De casi eliminado, a campeón
El viernes por la tarde, la clasificación de Lleyton Hewitt para las semifinales del Masters dependía exclusivamente de Albert Costa y de Carlos Moyà. Su suerte en el torneo estaba en las manos de los dos españoles que disputaron el primer partido de la última jornada de la fase de clasificación. Hubo especulaciones y rumores de todo tipo. Pero el australiano dejó clara su confianza en que Moyà no fallaría. Y no lo hizo. Fue así como Hewitt, que había perdido contra el mallorquín y que había cedido una manga a Marat Safin y otra a Albert Costa, entró en las semifinales.
También allí sufrió frente al suizo Roger Federer. Pero fue salvando todos los problemas hasta acabar ganando el Masters por segundo año consecutivo. "Lo pasé mal contra Albert Costa, pero creo que no hay peores rivales en estos momentos que Safin, Federer y Ferrero, y les gané a los tres. Todavía no sé cómo logré sobrevivir a todos ellos, teniendo en cuenta lo duros que fueron estos tres partidos. No tengo ni idea. Sólo puedo decir que me siento orgulloso de ello".
No es la primera vez que a Hewitt le ocurre algo parecido. En muchas ocasiones se le ha dado por muerto y ha resucitado. Siempre apoyándose en su espíritu rebelde y en unas reacciones que en ocasiones incluso acaban molestando a algunos rivales. Ayer mismo, durante su partido contra Ferrero, varias veces le dirigió miradas desafiantes con su puño levantado. En otras ocasiones se dirigió al palco de sus padres y de su entrenador, Darren Cahill, buscando el apoyo que necesitaba para seguir con su batalla.
Pero, al final, acabó ganando. Tal como ya le había ocurrido en otros torneos de los grandes, como en el Masters y en el Open de Estados Unidos del año pasado, como en Wimbledon esta temporada. A sus sólo 21 años, tiene ya cuatro garabatos imborrables en su palmarés. Y este año se ha mantenido como número uno del mundo desde la primera a la última semana.
