El maestro Harding
Entre los muchos méritos de Claudio Abbado resplandece su entusiasmo voluntarioso a la hora de crear nuevas formaciones orquestales. Ahí está el ejemplo de la Orquesta de Jóvenes Gustav Mahler, creada en 1986 de la que, en cierto modo, es continuación o variante la Mahler Chamber Orchestra que actuó el miércoles en el Auditorio para el público de Ibermúsica. La dirige, con rica imaginación y arte grande, uno de los nombres más significativos de la actual generación: Daniel Harding cuya carrera sigue una ascensión meteórica desde 1994, año que hizo su gran presentación con la Sinfónica de Birmingham. Hoy es un maestro cotizado que a todos sus dones y seria preparación -junto a Abbado y Rattle, principalmente- suma el frescor de una personalidad enaltecedora de lo que interpreta. Escuchamos así una suite bastante extensa del ballet de Rameau, Hippolyte et Aricie, música fascinante allí donde las haya, estrenada en París el año 1733 y que conserva todavía un tan agudo atractivo capaz de entusiasmar a audiencias de hoy. Puso Harding a su lado uno de los geniales 'retornos' de Stravinski: Apolo y las musas, que es de 1928, una de tantas creaciones del gran compositor del siglo XX en la que, cualquiera que sea el punto de partida, todo se torna plenamente stravinskiano. En su marcado contraste de todo orden y, también, en su impulso renovador las dos partituras encontraron en Harding un pensamiento imaginativo, al hilo de su tónica de sobriedad expuesta con acabada perfección por el estupendo conjunto. Gesto, ritmo, plasticidad, poética y palpitación puramente musical hicieron el triunfo de nuestros visitantes a través de un modo sintético, conocedor de fuentes y estilos, pero asumidos con una gloriosa naturalidad. Campeó en las danzas eslavas de Dvorak, opus 72.
Orquesta de Cámara Gustav Mahler
Director: D. Harding. Obras de Rameau, Stravinski y Dvorak. Auditorio Nacional. Madrid, 6 de noviembre.
Raras veces podemos aplaudir a una orquesta tan integrada a hacer música nacida de la tradición popular y el paisaje anímico y geográfico y, en última instancia, decidida por la invención imaginaria del compositor lo que no resta veracidad aunque orille la autenticidad, por seguir la sutil diferenciación establecida por Manuel de Falla. Pentagramas felices, en ocasiones tocados de melancolía evocadora y, como bien dice Álvaro Guibert, divertidos y hermosos. El éxito fue total y pleno de ovaciones.
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