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Columna
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Marea gris

Una marea de plomo inunda los márgenes de la realidad contaminada y un fluido viscoso que viene del Noroeste se cuela por todos los resquicios. Llueve sobre el papel mojado de los periódicos y una impenitente, impertinente y pertinaz gota fría chorrea sobre los corazones de noviembre. En Galicia, una desolada y fantasmal "compaña" de cuerpos en pena rastrilla el litoral embetunado, y en el interior una procesión no menos lastimera prosigue en sus rogativas contra el plan hidrológico. Andan revueltas las aguas y encogidos los ánimos, mientras en las pantallas de los televisores suenan los primeros compases de la lotería navideña, hermoso vals en blanco y negro de las esperanzas espurias.

La voraz cantinela del consumo destila sus estribillos habituales en la ciudad abotargada, un cortejo de papanoeles bulímicos se prepara en sus cuarteles de invierno, trabajadores eventuales o parados estacionales con guedejas de algodón y la veste escarlata de los bufones. Fotos de niños famélicos de Argentina o África junto a suculentos reclamos que convocan a los festines y francachelas rituales. Siniestras, aún más siniestras por tópicas, paradojas de la globalización.

Soplan malos vientos para la lírica y la ética, y redoblan las fanfarrias atronadoras de la épica que anuncian tormentas duraderas sobre territorios desérticos en nombre de las libertades del mercado petrolífero y armamentístico. Con tanta letra grande, casi no da tiempo para leer la letra pequeña de nuestras mezquinas crónicas locales. Un rosario de estafas y de fraudes inmobiliarios e industriales, un desfile de corrupciones e incompetencias cotidianas, un cortejo de expropiados, desalojados, despojados, despedidos, ofendidos y humillados que se incrementa todos los días, un goteo incesante, una lluvia sorda, una marea gris sobre Madrid.

Bajo la grisalla del noviembre interminable afloran los "marroncillos", que diría el desplazado Leguina, hongos de la putrefacción que con tanta humedad se pudren rápidamente dejando una estela mefítica en el aire, un tufo más en la pestilente atmósfera. Aquí se pudre hasta el hormigón, y en tiempo récord. Veinticuatro millones de euros de inversión, 21 meses de actividad, 108 trabajadores en la calle, así cantan las cifras de Hormimeco, una empresa presentada hace menos de dos años como "la mayor productora de Europa de prefabricados de hormigón", una empresa que no ha producido más que paro y fraude, aunque aseguraba contar con una cartera de pedidos de nueve millones de euros. ¿Cómo ha sido posible este milagro a la inversa? En su sonada inauguración, febrero de 2001, a la que asistieron el ministro de Fomento y el delegado del Gobierno en Madrid, el presidente del Gobierno regional, Alberto Ruiz-Gallardón, resaltó: "Ese éxito en la andadura inicial no hubiera sido posible sin una estructura empresarial sólida, diversificada y complementaria". Más que proféticas, patéticas palabras.

En esa estructura empresarial sólida, diversificada y complementaria, abocada al éxito imparable, participaba, a través de una empresa previsoramente llamada Capital Riesgo (el que avisa no es traidor), el Gobierno regional con un millón y medio de euros, caídos por fin en el saco roto de las esperanzas vanas y los fraudes seguros.

Letra pequeña, peccata minuta, ante la que nos está cayendo encima, flecos insignificantes de la crisis global, de la macrocrisis de la macroeconomía. El 37% de los despidos en la Comunidad de Madrid proviene del sector industrial, del tejido industrial que se deshilacha y se corrompe como el tejido social a la intemperie. Aumenta el paro, aumenta la inseguridad, aumenta el fraude, aumentan los precios, aumenta la violencia, y desde el Gobierno recomiendan contención salarial. Entre el caos global y el gatuperio local, a punto de ser abandonados por su sólido, diversificado y complementario líder, no resulta raro que algunos diputados populares de la Asamblea de Madrid pierdan del todo los papeles y se entreguen a prácticas de voyeurismo onanista a través de Internet durante el debate de una iniciativa sobre mujeres maltratadas, uniendo la alevosía con el desprecio de sexo al más puro estilo piltrafilla.

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