"Nos plantamos porque el teniente abusó de nuestra compañera"
Los 45 aspirantes a ingresar en la Guardia Real pidieron la baja en protesta por los abusos sexuales de un oficial
"[Dolores] Quiñoa dormía a mi lado, en un saco en el suelo, y se despertó sobresaltada con los tiros. Todos nos asustamos, claro, pero ella más que ninguno. Eran balas de fogueo, por supuesto. La luz estaba apagada y sólo se apreciaban los fogonazos y los gritos de los mandos: '¡Rápido, recoged las cosas y afuera!', como si fuese una acción real. Tuvimos que ayudarla, porque decían que el último en salir se quedaría arrestado. Lo típico".
En la noche del 11 mayo de 2000, Iván Gómez Serrano y sus 44 compañeros estaban a punto de concluir la fase de instrucción para incorporarse como soldados profesionales a la Guardia Real. Al día siguiente regresarían al cuartel de Cáceres y por eso habían desmontado las tiendas de campaña y buscado acomodo en un polideportivo.
"A más de dos nos tuvieron que sujetar para que no pegáramos al mando"
A Gómez, de 27 años, natural de Madrid, que ya antes había ido voluntario a Bosnia con la Legión, no le sorprendió la brusca manera de despertarles en mitad de la noche. Lo que le llamó la atención fue que, al volver al improvisado dormitorio, le dijeran que, por orden del jefe de la compañía, el teniente Iván Moriano Moreno, la "imaginaria" (guardia) que tenía asignada no la haría él, sino Quiñoa y su "binomio" (pareja de tareas) Domingo Soriano.
Quiñoa era una de las dos únicas mujeres de la compañía y el teniente la presionaba continuamente, ya que tuvo problemas en ambos tobillos y no era capaz de seguir el ritmo. "La Legión era muy dura, pero nunca he visto a ningún mando tratar tan mal a la gente como él".
Ni Gómez ni los demás soldados pueden saber lo que sucedió esa noche entre la joven y el oficial de Infantería de Marina. La sentencia que ha condenado a Iván Moriano por un delito de abuso de autoridad afirma que obligó a Quiñoa a desnudarse y que le hizo insinuaciones sexuales. Ella sostiene que, además, la violó. Lo paradójico es que, pese al tradicional rigor de la justicia castrense, el tribunal militar le haya impuesto una pena de sólo cinco meses de cárcel, más benigna de la que le hubiese correspondido con un tribunal civil.
Lo que Gómez sí puede atestiguar es que, a la mañana siguiente, estaban listos para marcharse y su compañera no aparecía. Llevaban un rato buscándola cuando por fin se presentó. "Vino llorando desde la parte alta del polideportivo, donde había una valla de piedra. 'Quiñoa ¿qué te pasa?', le preguntamos. Pero no decía palabra. 'Quiñoa, ¿qué ha pasado'. Y no contestaba. Al rato llegó el teniente, como si nada. Ella subió al autobús con nosotros y no paró de llorar todo el camino hasta Cáceres".
Durante los días siguientes, el cuartel fue un hervidero de rumores. La soldado sólo se confió a un sargento y éste se negaba a contar lo ocurrido, porque era un asunto íntimo. "Por fin, ante nuestra insistencia, permitió que el sargento nos lo explicase, pues ella se sentía muy avergonzada para contarlo. Nos dijo que el teniente la había obligado a ponerse como su madre la trajo al mundo y le había hecho tocamientos".
"Nos reunimos en unos bancos que había en el exterior de la compañía. Alguien sugirió que la única forma de que aquello trascendiera era plantarnos. Aún no habíamos firmado como militares, así que podíamos renunciar en cualquier momento. Para muchos era un paso muy duro, pues significaba volverse a casa sin trabajo. Primero hablamos los de Infantería de Marina y luego se lo dijimos a los de Tierra y Aire, había una compañía por ejército. Todo el mundo estuvo de acuerdo, del primero al último. Fue un plante total. Ese año no ingresaría nadie en la Guardia Real. Lo hicimos por compañerismo".
Al día siguiente empezaron a entregar las órdenes de baja al sargento, para que se las diese al teniente y éste al capitán. Uno por uno, hasta 45. "Cuando Moriano se dio cuenta del escándalo que se le venía encima, intentó arreglarlo antes de que se enterase el capitán. Empezó a llamarnos individualmente pero, al ver que no podía convencernos, reunió a todos. Nos dijo que esa noche, estando Quiñoa de guardia, le había hecho la prueba del frío y la había puesto delante suyo en pelota picada. No me pareció que estuviera arrepentido. En absoluto. Dijo que había sido una prueba y punto. Es verdad que nos pidió perdón, pero nosotros le contestamos: 'No es a nosotros a quien tiene que pedirlo'. La situación era muy tensa. A más de uno y más de dos tuvieron que sujetarnos para que no le pegáramos por haber abusado de nuestra compañera. Yo le dije: '¿Usted es un mando? ¡Usted es una mierda!' Me contestó: '¡Todavía llevo galones!' 'Me da igual', le dije 'yo ya me voy'. Y todos nos marchamos a las taquillas a recoger nuestras cosas. La suerte fue que en ese momento entró el capitán y se extrañó al vernos de paisano, yo ya tenía los vaqueros puestos. '¿Qué pasa aquí?', preguntó. Hasta ese momento, nadie le había contado una palabra".
Al día siguiente, el teniente Moriano fue traslado forzoso lejos de Cáceres y el sargento se quedó al mando de la compañía. Los aspirantes ingresaron en la Guardia Real, pese a su conato de insubordinación colectiva, y no volvió a hablarse del asunto. El juez militar nunca interrogó al soldado Gómez. De haberlo hecho, seguramente no habría podido aplicar al teniente Moriano la atenuante de "arrepentimiento espontáneo".
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