Apertura con protestas
Tras la remodelación del Palau, la sesión de apertura tuvo que afrontar, en el nuevo acceso, una manifestación de estudiantes del Conservatorio, que exigían un auditorio para el centro del Camino de Vera -antigua reivindicación del sector-, y una mayor atención a las necesidades educativas.
El concierto, centrado en la Novena Sinfonía de Beethoven, estuvo protagonizado por intérpretes valencianos: orquesta, coro y miembros femeninos del cuarteto solista (Isabel Monar y Silvia Tro). La alcaldesa y el presidente de la Generalitat estuvieron presentes en el acto. El programa de mano se vertió -éste es, quizás, uno de los cambios más importantes de la temporada- en un valenciano tendente a la normalización, sin los gravísimos errores que han empañado, durante muchos años, la imagen del auditorio.
Novena Sinfonía de Beethoven
Orquesta de Valencia. Coro de la Generalitat Valenciana. Solistas: Monar, Tro, Gambill y Grundheber. Director: Miguel A. Gómez-Martínez. Palau de la Música. Valencia, 26 de noviembre de 2002.
Miguel Ángel Gómez Martínez dirigió una Novena muy contenida en los tres primeros movimientos, donde las dinámicas estuvieron voluntariamente restringidas. Parecía querer huir de los excesos en el fortissimo que a menudo se atribuyen a nuestra orquesta, y evitar también la aproximación ramplona a una música que ha llegado a constituirse en patrimonio de la humanidad. La cuerda le respondió bien desde los primeros compases, que se hicieron ajustados y tensos. El tejido sinfónico quedó, en general, bastante clarificado. Los vientos anduvieron algo más inseguros y con un sonido menos redondo, resintiéndose así el conjunto, porque esos instrumentos son aquí importantísimos interlocutores. En el tercer movimiento, no obstante, mejoraron sus prestaciones y las trompas lucieron una buena afinación.
Cuando llegó el Finale, y frente a la contención anterior, la batuta permitió al coro un volumen sobredimensionado que no se justifica por el protagonismo y la carga simbólica que tiene, sin duda, en esta sinfonía. Máxime si aparece acompañado de una sonoridad algo ácida y un fraseo no siempre convincente. El cuarteto solista, por su parte, cumplió, y no es eso poco teniendo en cuenta las dificultades que Beethoven sembró en la partitura: Monar tuvo que gritar, más que cantar, la nota más aguda. Pero el mayor problema no fue ése, sino la ausencia de una visión que unificara los distintos climas propuestos por el compositor: desde la hermosa aspereza inicial de los violonchelos hasta los momentos en que el coro consigue que el universo en pleno quede "suspendido" e incierto, pasando por marchas de tipo turco o arrebatos de optimismo. Todo ello dibuja, en el fondo, un único sentimiento que el intérprete ha de transmitir. Un sentimiento tan unívoco, tan concreto -como indicaba Mendelssohn- que no puede (¿es ésa, quizás, la fuerza de la música?) expresarse del todo con palabras.
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