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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos caballeros se escriben

La lectura de este hermoso libro, que recoge más de quinientas cartas cruzadas durante más de medio siglo entre el escritor Miguel Delibes (1920) y quien fuera su editor casi exclusivo, el catalán Josep Vergés (1910-2001), me ha producido una honda impresión, teñida a la vez de nostalgia y melancolía, por varias razones que voy a intentar explicar. En primer lugar, es como si estuviera leyendo a trozos mi propia vida, pues en buena medida la he pasado leyendo los libros que publicaban uno y otro conjuntamente. Pues fue a partir de finales de los cuarenta cuando empecé a leer la literatura española de entonces en serio, dejando atrás las lecturas infantiles y algunos desordenados clásicos sepultados en un trastero familiar: La sombra del ciprés es alargada (1948) fue la primera novela de Miguel Delibes publicada por Vergés al haber obtenido el Premio Nadal de aquel año, y la primera que pude leer por recomendación de mi profesor de literatura, poco antes de descubrir también de la misma manera Nada, de Carmen Laforet, o La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela.

CORRESPONDENCIA, 1948-1986

Miguel Delibes-Josep Vergés Destino. Barcelona, 2002 472 páginas. 22 euros

En segundo lugar, porque es-

ta larga correspondencia constituye un documento histórico de gran envergadura, ya que refleja medio siglo de la historia española, pues aunque las fechas varían, en verdad estos documentos van desde 1947 hasta la muerte del editor el año pasado, contando con unos pocos que proceden de otras plumas, aunque siempre cercanas a estos dos autores. De hecho, el grueso de esta correspondencia se centra en los años de lanzamiento y progresiva consolidación de la obra de Miguel Delibes, y da una visión de la realidad española -política, literaria y cultural-, aunque parcial, bastante profunda por estar muy bien vista desde dentro.

Después, porque ese género literario que hasta hoy conocíamos como las "correspondencias", está ya desapareciendo a pasos agigantados, simplemente porque la gente ya no se escribe porque no lo necesita. Bien es verdad que es un género bastante obsoleto y que no ha dado buenos frutos entre nosotros, donde sólo ha brillado como soporte teórico para colar de matute tratados doctrinales o ensayísticos carentes de la viveza y espontaneidad de las cartas de verdad, y habría que recordar las incompletas y dispersas de Juan Valera para poder evocar entre nosotros algo parecido a las de Madame de Sevigné. Hoy, entre emilios y teléfonos móviles, hemos perdido primero el idioma y las verdaderas cartas después.

Y por último, este libro es toda una lección moral donde todas las democracias residen en sus falsificaciones. Esta gran correspondencia es la historia de una amistad, de una fidelidad casi absoluta, de un refinamiento en las formas que todo lo consolida, pues sólo a través de las (buenas) formas puede triunfar la verdadera realidad que lo justifica todo, desde el amor a la amistad, desde los oficios hasta su rentabilidad, del ocio al negocio, del arte y la literatura a sus respectivas rentabilidades, que sólo así pueden conciliar unos intereses en apariencia contrapuestos. Éste es el espejo donde vemos cómo se puede ser editor publicando calidad, o cómo se puede ser escritor sin caer en las demagogias baratas en las que hoy -muerto el gran Vergés y en silencio el gran Delibes- casi todos los demás hemos caído. Es un espectáculo modélico de ética y moral, de nobleza, sinceridad y buenas maneras de primera magnitud, y que yo no sé si podremos volver a ver alguna otra vez.

Además, las relaciones entre

autor y editor nunca suelen ser demasiado fáciles, sólo se llevan bien cuando son rentables para ambos. Ya se sabe que un editor es alguien que habla maravillas de los libros que publica y mal de los que publican los demás, y que la estima por sus autores sólo reluce cuando los edita, pasando a ser basura cuando dejan de hacerlo. Pues bien, aquí tenemos una relación progresiva, creciente, cada vez más estrecha, que va de los malos días a los buenos, y que desemboca en la inesperada creación de un fruto tan inesperado como ejemplar, yendo de la relación profesional a la amistad personal completa. Pues además, Delibes nunca cambió de editor pese a las -buenas- ofertas que se le hicieron, sólo dio a Planeta un libro en toda su vida con permiso de Vergés, pues necesitaba dinero (Los santos inocentes, nada menos) y hasta rechazó la oferta que en su día le hicieron para dirigir este mismo periódico EL PAÍS, quizá porque le llegó tarde, en un mal momento personal -había muerto su mujer y había salido escamado de su etapa como director de El Norte de Castilla- y también políticamente dudoso, pues las aventuras aperturistas y liberales no estaban todavía demasiado claras por aquí.

El gran crítico literario y profesor Antonio Vilanova -buen amigo y colaborador sobre todo de Vergés y sus empresas, la revista y la editorial Destino- introduce de manera tan exacta como apretada estas cartas, contando los trasfondos de sus respectivas escrituras, la progresión literaria de Delibes -pasando por sus grandes libros, El camino, Diario de un cazador, Las ratas o Cinco horas con Mario- y la progresión de su amistad personal, las quejas de cada uno contra la censura franquista, los papeles jugados por algunos amigos esenciales, desde Rafael Vázquez Zamora hasta Josep Pla, José Jiménez Lozano o Néstor Luján, las protestas de Delibes contra las erratas, la muerte de su esposa Ángeles, los secuestros de Destino, la compra de la revista por parte de Jordi Pujol, que la hundió, o la salida de Vergés de su misma editorial, donde al menos pudo publicar la obra completa del gran Pla. Es curioso, ambos procedían de las filas de los vencedores, pero combatieron siempre a favor de la libertad en la medida que pudieron, uno (Delibes) sobre todo como director de El Norte de Castilla y el otro (Vergés) viendo cómo sus empresas se le iban de las manos para caer en las de su competidor de Planeta, siempre más oportunista. Una frase de Vergés se me ha quedado clavada: "No hemos hecho lo que hemos querido -le dijo a su interlocutor cuando publicó el número mil de la revista- ni lo haremos ya nunca". Aparte de no ser verdad, pues siguieron haciendo muchas cosas (desde la Obra Completa, de Pla, hasta la gran novela final de Delibes, El hereje, hace cuatro años), esa frase es el mejor retrato de aquellos duros tiempos, en los que dos caballeros se escribieron sin parar en medio de todas aquellas tormentas casi hasta el final. Mientras sigue resonando la gran tristeza de la frase final de Miguel Delibes escribiendo a la familia de Vergés tras la muerte de este último: "Me siento incompleto y solo". Quizá leer este libro es como seguir acompañándoles un poco, pues ya no podemos hacer otra cosa. Al menos nos han dejado mucho material para que -todos- sigamos viviendo juntos.

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