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Columna
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Casticismo

Nada cuesta imaginarse al maestro de la lidia Exuperancio Posturas junto a su mozo de espadas por la calle de la Encomienda, a esta hora de la sobremesa en que, descartada la siesta y los laudos académicos de las tertulias taurinas, busca aliviarse la hombría, y no un trivial pasatiempo.

"Cual arcipreste o lotero", rememorará el cronista, el maestro reclamaba la exclusiva de la acera. Un macho es sexualidad y propende al disparate si se le niega el destino, escrito entre ceja y ceja. No se achaque a prepotencia el capricho de Posturas cuando en la calle del Oso delega en su subalterno el manejo de la aldaba. La resonancia de bronce estremece a proxenetas y pupilas del burdel. Pero aún más la pretensión que el torero hace llegar sin equívoco posible: "Exijo a la Machaquita y no me avengo a suplentes".

Reclínase Machaquita sobre el lecho de barrotes mientras Posturas ahuyenta a los esbirros de guardia y devora la escalera y el resonante entresuelo y se introduce en la estancia donde en decúbito prono y desnuda de artificios se le ofrece su quimera. Enardecido y galante ante la ninfa ninfómana, corresponde el postinero con devolución de prendas. Saltan primero sus botas, el metaplasma después, enseguida los calostros, los testarudos, las ligas, los petos y las mantecas, el dondecuándo, las bolas, los rebotes, los rancajos, el melisma y el barcino, que nunca se lo ha mudado. Sólo queda la coquilla para tenerle en pelota, cuando un alguacil reclama el concurso del torero para un extraordinario. "Haga este favor, Posturas, a la Corona española", dice traspasando el quicio de la alegre mancebía.

"Ni Dios, ni Patria, ni Rey", murmura la Machaquita con la leche avinagrada. El mozo que lo desnudó renuncia a vestirlo de nuevo, por lo que Posturas sale del dormitorio galante corito y algo empalmado. Impresiona su apostura a la modista francesa y al capellán de la Corte: "Porque sé que vuelve el hombre", cantan cura y costurera, "no me lo quiero perder". Ya está al cabo de la calle Exuperancio Posturas cuando desde la azotea del tugurio licencioso, y a profana imitación del Misterio ilicitano, desciende sobre sus hombros la capa de un peregrino. Como si fuera Nerón, o el pirado de Yo Claudio, Posturas se envuelve en ella, y así vestido de tuno, promete ensartar al toro que se escapó del cajón donde era transportado y siembra de horror y muerte el Paseo de los Pontones.

Desde el tendido del siete recomiendan pasodobles para marchar guapamente hasta el lugar de los hechos. Un oscuro musicólogo rescata la partitura, y en menos que canta un gallo la aprenden las modistillas y la tocan las pianolas. Se ofrece para los coros un repatriado baturro, y en honor del héroe chulo, prez de la ciudadanía, las campanas de San Pedro redoblan con entusiasmo. Ya sonríe la Cibeles, ya sudan la gota gorda los bueyes de San Isidro, y en la ascética clausura nadie sabe la destreza con que se trenza el hojaldre para que tapice el pecho del salvador de la patria, igual que un escapulario.

Está la Ribera del Manzanares que no cabe un alfiler. Hay tartanas con bandurrias y criadillas sabrosas, cometas del pintor Goya, panderetas de sonajas, peleles para el manteo, chisperos y destrozonas, caballos que al de Espartero superan en atributos, repique de castañuelas, locuras de Carnaval y el clan de majos manolos con sus majas y majetes en manuelas de majeza. Donde Ramón de la Cruz, una cabellera de ébano estimula la dentera de Cayetana de Alba.

Muge la fiera en Pirámides. En los lugares de culto proliferan rogativas, en la cripta del Remedio, adornada con testículos y falos de quita y pon, los mozos de rompe y rasga imploran al Santo Niño con la mano en el paquete, y hasta en las plazas de toros se maldice al astifino que convierte al ensartado por su violencia de género en calco de Farinelli.

¡Olé con ole Posturas en la Puerta de Toledo!: su sentido de la fiesta alerta al chisgarabís y emociona a los cabales. Rodilla en tierra brinda al monarca y recibe al morlaco con una tanda de naturales de ley. Remata con un afarolado que es marca de la casa y un desplante oro molido. Con la diestra lo trastea. Lo cuadra, se perfila y con decisión le hace la cruz. "Me perdí en el gran Madrid", se escucha decir al toro antes de rendir su alma. Posturas le corta las orejas, el rabo y una pata y exhibe los trofeos en una apoteosis triunfal, desde el Puente de Segovia al de los Franceses, que deja para el arrastre a sus costaleros.

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