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Reportaje:ESCAPADAS

La Universidad de Nostradamus

Montpellier, un vivo centro de estudio que data del siglo XII

Mont du pastel, Mont pelé, Montpesullanus, Mont fermé... Montpellier, como se la conoce en nuestro tiempo, ciudad de la región de Languedoc-Roussillon, resplandeciente y siempre renovada.

Montpellier es la única ciudad del sur de Francia con un centro histórico enteramente peatonal, lo que hace que los paseos a pie sean tan reconfortantes: el ruido de las fuentes, el silencio de sus calles, un suave viento y leves murmullos de voces que vienen de los bares y restaurantes del casco antiguo.

En la Place de la Comédie se puede sentir el latido de la ciudad, en las terrazas de los cafés de ese gran espacio arquitectónico del siglo XVIII, teatro incluido, y una gran fuente que se conoce como Las Tres Gracias. La explanada de Charles de Gaulle hace las veces de ramblas, por ahí convergen grupos heterogéneos de estudiantes, que deben rondar los 70.000.

Estudiantes extranjeros

Este prestigio que tiene la ciudad como lugar hospitalario para los estudiantes extranjeros se remonta al siglo XII (en 1137 nació su escuela de medicina, pionera en Europa). Allí estudió y ejerció en el siglo XVI Nostradamus, médico de origen judío autor de las profecías en las que algunos han creído ver desde el horror del nazismo al asesinato de Kennedy o el 11-S. Y François Rabelais, ¡quien comentaba textos de Hipócrates en griego! Para conocer estas historias, mejor darse una vuelta por la Facultad de Medicina, en la calle del mismo nombre, y visitar la biblioteca, que todavía conserva algunos manuscritos de la época, lamentablemente, por ahora, no accesibles al público.

Montpellier vivió su periodo más convulso durante las guerras de religión, época de inestabilidad aplacada en 1622 por Luis XIII, en cuyo reinado se construyen y reconstruyen iglesias, una ciudadela (ahora liceo) y la escuela de los jesuitas, actual Museo Fabre. Otro Luis (¡ah, la confusión de los Luises en Francia!), éste XIV, levanta en el siglo XVII un suntuoso arco del triunfo y un paseo llamado de Peyrou, en el que se yergue un imponente castillo de agua que abastecía la ciudad a través de un acueducto. Ésta es la ruta más recomendada por la oficina de turismo, y no bien se llega, se parte a dar el paseo, y sí, vale la pena el pequeño banquete estético que se nos ofrece sobre techos de tejas rojas, cipreses y una lejana presencia de montaña calcárea... y un cielo donde arden pequeños colores ocres: ¡estamos en el Mediterráneo! Porque en Montpellier hay un puerto, el de Lattes, que fue importante en el siglo XVI, y sus playas modernas son más bien un tanto artificiales, por más que te ofrezcan una degustación de ostras frente al mar, playa Palavas, o un paseo en bote en el puerto.

Los edificios modernos de la ciudad son poco o nada atractivos, no se sabe si por mal gusto o por falta de imaginación, pero la joyita es el complejo arquitectónico Antígona, orgullo de muchos habitantes montpelerinos y de las autoridades, concebido por el arquitecto catalán Ricardo Bofill. Se puede ir a ver en el modernísimo tranvía (Montpellier es una ciudad pionera en la recuperación de este limpio transporte público que conoce un renacimiento en Europa). Son enormes moles de cemento de corte neoclásico, greco-romano, con algo de oriental en los techos alabeados, explanadas por donde corre un viento heladísimo, un frío inmenso, la persona humana aplastada por ese frío de la piedra y ventanas que se superponen en un paisaje pobrísimo en árboles, una especie de polis griega abandonada a su propia soledad.

Plazas y mansiones

También es recomendable visitar las mansiones particulares, ubicadas en el centro, en especial la de Varennes, en la plaza de Petrarca, o la de los Tesoreros de Francia, con escalera majestuosa, por donde se filtra una luz dorada, y entrar si se puede al patio, rodeado de casas donde todavía residen viejas familias de la burguesía. El voyeurismo no parece molestarles porque mantienen las cortinas abiertas, algo imposible en el norte de Francia, donde el pudor hace que la casa sea el lugar secreto. Otros hotelitos, como el de Haguenot, se deben a la imaginación del arquitecto de origen catalán Jean-Antoine Giral, quien en el siglo XVIII recibió el encargo de remozar la ciudad. Y luego las plazas: la de Saint Ravy o Saint Come, donde se ubica la Cámara de Comercio.

De pronto uno se interna por una callejuela y descubre una plaza con enormes árboles, salones de té o cafés que sirven los vinos de la región, como La Casa de los Vinos. Colinas de Languedoc no es una mala idea: allí se puede degustar la comida de la región, menús desde 10 euros y comer en la ¡sala Rabelais! esperando que la comida pantagruélica haga sus efectos de bienestar; el que come bien piensa bien, podría haber escrito Rabelais.

Terrazas de cafés y al fondo l'Opéra Comédie, uno de los teatros más grandes de Francia, en la Place de la Comédie en Montpellier.
Terrazas de cafés y al fondo l'Opéra Comédie, uno de los teatros más grandes de Francia, en la Place de la Comédie en Montpellier.PHILIPPE CARON

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos

- Población: Montpellier tiene 230.000 habitantes. Prefijo telefónico: 00 33.

Cómo ir

- Air France (901 11 22 66). Vuelos diarios desde Madrid hasta Marsella. Hay que reservar con dos semanas de antelación. Ida y vuelta, 330,86 euros con tasas. De allí se tarda una hora y media en coche a Montpellier. O bien, volar, vía París, a Montpellier. 519,13 euros con tasas.

Dormir

- Maison Blanche (4 99 58 20 70). 1796, Avenue Pompignane. La doble, 78 euros. - Hotel du Palais (4 67 60 47 38). 3, Rue du Palais des Guilhem. La doble, 57 euros.

Información

- Oficina de turismo (4 67 60 60 60; www.ot-montpellier.fr).

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