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Reportaje:

Un maratón con meta en la alcaldía

Trinidad Jiménez, candidata del PSOE a la alcaldía de Madrid, participa en 73 actos durante siete días frenéticos

Trinidad Jiménez, aspirante socialista a la alcaldía de Madrid, tomaba el pasado viernes un café cargado en un bar. Un alto en el camino tras visitar la Real Academia Española. Un camarero le indicó que un cliente quería invitarla. "Gracias", respondió la candidata, "pero tenemos mucha prisa". El hombre, de pie en el lado opuesto de la barra, insistió: "Una ronda por devolver la ilusión". Jiménez recordaba ayer esa frase: "Se me pusieron los pelos de punta".

Siete días, 73 actos, 1.200 kilómetros, 19 horas de pie, cinco de sueño, cientos de besos y conversaciones. Deprisa, deprisa. Ésa ha sido la semana de la alcaldable socialista. El lunes pasado comenzó lo que muchos madrileños han llamado el trinimaratón, una incursión en la vida de la ciudad que termina a medianoche de hoy. Acaba de empezar diciembre y aún queda para llegar a la meta: 25 de mayo de 2003. La carrera electoral es larga y su rival, del PP, es el actual presidente de la Comunidad, Alberto Ruiz-Gallardón.

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El objetivo de la campaña Otra forma de ser, otra forma de actuar era acercarse a los ciudadanos, hacerles recuperar su confianza en los políticos. Los madrileños tienen muchas quejas, muchos problemas, pocas alegrías. Los bomberos, que no están preparados para una catástrofe; los conductores de autobuses, que pasan frío; los gitanos, que viven entre las ratas; los comerciantes, que sufren los ataques de los delincuentes; los enfermos, que hay listas de espera hasta para las urgencias...

La caravana del trinimaratón arrancó el lunes a las cinco de la madrugada. Dos coches de incógnito y tres vehículos forrados con la cara de Trinidad Jiménez a tamaño gigante y el lema de la campaña volaban por las calzadas de Madrid. Los transeúntes, curiosos, miraban la comitiva. Y la candidata asomaba la cabeza por la ventana para saludar.

"El eje vertebral de esta campaña es la cercanía", dijo el lunes. "Quiero captar las esencias de esta ciudad, meterme en sus tripas. Decir a los madrileños que hay una nueva forma de hacer política. Recuperar su confianza". A partir de lo que ha visto y oído durante toda esta semana, la candidata elaborará su programa electoral: "No quiero que nuestro programa esté hecho desde un despacho". "No es lo mismo un informe sobre el maltrato a las mujeres que hablar con una mujer maltratada".

De noche. A una hora en la que la cafetería de la sede del PSOE, en la calle de Ferraz, nunca había abierto. Así empezaba la jornada, 45 minutos antes de salir hacia una emisora de radio, al mercado o al servicio de recogida de basuras. Repaso al plan del día, churros y café. El director de la campaña y los asesores y colaboradores de la candidata dan los últimos retoques. De ahí, a los vehículos, camino de los colectivos que más temprano se levantan. Despliega una amplia sonrisa mantenida durante el resto del día, 130 horas a la semana.

A primera hora, mucha tranquilidad. Recorre las instalaciones donde trabaja el colectivo visitado, se interesa por su funcionamiento interno, pregunta -"¿Qué echa usted en falta?"; "¿usted qué propondría para solucionarlo?"-, oye las reivindicaciones de los trabajadores, las apunta, sonríe, y promete: "Volveré con más tiempo". Avanza el día y un asesor mira el reloj, le recuerda al oído el tiempo, le tira de la chaqueta: "¡Vamos, vamos!". Deprisa, deprisa. "Siento tener que marcharme", lamenta Jiménez, "pero es que son tantas cosas en tan poco tiempo..." Vuelta al monovolumen de siete plazas. Dos veces en una semana ha llegado más de media hora tarde. Era uno de los fallos asumidos por el equipo. "Me fastidia haber llegado tarde", reconoce la candidata, "pero es difícil coordinar 70 actividades".

Varios desayunos, declaraciones a la prensa, entrevistas en la radio... y de nuevo al asfalto. Cuando hay un hueco, lo aprovecha para ir a otro sitio fuera del programa planeado. A ver, por ejemplo, a la gente que hace cola y pasa frío para conseguir una de las escasas viviendas de promoción pública del Ayuntamiento. Los 70 actos programados se convirtieron en 73. No hay descanso, pero sí varios momentos para recibir abrazos a cambio de nada. Una visita en un centro de discapacitados psíquicos. Los alumnos le regalan estrellas de barro hechas con sus propias manos. Un rato a una escuela infantil, donde se le acerca gateando una niña de ocho meses.

A lo largo de la trinisemana, varias figuras se apuntan un rato al maratón. Un brazo en el que apoyarse para seguir: el miércoles, el del secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero. El viernes por la noche, el del presidente del partido y de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves. Ayer, los del ex presidente del Gobierno Felipe González y la escritora chilena Isabel Allende.

