Piazzolla, en las mejores manos
La Camorra llegaba a Madrid avalado por opiniones autorizadas. Por ejemplo, la de Daniel Piazzolla, hijo del gran Astor, quien ha asegurado que el quinteto le causó la misma emoción que escuchar por primera vez a Agri, López Ruiz y a su propio padre.
Cierto. Aun contando con los ilustres intentos de Gidon Kremer, Yo Yo Ma, Daniel Barenboim y un largo etcétera, pocos han logrado entrar con tanta fidelidad sensible en la particular órbita expresiva de Astor Piazzolla. Las versiones de La Camorra de Verano porteño, Milonga, Muerte y resurrección del Ángel o Adios, Nonino acertaron a traducir el estertor de muerte y el balbuceo de vida nueva que comparten pan y techo en la escritura de esas piezas. En primer plano, el extraordinario Luciano Jungman hizo respirar muy hondo a su bandoneón para prolongar la amargura del lamento, y supo hacerlo explotar como un órgano de catedral en los pasajes de rebeldía impaciente. Muy pendientes de las partituras, los demás miembros del grupo (con mención especial para los magníficos Sebastián Prusak, violín, y Hugo César Asrin, contrabajo) se amoldaron a la temperatura emocional con respeto casi temeroso. Hicieron sonar a Piazzolla como si estuvieran supervisados por el propio Piazzolla.
La Camorra
Luciano Jungman (bandoneón), Sebastián Prusak (violín), Jorge Kohan (guitarra), Nicolás Guerschberg (piano) y Hugo César Asrin (contrabajo). Teatro Albéniz. Madrid, 31 de octubre.