Vacunas a la carta para truchas enfermas
Desde que Pasteur trabajó con la rabia, las vacunas y los animales siempre han estado cerca. Ahora, veterinarios españoles hacen vacunas a la carta para cada granja de peces, para garantizar que no enferman de lactococosis, una enfermedad provocada por una bacteria que antes afectaba sólo a los mamíferos. Desde hace 10 años se ha extendido como una plaga entre las truchas de los países mediterráneos, porque la enfermedad se produce cuando el agua supera los 16 grados, algo habitual en los veranos.
La enfermedad, provocada por la bacteria Lactococcus garvieae, se describió por primera vez en 1990, en Japón, y un año después hubo brotes en Italia, donde perecieron el 60% de las truchas de piscifactoría, en Francia y en España. "Aquel verano murió el 40% de la producción de trucha de piscifactoría en nuestro país", afirma Lucas Domínguez, catedrático de Sanidad Animal en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense. Domínguez ha liderado el proyecto de investigación que culminó con la creación de esta vacuna, que se receta para cada granja y se elabora específicamente para cada cepa de la bacteria.
La vacuna se receta para cada granja y se elabora para cada cepa de la bacteria
"Lo que hacemos", explica Domínguez, "es que cuando el veterinario de la instalación detecta un brote, nos manda unas truchas para que caractericemos la cepa. Y, cuando hemos hecho ese trabajo, que es más complicado, devolvemos los datos al veterinario, que entonces receta la vacuna. Y esa vacuna ya la puede hacer cualquier laboratorio autorizado, de los que hay varios en España, incluido el nuestro.
Este sistema tiene dos ventajas. Por una parte, al ser una receta específica para cada granja, la vacuna (que se denomina autovacuna) no tiene que estar registrada como medicamento. En segundo lugar, su eficacia es mucho mayor. Hasta que la vacuna estuvo a disposición de la industria, el único mecanismo para defenderse de la enfermedad era el tratamiento con antibióticos, un sistema mucho peor, según Domínguez: "En primer lugar, cuando dejabas el tratamiento, reaparecía la enfermedad. En segundo lugar, porque se podían crear cepas resistentes a los antibióticos. Y, en tercer lugar, porque las truchas deben dejar cualquier medicamento 30 días antes de comercializarse, y en ese periodo volvían a coger la enfermedad y se morían".
La vacuna, que está diseñada con técnicas moleculares, se administraba hasta hace poco manualmente, pinchando a cada trucha, pero en la actualidad puede ponerse, en el peritoneo del animal, con unas máquinas que garantizan una gran precisión y evitan completamente la mortandad y el estrés. La eficacia, por otra parte "es del 100%", dice Domínguez.
Cuando las truchas contraen la enfermedad se produce una meningitis muy aguda, que hace que los ojos se les salgan de las órbitas por la presión cerebral. Además, les afecta a la vejiga natatoria, impidiéndoles sumergirse, así que en un plazo breve, de menos de 10 días, la trucha enferma muere. Pero, antes, contagia a todas sus colegas, puesto que la bacteria, en aguas de más de 16 grados, se reproduce con enorme facilidad.
La vacuna la ha desarrollado el grupo de Domínguez en el laboratorio que se encuentra junto a la facultad de Veterinaria. "En realidad", explica el catedrático, "este laboratorio depende directamente del vicerrector de investigación y carece de fondos establecidos. Lo que sacamos es por los programas de investigación que hacemos con empresas o con el ministerio de Agricultura. Eso nos permite funcionar como un centro de investigación normal, con becarios predoctorales haciendo la tesis, ayudantes de laboratorio, otros doctores... Y financiado por los proyectos, como éste de la vacuna de las truchas", financiado por la empresa Dibaq, una multinacional española productora de piensos animales.
El laboratorio de Domínguez es también el centro de referencia elegido por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación para hacer el seguimiento sanitario de la cabaña ganadera española. A raíz de la crisis de las vacas locas, empezaron a cambiar algunas cosas en la ganadería europea y, entre ellas, empezó a vigilarse en serio el uso de antibióticos como medicina preventiva. "Después de seis años de análisis, podemos afirmar con total seguridad que la resistencia a los antibióticos de los cerdos y pollos es en España equivalente a la de los países de Europa que mejor están. Nuestro programa de vigilancia es, tras el danés, el más completo de la Unión", explica Domínguez.
Para este catedrático, sin embargo, existe un problema que repercutirá en la ganadería. Se ha prohibido el uso de promotores de crecimiento, sustancias con un cierto efecto antibacteriano que evitaban muchas enfermedades en el ganado. "Había cuatro o cinco moléculas que se podían utilizar, que iban muy bien y que ahora están prohibidas por razones más políticas que sanitarias. Y esa prohibición, a mi juicio, tendrá repercusiones en la salud de la cabaña y obligará al uso de más antibióticos que antes", asegura.
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