Balas de pintura
Perdido en el desierto de Almería, sumergido, en principio, en el rodaje de la película 800 balas, de Álex de la Iglesia, Óscar Mariné (Madrid, 1951) se vio arrastrado a otro mundo. El pretexto de realizar el cartel y el trabajo publicitario para este filme que rescata los fantasmas del spaghetti-western desató en su memoria un archivo riquísimo de impresiones, personajes, ideas, iconos, inquietudes y situaciones. La exposición que presenta ahora en Madrid da cuenta de la fiebre creadora que lo poseyó y lo empujó a pintar una amplia serie de cuadros, impactantes como balas. Balas de ficción.
Mariné, que empezó a tra-
ÓSCAR MARINÉ
Galería Almirante Almirante, 5. Madrid Hasta el 23 de noviembre
bajar en la época de la movida como ilustrador, dibujante y diseñador gráfico, se ha labrado en las últimas dos décadas un sólido prestigio internacional en estos campos. La pintura parecía algo ajeno a sus más recientes intereses, pero posiblemente el tema, el mítico universo del Lejano Oeste, haya desencadenado toda esta incontenible batería de referencias al cine, a las viejas series de televisión, al cómic y a ciertas vivencias de la infancia que él ha sabido centrar de manera poderosa y directa en estos cuadros.
Colores chillones, vibrantes, contrastes incontestables, encuadres deudores de los tebeos del género y, sobre todo, un deseo de captar el poder de cada uno de los personajes que retrata hacen de esta muestra una galería de héroes-bandidos digna del universo expresionista.
Y, sin embargo, no hay sátira ni acidez en estos cuadros de Mariné. Más bien mucho valor y sinceridad. Su aproximación al Lejano Oeste es el de quien se cuela sin prejuicios en las escenas de este tráiler interminable como un personaje más. Alguien poseedor de las claves de una ética salvaje que todos ellos comparten más allá de la realidad. Los bandidos, los pistoleros, el sheriff, las escenas del duelo, las del robo, el dedo en el gatillo, el tiro por la espalda, el galope final hacia el ocaso adentrándose en el desierto.
Junto a los retratos y las escenas, se ensamblan otros elementos gráficos que también dan en el blanco. Y, por último, la clave emotiva. Rosebud. Unas cajitas acristaladas que protegen y sacralizan los recuerdos infantiles a través de esos muñequitos de plástico de colores. Esos vaqueros feroces de cinco centímetros que deben haber sido el detonante de todo este, de otra manera, inexplicable furor pictórico.
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