Granada window
Estas lluvias me han traído el recuerdo de Marguerite Steen. Y la curiosidad de saber algo más acerca de una escritora inglesa hoy muy olvidada pero que, en los años treinta, tuvo un éxito de ventas con su trilogía de novelas ambientadas en la Granada de entonces: Matador (1934), The Tavern (1935) y The One-Eyed Moon (1935). No encuentro en Internet ninguna sinopsis de la vida de esta autora, lo cual me sorprende. Sólo algunos títulos suyos, ofrecidos a precios irrisorios, incluso primeras ediciones, en los sitios web de las librerías de ocasión. ¡Ah, la fama literaria! Tan aleatoria como cualquier otra. Vanidad de vanidades.
Marguerite Steen descubrió el sur de España en 1932 y se convenció de que Granada era la ciudad andaluza que le hablaba de manera más íntima. ¿Cuánto tiempo estuvo aquí? Calculo que unos dos años. Alquiló un carmen en la colina de la Alhambra, tan poblada entonces por excéntricos ingleses, y la ventana de Granada Window -las memorias que publicó en 1949- es la que daba sobre el recoleto jardín del mismo, con sus setos de boj, sus magnolios y sus jazmines, y, para que ningún elemento faltara, el glú-glú de un pequeño surtidor.
La trilogía granadina de Steen, que no creo se tradujera nunca al español, demuestra que la escritora tenía un fino olfato para captar matices sicológicos. Pese a no ser hispanista, a no haber estudiado en profundidad la historia española ni saber mucho de la política de entonces, intuyó que Granada era muy diferente a Sevilla o Málaga. En el prefacio a The Tavern (la taberna en cuestión se encontraba en el Albaicín), explica que Granada "es una ciudad vigilante, de rumores, de cuchicheo y chismorreo interminables, que conserva su antigua manera de ser por un sistema de espionaje que funciona desde la familia más pobre hasta la más encumbrada". Indiferente ante el fenómeno del turismo, ante los avances de la tecnología moderna, Granada era entonces una ciudad muy aislada, encerrada en sí misma, donde el pasado pesaba como una losa y donde, no obstante la llegada de la República, la influencia de la Iglesia seguía siendo muy acusada.
El testimonio, ampliado en las novelas, no deja de tener su interés, siendo como es inmediatamente anterior a la guerra civil y fruto de observaciones personales hechas sobre el terreno. Con todo, prefiero la evocación de Granada Window -la emoción recordada desde la tranquilidad, según recomendación de Keats- y, sobre todo, las páginas donde Steen recuerda el jardín de su carmen en otoño. ¡Qué cambiado después de los calores veraniegos! Viendo desde su cuarto, día tras día, caer inmisericorde la lluvia sobre el boj ya sin olor y las hojas amarillentas de la glicinia que amortajaban el suelo, la inglesa se confirmó en su intuición de que el alma de Granada era esencialmente triste. Su aparente alegría, apunta, se parecía a la de un arroyo que, cantarín, cruza encima de rocas peligrosas.
Difícilmente se modifica el que Durrell llamó "espíritu" de los lugares, y el de Granada, con su intensa carga de nostalgia, no iba a ser excepción a la regla. Hoy creo haberlo percibido releyendo a esta autora inmerecidamente postergada.
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