El juez pintor
Manuel Rico Lara expone en La Carbonería de Sevilla una treintena de cuadros
'La pintura son los ojos que ven, que miran. Quién soy yo para interpretar mis propios cuadros. Además, nunca aprendí a pintar', reflexiona el autor ante un acrílico sobre ladrillo que recrea a Mariana Pineda, la heroína granadina que inspiró a Lorca. 'Estaba en la sierra. No tenía papel, ni cartón ni tela. Así que cogí un ladrillo de una obra y pinté con acrílico. Es ingenuo, como los dibujos de Lorca'. Es el ex juez de menores Manuel Rico Lara, que expone estos días en La Carbonería de Sevilla una selección de sus obras. ' Santiago del Campo dice que tengo un matiz ingenuo, pero no naïf', dice. A sus 71 años, piensa continuar con los pinceles. 'Pinto poco socialmente, pero voy a seguir pintando. No me importa regresar a la eterna juventud', bromea cuando se le comenta el toque infantil de sus cuadros coloristas. 'Me gusta mucho el amarillo y el azul'. Y eso que es daltónico: 'Algunos colores se me olvidan como se llaman, pero como en los tubos viene el nombre...'. A veces, según la tonalidad, confunde el rojo y el verde, el morado y el azul, el verde y el marrón. 'Más que confundirlo, es que no los recuerdo si tengo que pintar al día siguiente con el mismo color'. No queda claro si lo que no acaba de reconocer son los colores o sus denominaciones. 'Los daltónicos no podemos explicar bien esto. No los distingo, pero no recuerdo el nombre porque confundo a veces unos colores con otros'.
Galerías, soledades y otras pinturas reúne hasta finales de noviembre más de una treintena de obras: paisajes urbanos, retratos y un par de autorretratos. Valle-Inclán, Unamuno, Carlos III, el hijo del Greco, se entremezclan con visiones de Venecia, conjuntos de casas a la vera de un río, solitarias estaciones de tren o tranvías de Lisboa. 'Siempre hay una referencia intelectual a los personajes que retrato', explica ante uno del autor de Luces de Bohemia. 'Siempre me interesó mucho Valle-Inclán, igual que Unamuno. Tal vez se parecen porque he interpretado su personalidad a través de lo que he leído de ellos. Podría decirse que es un recorrido por sus obras, por algunas, no quiero ser pretencioso. Y resulta que se parecen entre ellos'.
Sus fuentes de inspiración son las más diversas: desde paisajes reales a posters, en el caso de Valle-Inclán, o fotografías de prensa para el lienzo del tranvía de Lisboa. 'Lo interpreté a partir de una foto que salió en EL PAÍS'. Le atrae mucho el siglo XVIII y el Renacimiento. También Goya, Manet y Van Gogh. 'Soy un enamorado de La Condesa de Chinchón, de Goya. El XVIII fue un siglo de transición, de debilitamiento de las monarquías absolutas y nacimiento de la burguesía. El Renacimiento supuso un salto histórico. Y siempre he sido una persona de transición, no me apego a ídeas rígidas. Prefiero el consenso', explica. Una actitud alejada de cualquier fundamentalismo que refleja en la paleta.
De la tristeza al color más vivo
Su primera caja de óleos se la regaló una novia. El interés por el arte lo cultivó desde joven, cuando estudiaba la carrera de Derecho en su ciudad natal, Madrid. 'Allí acudía al estudio de un artista sevillano, Manuel Gutiérrez Navas, a unas tertulias en las que había extranjeros, compañeros de clase, artistas. No me atreví a recibir clases, no por soberbia, sino porque no era pintor', recuerda. Ése fue el caldo de cultivo. Su primer cuadro lo hizo cuando lo destinaron, en la década de los sesenta, a la isla canaria de La Palma. 'Vivía frente al mar. En mis ratos libres me ponía a dibujar en papel. Lo primero que hice fue la cabeza de la infanta de Las Meninas. Pido disculpas por ese atrevimiento', ironiza. Ya como magistrado, en 1971, fue enviado a San Sebastián. 'Pinté algún bodegón en una torre antigua de la parte vieja'. Pero no fue hasta 1975, ya en Sevilla, cuando perseveró. En el estudio de Santiago del Campo descubrió la obra de Paco Cuadrado ('me impresionó esa Sevilla de azoteas, espadañas y cúpulas de iglesias'), Cortijo, Rolando Campos, Seis Dedos o el marroquí Ben Yessef. Desde entonces, ha expuesto en algunas muestras colectivas en bares y galerías. 'Espero que ésta no sea la última'. Señala sus autorretratos. 'El primero tiene un gesto crispado, de dolor. No suelo hablar de ello, pero la putada que me hicieron... En el segundo no hay sensación de crispación, aunque algo queda'. Se refiere al jucio por el caso Arny, en el que el ex juez de menores salió absuelto en 1998 de un delito de prostitución de menores. En esos momentos, durante los dos años que duró el proceso, Rico Lara encontró refugio en la pintura. 'Me sirvió como expresión de dolor y de mi sentido de lucha. Hay un recorrido desde la tristeza al color más vivo'. Se jubiló hace un año como juez (aunque estaba en comisión de servicio en la Comisión General del Poder Judicial y en el Registro Civil) y profesor de Sociología Jurídica. De convicciones profundamente democráticas 'y feministas', pinta como es. Sus obras son un reflejo de sus inquietudes: 'Trato de hacerlo tal como soy. En un mundo de perfección formal y funcional, me evado: cojo un bolígrafo para escribir y unos colores para pintar. Soy un antiguo'.
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