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Volvo Masters | GOLF

Duelo entre tinieblas

Tras dos hoyos de desempate sin que se deshiciese la igualada, Valderrama se convirtió en un fantasmal campo en sombras. Bernhard Langer, tras golpearse la mano al cruzar un riachuelo, se dirigió corriendo al tee del hoyo 18.

Allí le esperaban Colin Montgomerie, su respectivos caddies y un par de árbitros. El público y la prensa aguardaban en el green, iluminados por los focos de la casa-club. Pero en la salida del 18 no había focos. Sólo dos hombres con sus ayudantes viendo el sol desaparecer por el horizonte.

Entonces, Montgomerie, siempre presto a decir en voz alta lo que piensa, meneó la cabeza de lado a lado y dijo: 'Too dark, too dark' ('demasiado oscuro, demasiado oscuro'). Langer oteaba el cielo y se giró. Casi sin testigos, los dos jugadores se dieron la mano y se sonrieron. Ambos habían ganado. 'Yo no quería ganar a Langer y él no me quería ganar a mí', dijo el escocés. 'Así que todos contentos', apostilló con sorna.

Antes de tomar esa salomónica decisión, Langer había pedido al chófer uno de los pequeños cochecillos que transitan por el campo que pusiera los faros apuntando hacia el tee. No sirvió de mucho. Seguía sin verse apenas nada.

'Jugar al día siguiente el desempate habría sido un anticlímax. El torneo tiene un ambiente impresionante y mañana no habría quedado nadie. Todos se habrían marchado', aseguró Langer ya con el trofeo entre las manos.

El desenlace, eso sí, pudo ser muy distinto si el hombre de los nervios de acero, el alemán templado Langer, no hubiese resuelto una situación crítica en el segundo hoyo del desempate.

En el hoyo 10, el elegido para seguir dirimiendo el torneo, el jugador alemán salvó con una aproximación magistral una bola que se había marchado de salida hasta uno de los caminos de cemento en el que se agolpaba el público. Langer no perdió los nervios y, trazando una parábola, la dejó luego a un par de metros de la bandera.

Pero la tensión del germano tuvo que sufrir algún otro quebranto. En el primer hoyo del desempate, cuando se disponía a lanzar un putt muy largo que le habría dado el triunfo, empezó a sonar la alegre tonadilla de un teléfono móvil. Langer falló, pero no hizo ningún gesto de disgusto. Naturalmente, Montgomerie los hizo todos por él y, aun antes de que nadie moviese un músculo, advirtió con acritud -'no fotos, no teléfonos'- y se acercó con un paso muy vivo a reconvenir a sus mayores enemigos, los fotógrafos.

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