Superman
Aquel hombre azul con un relámpago rojo era el sueño de la humanidad: el bien absoluto con la fuerza absoluta capaz de destruir a los malvados. Dios no había conseguido nada, y llevaba miles de años; ni su hijo, el pobre, sacrificado en plena inocencia política, queriendo convencer a romanos y judíos. Qué error. No los convence nunca, y lo que hay que hacer es correr si se aproximan demasiado. Los novelistas han estado buscando su imagen: el padre Brown -la esfera y la cruz-, Sherlock Holmes frente a Moriarty, y cosas así. Pero por mucho que las novelas, las prédicas y los decretos ley, las pragmáticas y los milagros, combatieron al Mal, éste seguía. Quizá se haya acabado o esté a punto de acabarse con el Superministerio de Seguridad que ha creado Bush para 2004, cuando se haya puesto de pie con sus 170.000 funcionarios, sin contar la CIA y el FBI, y los sheriff, y las policías locales. Es decir, sin contar los que fracasaron tan estrepitosamente como Dios en la fecha trágica del golpe a Nueva York. Lo curioso es que Dios ha perdido casi todos los votos -en España apenas hay un 19% de practicantes católicos- y Bush ha subido algo.
Sin contar con que los tres mil muertos de Nueva York representan un daño infernal, no dejo de sentir que Bush es el mal absoluto. Es el nuevo romano: pero peor que Pilatos, que era un hombre con dudas, o que no tenía fuerza de expresarse de otra manera; es el hombre que dirige el sanedrín. Pero ahora tiene este muñeco hinchable que va a ser el superministro de Seguridad; ojalá sea un hombre meramente defensivo de los verdaderamente malos y no aproveche este puesto para destruir a los débiles: a los inmigrantes, a los sin empleo, a los musulmanes y los confucionistas.
Puede ser muy malo para el país -y por lo tanto para el nuestro, fragmentillo a la deriva del Imperio- que haya una exaltación de este tipo. Temo que sea inevitable. Esta guerra que está continuando a la que llamábamos "fría", con la curiosidad de que los fríos del otro lado se han pasado a los nuestros, castiga ahora a los hambrientos, impide que se salgan de sus cauces "naturales". Es la apoteosis del liberalismo económico: los que no fueron capaces de salvarse por sí mismos por sus cuestiones de pereza, de raza o de clima, deben acabar. Si no quieren, Superman los va a destruir.
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