, sombreros de paja, collares de clavo, brazaletes de cuerno de cabra...

Y al fondo, el océano, inmenso, imponente, baña Gorée preservándola tal y como es: un acogedor y soleado trocito de África donde el tiempo no transcurre.

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