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Reportaje:

De las fuentes de Olmeda a las del Nilo Azul

La villa madrileña, cuna de Pedro Páez, descubridor del origen del gran río, recobra la personalidad de su hijo más célebre

Las gentes de los pueblos escarpados suelen ser emprendedoras. Este aserto se confirma en el pueblecito madrileño de Olmeda de las Fuentes, casi en el límite con la Alcarria y no lejos de Nuevo Baztán, a una cincuentena de kilómetros de distancia en dirección sureste desde Madrid. Allí nació en 1564 un madrileño universal, aunque aquí casi desconocido, de nombre Pedro y de apellidos Páez y Jaramillo, quien tensó sus pantorrillas por las empinadas cuestas del pintoresco pueblo que le viera nacer.

Tal tensión muscular le sirvió para recorrer medio mundo, desde el cercano Portugal, en cuya universidad de Coimbra estudió Teología, hasta la lejana Goa, en la India, o el altiplano etíope donde recalara hasta su muerte y alcanzara su mundial nombradía tras cristianar, en clave católica, ni más ni menos que a dos emperadores etíopes, ya cristianos, aunque coptos. La fama de Pedro Páez Jaramillo, hijo de un prócer de Olmeda de las Cebollas, que así se llamaba su aldea desde que cambiara su anterior y evocador nombre de Valdeamores, deriva de haber sido primero de los europeo que, en los tiempos modernos, para unos en 1613, para otros en abril de 1618, avistara las fuentes del Nilo Azul. Y ello casi 250 años antes de que un británico hallara el origen del Nilo Blanco en el lago Victoria. Fueron, quizá, las tan fuentes numerosas de Olmeda - una decena de ellas visibles en un mero paseo por el pueblo-, las que movieron al jesuita madrileño a guiarse hasta el lago etíope de Tana y hallar allí 'dos ojos' de los que comienza a manar uno de los brazos del río más largo del mundo, de 6.300 kilómetros y un majestuoso discurrir hacia la mediterránea Alejandría.

El pueblo es hoy un remanso de serenidad que más parece ser quimera que realidad

Olmeda de las Fuentes es hoy un remanso envuelto en una atmósfera tan límpida y serena que más pareciera ser quimera que realidad. Con sus 183 habitantes, ocupa una ladera sobre un afluente del arroyo de la Vega, donde aún se conservan huertos a los que dieran celebridad sus cebollas. Sin embargo, en el año de 1954, su nombre fue sustituido por el de Olmeda de las Fuentes. Hay quien dice que, tal vez, el cambio obedeciera a un primer homenaje al descubridor del nacimiento del Nilo Azul. Aunque desde la guerra civil no quedan documentos registrales tras el incendio entonces de los archivos parroquiales, se sabe que el primitivo nombre de Valdeamores desapareció en torno al siglo XV tras ser hollado el privilegio de asilo de su iglesia, donde se había cobijado un fugitivo. Aquel episodio proyectó su sombra como una maldición sobre el pueblo, que se desplazó hacia otra dirección de la de su inicial enclave.

Es tanta la belleza de Olmeda que desde hace tres décadas fue elegido, para instalar allí sus talleres, por un puñado de artistas y académicos madrileños: Vela Zanetti, Eduardo Granell, López Ochoa o Álvaro Delgado. Precisamente éste, nacido en 1922 y miembro de la denominada Escuela de Madrid, recibió hace meses la encomienda de Andrés Couso Tapia, alcalde del pueblo, de realizar un retrato de Pedro Páez, el jesuita emprendedor de las pantorrillas tensas. Couso explica que Pablo González es un historiador que intenta recomponer todos los fragmentos del rompecabezas de la vida de Páez, el más celebre hijo de la villa madrileña de Olmeda. 'Acaba de encontrar base documental mediante la cual podría establecerse que un hermano de Pedro fue corregidor en época coetánea a sus viajes'.

El escritor Javier Reverte, por su parte, ha sido quizá el español que más ha indagado en la peripecia vital de Páez, en su libro, Dios, el Diablo y la Aventura (Plaza Janés), editado en mayo de 2001 y presentado entonces en Olmeda. También lo ha hecho el indio George Bishop. No obstante, quedan incógnitas. Hasta el momento no se sabe con certeza la causa por la que Pedro Páez marchara a estudiar Teología a Coimbra, teniendo la Compañía de Jesús en España estudios de igual prestigio. Otros apuntan la idea de que el progenitor de Páez fuera un propietario rural aprovisonador del Colegio Imperial que los jesuitas mantenían en lo que hoy conocemos como Instituto San Isidro, en la calle de Toledo. De los predios, de gran feracidad cerealera, de la zona que va de Olmeda a Campo Real y Torrejón de Ardoz, se abastecía también la Corte de Madrid. Comoquiera que Felipe II, en 1580, llevó parte de la Corte imperial a Lisboa, el posible traslado de la familia de Páez con el séquito filipino bien podría explicar por qué el gran madrileño marchó como estudiante a Coimbra para iniciar, desde allí, su fascinante vida de aventura y de fe.

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Justicia a los exploradores

La entidad histórica de Pedro Páez y su reconocimiento internacional por parte de prestigiosas sociedades geográficas mundiales contrastan con el aún magro conocimiento de su figura en España. Tal desdén se ha cebado señaladamente con los exploradores y aventureros españoles. Para atajar tal desmemoria y rendirles justicia histórica, Juan M. Riesgo, politólogo, militar, historiador y responsable del Museo de Aviación y Aeronáutica de Cuatro Vientos, ha diseñado un curso de conferencias gratuitas denominado II Ciclo de Exploradores y Aventureros Españoles en África, que el lunes 28 de octubre debutó con Lorenzo Silva, premio Nadal, que habló sobre el Rif norafricano en el Colegio Mayor Nuestra Señora de África. El ciclo, que durará hasta el último lunes de febrero, incluirá, naturalmente, una conferencia sobre el propio Páez, a cargo de su principal mentor, Javier Reverte. De igual modo, el propio Juan M. Riesgo disertará en diciembre sobre el español Cristóbal Benítez, en el viaje a Tombuctú de Óscar Lenz.Al ciclo se suman investigadores como Victoria Fernández Vargas, del CSIC; Carlo Caranci, de la Asociación Española de Africanistas o Marta Sierra, del Museo de América; historiadores como José R. Diego Aguirre; profesores universitarios como Luis Palacios, José U. Martínez Carreras, Javier Morilas, Guillermo Calleja y Luis E. Togores, o diplomáticos como José María Ridao. En sus conferencias abordarán desde el orientalismo en España a las expediciones hispanas al África occidental; del Sáhara a Guinea Ecuatorial o la diplomacia en el continente. El ciclo, todo un acto de justicia histórica, culminará en febrero de 2003.

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