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Columna
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Biombo

EN LA LEGENDARIA época del señor de Horikawa, plena de acontecimientos fantásticos, ninguna historia causó tanto efecto como la de Yoshihide, el pintor del Biombo Infernal. Dotado con un talento artístico que nadie parecía igualar, el señor de Horikawa consentía la excéntrica arrogancia de este pintor, que, siempre ensimismado, despreciaba a todo el mundo porque ya sólo vivía para reproducir la imagen de éste, sin esquivar sus características y momentos más sobrecogedores y terribles. Así, por ejemplo, cuando Yoshihide pintó Los cinco aspectos de la Vida y de la Muerte en la puerta del templo de Riugay, se dice que usó como modelo un cadáver en avanzado estado de descomposición, entre otros detalles igualmente espantosos, y que, si alguien le reprochaba estas licencias macabras, él contestaba con insolencia que "los pintores de brocha gorda no solían comprender la belleza de lo feo".

El aspecto físico de Yoshihide no iba a la zaga de sus terribles maneras pictóricas: consumido por la vejez, el desaliño acentuaba su apariencia grotesca, pero lo peor era la fría expresión de su rostro, que irradiaba la malignidad de quien ha perdido todo vínculo sentimental con los seres y las cosas. En realidad, si no fuera por Yuzuki, su única hija, una bellísima y delicada joven de 15 años, que también servía como doncella en la casa del señor de Horikawa, nadie habría podido reconocer el menor rasgo de humanidad en este desabrido y temible Yoshihide, el cual, en cierto momento, decidió acometer la que estimó podría ser la obra maestra culminante de su trayectoria: un biombo con la representación de los círculos del infierno.

Yoshihide trabajó sin descanso durante media docena de años en este friso infernal, siguiendo su pauta habitual de rescatar de entre el fango de lo real sus más vívidas y horripilantes caricaturas, pero, por más que buscó, no halló el modelo para lo que había imaginado como el centro de la composición: la escalofriante agonía de una hermosa joven, envuelta por las llamas de su suntuoso coche incendiado. Expuesta la cuita ante su señor, éste le prometió que ordenaría quemar su mejor carro ceremonial en presencia del pintor, lo cual se llevó a efecto una noche de luna llena, pero, cuando las lenguas de fuego levantaron las cortinas de seda que cubrían el interior, Yoshihide descubrió, horrorizado, que, allí dentro, sujeta por cadenas, era devorada por las llamas la infeliz Yuzuki. Pasado un mes tras el espantoso sacrificio, Yoshihide terminó su obra y se ahorcó, quizá porque ya no le quedaba nada más por pintar de verdad.

Esta triste historia de pasión artística absoluta, titulada El biombo infernal, fue escrita por Ryunosuke Akutagawa (1892-1927) y la tradujo al castellano Vicente Gaos en una edición de 1961, con ilustraciones del pintor José Paredes Jardiel.

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