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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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¿Quién juzga a los jueces?

La generación de mi madre aplaudía el bofetón a Gilda. Un bofetón sonoro, implacable, preciso, que ponía en su sitio a esa mujer díscola que no estaba a la altura del amor que se le tenía. '¡Bien dado!, sí señor'. Mi generación, más contestataria, se enganchó a las canciones de la época y se enamoró perdidamente del aire flower de Joan Baez. Y ahí nos tenían, cantando al 'preso número nueve', convencidas y emocionadas, ese pobre preso que iba hacia el cadalso, condenado por amar demasiado. Con el entusiasmo alocado de la adolescencia, repetíamos vibrantes su juramento ante Dios: 'y si vuelvo a nacer, yo la vuelvo a matar...,' a ella, la mujer pérfida que, traicionando su inmenso amor, le era infiel. La mataba porque era suya... Por supuesto, mi hija ya no aplaude el bofetón a Gilda y el preso número nueve le parece una sandez monumental, sabido ya que quien mata por amor no ama, sino que domina. Pero, sin embargo, superado el cine y sus derivadas, tiene que vérselas con una casta de jueces que, a tenor de las sentencias, aún creen que el preso de marras, el número nueve, era un pobre enamorado. La última sentencia, esa lindeza de la judicatura, ese monumento al sentido común, ese ejercicio de inteligencia togada, es el último regalito que los jueces nos han hecho a las mujeres. Que un hombre enloquecido y violento, en medio de las terribles estadísticas de muerte por maltrato, persiga a su mujer, reiteradamente amenazada, con un hacha, y que un juez le imponga una simple multita de 60 euros porque lo considera un arrebato de amor, todo ello supera con creces nuestras peores previsiones. Si la sentencia la sumamos a las 71 sentencias 'comprensivas y benévolas' respecto a la violencia contra la mujer que se han producido en un solo año, según el alarmante informe de la Federación de Mujeres Progresistas, la cuestión es de enorme calado. Gracias a este informe sabemos que un juez redujo la pena a un violador de una niña sordomuda 'porque no entendía el lenguaje de los signos'. Y claro, el pobre hombre no entendió que la niña no quería ser violada. Sabemos que otro consideró atenuante, en una sentencia por malos tratos, que la mujer 'tenía mal carácter', y sólo condenó al maltratador a seis meses. Y otro, que absolvió a un maltratador que durante años pegó y violó a su mujer porque sus 'carencias culturales le impedían ser consciente de que sometía a su mujer a vejaciones'. Es decir, hay que ser universitario para saber que cuando se pega, se está pegando... ¿Qué decir de la sentencia de un juez que sólo condenó a un año al padre que violó a una de sus hijas, y encima le mantuvo la patria potestad de los otros cuatro hijos, porque no lo consideró peligroso? El pobre hombre sólo violaba...

Dos reflexiones desde una notoria, aunque espero que controlada, indignación. La primera, constatar que aún hay sectores clave en nuestra sociedad, sectores de poder, que no sólo no asumen su alta responsabilidad en la lucha contra la violencia doméstica, sino que por inhibición o comprensión, se convierten en cómplices. El impacto psicológico que una sentencia benévola produce en la víctima es directamente proporcional al desaliento que produce en los colectivos que luchan contra el maltrato. Los jueces son un cuerpo social especialmente clave en esta lucha, y por ello la abundancia de jueces misóginos, machistas o sencillamente indiferentes ante la violencia contra la mujer, alarma de manera notoria. ¿De dónde sale, si me permiten, esta generación de jueces de Atapuerca, más propios de la época de la pata quebrada que del momento actual? Y, constatada su nutrida presencia, ¿de qué manera podemos defendernos de sus abusos? Por supuesto, me sumo a la petición de la Federación de Mujeres: inhabilitación de los jueces que emiten sentencias contra el puro sentido común. Que la justicia es inapelable, pero hay jueces que tienen de justos lo que algunas tenemos de monjas.

Y puestos a pedir responsabilidades, ¿algún político prominente considerará la importancia simbólica de aparecer en el entierro de alguna mujer muerta a causa de la violencia doméstica? Que no es de recibo considerar al terrorismo como una lacra social y no hacer lo propio con un tipo de violencia que acumula más víctimas que cualquier otro. ¡Primera causa de muerte de la mujer de 25 a 45 años! Por encima de los accidentes de circulación y del cáncer de mama...

La segunda reflexión, una pregunta. ¿Se ha entendido realmente lo que está en la base del maltrato? ¿Lo han entendido algunos brillantes jueces? El hombre que pega, envilece o mata, nunca lo hace por amor. Lo hace porque ejerce el poder, avalado por la cultura de dominio que ha sido nuestro paradigma social durante siglos. De ahí que dictar sentencias que minimizan los actos violentos, atendiendo a cuestiones sentimentales, sea tanto como demostrar una ignorancia irresponsable. La lacra de la violencia doméstica es el aspecto trágico del dominio, su consecuencia más abrupta. Nunca puede ser tratada como una excepción. Y nunca puede estar avalada por la pasión.

El preso número nueve nunca fue un héroe pasional. Fue un machista irredento que consideró a su mujer como su propiedad. Por eso la mató. Hoy ya lo sabemos. Como sabemos, ya, que amamos a Gilda. Que somos Gilda. Pero tenemos un grave problema: muchos jueces se sienten más cerca del bofetón.

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