_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Llueve

Llueve como llovió en Egipto durante las maldiciones bíblicas: con ganas. Hay mayores que dicen que es así como antes llovía: una lluvia de verdad, dicen. Como nevaba también "de verdad" antes. No como "ahora" (el antes y el ahora son polimorfos y valen para todos los tiempos). No lo sé. El caso es que ahora llueve que empapa, que acongoja, que quita las ganas de salir de casa.

También a los gallegos les ha caído una buena (lluvia, digo). Y, lo del Prestige, y, lo del presidente de la Xunta cazando perdices. Autoridades irresponsables las ha habido siempre y en todas partes. También males que hacen estremecerse a toda una comunidad. Pero ellos, los del terruño, han reaccionado, han salido a la calle. "Nunca más", se atreven a decir. Y, aunque caían chuzos de punta, ellos estaban allí el domingo para pedir dimisiones, enfadarse y protestar.

Lo pasarán mal, sin duda. Habrá familias que no lo soportarán (como ya ocurrió antes). Pero les queda el coraje suficiente para ponerse de pie en el desastre y la esperanza de que nunca más suceda (siempre resulta estimulante pensar razonablemente que el futuro puede reparar males de hoy). ¿Queda aquí, en nuestro pequeño país, energía suficiente para ello? Sólo un fuerte precipitado de indignación colectiva puede remover la marea roja y negra de sangre y desesperanza que nos devasta. Así, literal. Algo como lo de julio de 1997 tras el primer asesinato abiertamente cruel y genocida, pero con consecuencias políticas. (Que, tras la propuesta Ibarretxe, tiene un perfil bien distinto.)

Por eso entiendo al ex diputado general de Álava por el PNV, Emilio Guevara, cuando el pasado domingo sostuvo que el nacionalismo "soberanista e independentista" del Gobierno vasco "debe ser derrotado en las urnas". Algo de esto se viene diciendo desde las elecciones autonómicas de mayo de 2001. Pero no se ha articulado según un discurso razonable que el electorado entienda. No, al menos, hasta hoy -y confiemos en que se vaya articulando-.

La situación con la gestión de Juan José Ibarretxe ha pasado a ser verdaderamente amenazante. Hemos pasado de ser asediados por una marea roja de sangre, luto y miedo, a ser víctimas, además, de una marea negra. Hace mucho que las víctimas "son tratadas como cosas", como ha dicho la ararteko (las víctimas gallegas dejarán de coger percebes, las vascas, pasan a criar malvas). Pero no se acababa de percibir en la calle la marea de exclusión xenofóbica (contra el no abertzale, como puede ser los nacionalistas Guevara o Arregi), y la pérdida de posiciones de progreso, de pobreza, que implica apoyar una política así.

La sociedad está moralmente desarmada. Las instituciones mismas han sido puestas en entredicho por quienes ostentan su representación (¿gobierna el lehendakari, o realiza una campaña de marketing por aquellos países del Sur? Me consta que no caza perdices). No hay una cultura democrática, constitucionalista o autonomista. La propia democracia está en peligro. Por eso debe ser derrotado en las urnas (cuestión de vida o muerte) el nacionalismo iluminado y excluyente (heredero del hermano loco, Luis Arana). Pero el discurso debe articularse en una sociedad democrática en marcha, que aspira además al progreso.

De ahí que fracasara la alianza Mayor-Redondo en 2001 (simple democratismo). De ahí que sea incomprensible el antinacionalismo de Basta Ya, de ahí que no sirvan terceras vías a lo Elkarri y Odón Elorza. La propuesta, mientras llueve a cántaros -como "antes", como lo hacía con Franco, pero estamos a 2002-, ha de ser un paraguas de tolerancia, firmeza de convicciones, integración de toda la ciudadanía, y de buena gestión (leyes sobre la ordenación del territorio, la hacienda, el ferrocarril y Europa, la integración de las ciudades, la reindustrialización de la Margen Izquierda, etc.). Éste, y no otro, es el desafío.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_