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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mil páginas de soledad

¡Cuánto me habría gustado que me hubiera gustado La broma infinita! Soy un gran admirador de su autor y creo que La chica del pelo raro es una deliciosa colección de relatos. Más de mil páginas y más de cien páginas de notas. Hipertelia, una palabra amada por Lezama: el crecimiento desproporcionado de un órgano del cuerpo. Todo en La broma infinita crece desproporcionadamente -lo cual, por cierto, no da como resultado un cuerpo enorme pero proporcionado, sino un cuerpo sin forma alguna-. Estados Unidos y Canadá se han unido formando la Organización de Países Norteamericanos (Onan) y los años ya no se nombran con dígitos sino, tal como hacen los chinos con los animales del zodiaco, mediante productos publicitarios. El vídeo, las drogas, el deporte, el entretenimiento y la adicción son los temas más visibles. Cientos de personajes corren por las páginas. Harold Incadenza entra en la Academia Enfield de tenis. Un agregado médico de un país árabe recibe en el correo una película tan rabiosamente divertida que, una vez introducido el cartucho en la consola, no puede parar de verla una y otra vez hasta morir. Probablemente se trata de La broma infinita V, una de las últimas obras de James Incadenza, director de cine experimental y padre de Harold. Miles de drogas minuciosamente descritas. El sufrimiento y la mística del tenis (aunque no creo que sea cierto que los tenistas tienen el brazo derecho el doble de musculoso que el otro: lo digo después de haber estado observando a tenistas de ambos sexos en los canales de deportes de Canal Satélite). Un centro para la recuperación de drogadictos. Muchos drogadictos, muchos de ellos travestis. La explicación de cómo se hacen tatuajes en la cárcel. Un gurú que viste spandex y se alimenta lamiendo sudor de deportistas. Una Madame Psicosis que tiene un programa de radio. Un policía al que le han implantado un cuerpo de mujer. Una mujer llamada Luria P... cuyo apellido, que aparece una sola vez en la novela, es Perec (como Georges Perec, famoso novelista francés posmoderno). David Foster Wallace es muy oblicuo en sus homenajes: no estoy seguro de que uno de los títulos de la filmografía del padre de Hal (El hombre que empezó a sospechar que estaba hecho de cristal) sea un homenaje a Cervantes -lo cual colocaría a David Foster Wallace en el muy selecto panteón, encabezado, desde luego, por Coover, de los posmodernos americanos que reconocen su deuda con el primero y más importante de los novelistas posmodernos europeos-. El título de la novela hace referencia a Yorick, el bufón de la corte, a quien Hamlet describe como "a fellow of infinite jest" (un compadre de infinitas burlas).

La broma infinita

David Foster Wallace Traducción de Marcelo Covián Mondadori. Barcelona, 2002 1.208 páginas. 19 euros

La broma infinita parece decidida a llevar al extremo todas las tendencias más elefantiásicas, obsesivas e inhumanas de la novela posmoderna americana. Como las últimas obras de Bach, no parece escrita para ser leída, sino para existir como un gigantesco monumento de palabras, un curioso y extraño objeto que nos fascina y atemoriza a la vez al verlo en la biblioteca. De cualquier modo, ¿quién no tiene la experiencia de amar con pasión u odiar con vehemencia obras que no ha leído y que posiblemente no llegará a leer jamás? Yo, por ejemplo, aborrezco José y sus hermanos y admiro profundamente La historia de Genji, dos volúmenes que aguardan desde hace mucho en mi biblioteca y que nunca me decido a empezar. Es posible que con La broma infinita suceda algo similar, que produzca una generación de defensores y detractores apasionados que en realidad no han leído el libro y tampoco sientan la necesidad de hacerlo.

A Paul Tortelier, el gran violonchelista francés, le gusta enumerar las cualidades que ha de tener un artista: ha de ser un libertino, un monje, un estudioso, un soñador, etcétera. David Foster Wallace tiene muchas de esas cualidades, quizá las más raras y las más difíciles, pero carece de una, no tan vistosa pero no menos importante. Carece de humildad, lo cual, en términos literarios, quiere decir: ser capaz de sacrificar lo innecesario. Como todo verdadero escritor, está enamorado de la realidad, pero su visión es más crítica que épica: es posible que su verdadero talento esté en el ensayo o en ese género intermedio entre la ficción y la no ficción, el reportaje. Es posible que su obra maestra hasta la fecha sea Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, una colección de ensayos que trata de los mismas temas que La broma infinita (la agonía y el éxtasis de los deportes de competición, el carácter embrutecedor de nuestras formas de diversión y esa cosa tan extraña y excéntrica, la vida americana), pero está escrita para ser leída por un ojo, una memoria y una paciencia meramente humanas.

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