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Crítica:ÓPERA | 'LA WALKYRIA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Wagner, más próximo

Sevilla va consolidando año tras año el gusto por Wagner. En pleno curso 2002-03 de fiebre de walkyrias (lo escribo a lo tradicional; algunos prefieren utilizar valquirias) en España, con representaciones escenificadas diferentes de la primera jornada de la tetralogía dispuestas a recalar en las temporadas del Real de Madrid y del Liceo de Barcelona, y con Canarias a punto de poner fin al ciclo completo de El Anillo del Nibelungo después de la reciente conclusión del suyo en Bilbao, el teatro de La Maestranza de Sevilla da un pasito más en su acercamiento wagneriano y tímidamente se adentra en La walkyria, una vez terminado el repaso de las óperas románticas de juventud (o primera madurez, si se prefiere). Los wagnerianos se han instalado en el gozo, los que no lo son dicen que esta locura de retórica es como una pesadilla; más aún, que es como una marea negra.

La Walkyria

De Richard Wagner. Director musical: Marc Soustrot. Directores de escena: Moshe Leiser y Patrice Caurier. Con Janice Baird, Elisabete Matos, Poul Elming, Hans Tschammer, Katja Lytting, Robert Hale, María Rey-Joly, María José Martos, Julia Oesch, Sandra Galiano, Clara Bystrand, Eleonor Wiman y Jadranka Jovanovic. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Producción del Gran Teatro de Ginebra. Teatro Maestranza, 9 de diciembre.

Sin caer en estado de militancia, y sin salirse del terreno interpretativo, hay que reconocer de entrada que la representación sevillana de La walkyria se desarrolló artísticamente a un nivel más que notable. En primer lugar por el equilibrio del reparto vocal, pero también por los suficientes méritos desplegados en los apartados escénico y orquestal. La walkyria se vio en el Maestranza en la producción escénica de Moshe Leiser y Patrice Caurier procedente de Ginebra que anteriormente se había presentado en Bilbao. Probablemente sea el capítulo más inspirado de la tetralogía de la pareja belga-francesa.

Los diferentes personajes están caracterizados con acierto. Las situaciones se resuelven con sencillez en una síntesis de tiempos que no renuncia a los símbolos mitológicos -las corazas, los cascos, la lanza, la espada- y, sin embargo, hace más de un guiño a estéticas próximas al espectador de hoy. La escena de la célebre cabalgata -tan dada a excesos exhibicionistas- es un modelo de contención expresiva. Se deconstruye la trama de La walkyria en un sentido paralelo al que hace el escritor Jiménez Lozano para contar una historia bíblica en su último y maravilloso relato -El viaje de Jonás-, es decir, aludiendo "a la innata actitud infantil de romper un juguete para comprobar cómo funciona". Todo ello, claro, sin romper nunca la poesía. Al contrario: haciéndola más familiar.

Tuvo el elenco vocal al completo un toque humanista. Desde su dulzura lírica la Brunilda de Janice Baird, desde el apasionamiento la Sieglinde de Elisabete Matos (tal vez, la revelación de la noche), desde la veteranía el Siegmund de Poul Elming, desde la solidez el Wotan de Robert Hale. Reparto equilibrado, sin fisuras, hasta el último de los secundarios. Hicieron todos la historia creíble, cercana. Marc Soustrot dirigió buscando siempre el aliento romántico en la creación de atmósferas. No tuvo una respuesta homogénea.

La cuerda estuvo, en general, más entonada que el viento. Respecto a los actos, fue en el segundo donde los climas de misterio en los acompañamientos se hicieron más evidentes. Prestación desigual, aunque meritoria y, en cualquier caso, efectiva y sólida.

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