"El compromiso es brutal cuando miro a los ojos de los ciudadanos", dice. En la calle, los madrileños quieren verla de cerca. Pero no es igual de fácil en la Gran Vía al amanecer que en un mercado al mediodía. A las siete de la mañana, una veintena de personas entre asesores, periodistas, cámaras de televisión y miembros de las Juventudes Socialistas, se dispersan por las calles del centro de la ciudad. Los más madrugadores saludan a la candidata: "¡Suerte!" Cada uno le cuenta su historia. Quiosqueros, basureros, policías, niños, vendedores de cupones. "Que nos pongan un puesto, que pasamos mucho frío en la calle". "Que no tenemos donde aparcar para descargar la mercancía". La piropean, le gritan: "¡Alcaldesa!".

Pero dentro de una librería, en la plaza de abastos o en la misma Gran Vía por la tarde, el equipo que la sigue a su mismo ritmo no la deja respirar. Deprisa, deprisa. Muchos no consiguen tenerla cerca. "¡Ay! ¡Que quiero verle la carita y con tanta gente no puedo!".

A la mitad de su semana maratoniana es "la rubia", "la Trini", "las trillizas", porque parece tener el don de la ubicuidad. Muchos piropos y algún que otro reproche. "Ahora nos dices que sí a todo, pero a ver qué pasará si ganas...". También confusiones en una librería: "¿Quién es ésa?". "No sé, alguien que estará firmando libros".

Son 130 horas en marcha y pocas propuestas políticas: el cierre al tráfico privado de la Casa de Campo y su rechazo a la ampliación de los horarios comerciales. Pero Jiménez recuerda que prometer no era el objetivo de esta semana. Sí acercarse a la gente, oler a humo de autobús, hacer de bombero subiéndose en una escala de 50 metros, tener las manos impregnadas de pescado fresco del mercado, comerse una mandarina que le regala un vendedor de frutas.

Las tardes hacen mella en el rostro de la candidata. Los pies hinchados y mala cara, según ella. Le cuesta mantener la atención, y su conversación se queda en: "¡Vaya!"; "¡Ajá!"; "Ya, ya"; "¡Ah!, ¿sí?". Pero no llega el descanso. Visita a una exposición, reunión con asociaciones de mujeres maltratadas, un acto en la Puerta de Alcalá en solidaridad con los afectados de sida, un rato con los servicios de urgencia del Samur-Protección Civil, paseo por el centro de Madrid. Por la noche, una cena o una entrega de premios. Todos los días igual. No hay tiempo para una siesta. La alcaldable se ha dejado la ropa nocturna en la sede de la calle de Ferraz, y allí se cambia. De madrugada vuelve a Ferraz para hacer balance del día, analizar qué ha salido mal, qué bien, estudiar el programa de la siguiente jornada. Y unas horas más tarde, vuelta a empezar.

Esta medianoche termina el maratón. Y Trinidad Jiménez ya tiene programado un almuerzo para mañana al mediodía. El pasado lunes, el día en que empezó el maratón, dijo que cuando todo terminara se iría de viaje al Caribe. La trinicaravana ha llegado puntual a la mayoría de los 73 actos. Deprisa, deprisa. Pero no le va a dar tiempo de ir a Santo Domingo y volver para el almuerzo.

Desde la izquierda, Alfredo Pérez Rubalcaba, Isabel Allende, Felipe González, Trinidad Jiménez, Leire Pajín y Gaspar Llamazares, ayer en un acto contra el sida.
Desde la izquierda, Alfredo Pérez Rubalcaba, Isabel Allende, Felipe González, Trinidad Jiménez, Leire Pajín y Gaspar Llamazares, ayer en un acto contra el sida.EFE

Cuatro coches y un 'adelantado'

La trinicaravana ha estado compuesta por un equipo de gente pegada a uno o varios teléfonos móviles. A través de ellos, los integrantes de cada uno de los coches se daban instrucciones. Sonaban a la vez, continuamente. En los enchufes de cualquier cafetería recargaban pilas. La comitiva la encabezaba siempre un coche de incógnito. Dentro viajaba un hombre callado, uno de los personajes que más ha divertido al equipo sólo por su denominación: el adelantado. Llegaba el primero a cualquier lugar para supervisar con antelación que todo estuviera bajo control. A través del móvil, daba la autorización al resto de la caravana para continuar. Otro vehículo privado llegaba detrás, con miembros del PSOE.Seguía a éstos un monovolumen de siete plazas, con Trinidad Jiménez, escolta, responsable de imagen y otros asesores. Y a éste, otro de nueve plazas con los periodistas y la responsable de prensa. A la cola, un microbús casi lleno con una veintena de miembros de las Juventudes Socialistas, que repartían propaganda electoral en cada sitio donde estaba la candidata. Con ellos, un organizador trataba de coordinar a unos con otros: los jóvenes, el adelantado, el responsable de cada acto y la sede de Ferraz.Otra asesora, responsable de contenidos, se responsabilizaba de acompañar en todo momento a la candidata, de llevarle el bolso si hacía falta, de pagar las facturas y la lotería que compraba Jiménez.La alcaldable socialista afirma que esta campaña a la americana se organizó en dos semanas. Cuenta que la idea surgió entre un grupo de amigos, entre los que estaba José Luis Rodríguez Zapatero. "Teníamos muy claro que lo que hiciéramos tendría que ver con la relación con la gente, con recuperar la intimidad con los ciudadanos. Queríamos hacer una campaña atrevida, de mucha calle. Pensé que si los conductores se levantan a las cuatro de la mañana para ir a trabajar, yo quería estar con ellos". Pero lo que más gracia le hace a Jiménez es que el trinimaratón se gestó en un restaurante de Génova, la calle donde está la sede del PP.

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