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Reportaje:

China tiende la mano a los empresarios

El congreso del Partido Comunista acelera las reformas para lograr "una sociedad modestamente acomodada"

Cuando el pasado viernes, los nueve miembros del Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista de China (PCCh) posaron ante un gran mural, había terminado uno de los congresos más importantes de las últimas décadas de la historia de China. No sólo porque el cónclave del partido ha visto la llegada de una nueva generación de líderes políticos, sino porque ha modificado la constitución para dar entrada a los empresarios.

De 1990 a 2001, China ha crecido a una media anual del 9,3%, frente al 2,5% mundial, y se ha convertido en la sexta economía del planeta

Hoy, los llamados capitalistas rojos, algunos de ellos miembros del PCCh, se han convertido en el barco al que las autoridades se han subido para resolver los problemas que ha generado el gran crecimiento experimentado por el país desde que Deng Xiaoping lanzó el proceso de reforma y apertura en 1978: desarrollo desigual entre regiones, brecha creciente entre ricos y pobres, disparidad entre el campo y la ciudad, desempleo, corrupción. Problemas que ha incluso reconocido el presidente, Jiang Zemin.

La maquinaria propagandística del Gobierno no se ha remontado tan atrás en la elaboración de los discursos durante el congreso. Ha tomado como referencia 1989, el año en que Jiang se hizo con las riendas del partido. Trece años para un balance.

El intervalo empleado vale, no obstante, para ver la explosión que ha vivido la economía china en los últimos años. Entre 1990 y 2001, el PIB ha crecido a una media del 9,3% anual, frente al 2,5% mundial, lo que ha permitido a China pasar, en este tiempo, de ser la décima economía del mundo a la sexta. Y el Gobierno calcula que el PIB aumentará un 8% este año, hasta 1,2 billones de dólares. Además de ser la potencia comercial número 16, se ha convertido en la sexta, con unos intercambios cifrados en 509.800 millones de dólares el año pasado, 4,4 veces más que en 1990. Y se prevé que este año sea el principal destino de inversiones extranjeras, por delante de EE UU, con una cifra que superará 50.000 millones de dólares.

Furiosa actividad

Son sólo algunos de los números con los que los responsables chinos han bombardeado sin descanso estos días a los centenares de periodistas que han acudido a las ruedas de prensa que se han celebrado durante el congreso -todas ellas de contenido económico- en un moderno centro, ubicado a varios kilómetros de donde los delegados del partido debatían el futuro del país.

Un simple vistazo a las principales ciudades chinas da una idea de la furiosa actividad que vive el país: bosques de rascacielos, que han borrado las referencias de quienes llevaban años sin visitarlas; grandes centros comerciales, donde es posible encontrar las mejores marcas occidentales, y aeropuertos, autopistas, líneas de ferrocarril, polígonos industriales. Un desarrollo que, según asegura Hao Wang, del Centro de Investigación Económica, en Pekín, coloca a China en una buena posición "para absorber la tecnología y el saber hacer occidentales", lo que unido a "los abundantes recursos humanos del país" permitirá a la economía "evolucionar de forma muy favorable en la próxima década".

Así lo ha establecido el partido, que se ha fijado como objetivo para las próximas dos décadas lograr la construcción de "una sociedad modestamente acomodada" mediante el "socialismo con características chinas". La tarea no va a ser fácil. "El tremendo número de desempleados y subempleados es su principal desafío", afirma Wang Fei Ling, profesor en la Escuela de Asuntos Internacionales Sam Nunn, en Georgia (EE UU). Un problema, cuya resolución exige, dice Wang, la existencia de empresas que creen puestos de trabajo, empresas que "no tienen necesariamente que ser muy eficientes".

Para Hao, que se muestra pesimista sobre el futuro de las compañías públicas, la reestructuración de éstas, la estabilidad entre las clases desfavorecidas y la reforma política son los principales retos.

Algunos economistas del Gobierno han advertido, además, del desafío que supone la "creciente incertidumbre" del contexto económico internacional. "El ajuste de la composición de nuestra economía es la próxima cuestión", dijo Zhang Yansheng, de la Comisión Estatal de Planificación y Desarrollo, en un foro económico en Pekín este mes.

China vive bajo la presión del paro, pero el Gobierno, en aras de la estabilidad, se empeña en disfrazar su cuantía. Alrededor del 7% de la población urbana no tiene trabajo, pese a que las autoridades sólo reconocen oficialmente un 4% de desempleados, ya que son los que están registrados. Estas cifras no incluyen tampoco los millones de campesinos que han emigrado a las ciudades y no encuentran tajo. Además, está el paro agrario, del cual las autoridades no hablan. La fuerza laboral china ronda 900 millones de personas.

Por ello, el Gobierno pretende dar patada adelante y seguir echando carbón a la caldera del desarrollo. Objetivo: potenciar la creación de empresas y negocios por parte de los millones de empleados despedidos con la reestructuración de las compañías estatales. Entre 1998 y 2001 China ha pasado de tener 90.000 sociedades privadas a dos millones. En paralelo, quiere impulsar el desarrollo del sistema de seguridad social. La renta per cápita china es de 840 dólares, pero, en el campo, en regiones como Xinjiang, es apenas de 200 dólares.

Reformas fiscales

Varios destacados académicos chinos aseguran que el progreso económico no basta por sí mismo para resolver los problemas de desigualdad y reclaman mecanismos de redistribución de los ingresos. Algo que el Gobierno parece dispuesto a hacer, mediante reformas fiscales.

Además, algunos analistas se han mostrado escépticos sobre la capacidad china de mantener el fuerte ritmo de crecimiento. El país pretende cuadruplicar el PIB para 2020, hasta 4,32 billones de dólares. Las autoridades responden que aún hay mucho margen, debido a la diferencia de desarrollo existente entre el campo y la ciudad.

El objetivo para Hu Jintao y su equipo está ahí. Comienza una representación teatral, en la que según los dos investigadores, Hao Wang y Wang Fei Ling, los empresarios serán los protagonistas. "Serán cada vez más importantes en la vida económica y política del país", dice Hao. "Pueden representar la esperanza para que gobiernen la ley y la democracia cuando lleguen la hora y las condiciones", añade Wang.

Tímida apertura al mercado financiero

El mismo día que comenzó el XVI Congreso del Partido Comunista, Pekín hizo un anuncio largamente esperado: la normativa para que los inversores extranjeros puedan acceder a las denominadas acciones A, que cotizan en yuanes y representan un mercado cifrado en 500.000 millones de dólares. Con esta decisión, que entrará en vigor el 1 de diciembre próximo, China pretende atraer un capital fresco que impulse el desarrollo de sus bisoños mercados bursátiles. Según los analistas, servirá, además, para aumentar la liquidez y la transparencia del mercado.

La regulación da acceso a una serie de productos, que hasta ahora estaban fuera del alcance de los inversores extranjeros, como son las acciones A de 1.191 compañías, bonos del tesoro y bonos convertibles. Sin embargo, sólo podrán entrar en este mercado las grandes compañías. Las gestoras de fondos extranjeras deberán haber manejado activos por valor de 10.000 millones de dólares en el último ejercicio y los bancos tendrán que encontrarse entre los 100 primeros del mundo por valor de activos. Las compañías de seguros y las empresas de intermediación bursátil deberán llevar operando un mínimo de 30 años.

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