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Entrevista:Milton Hatoum | BRASIL, NUEVOS HORIZONTES

'No se puede escribir sobre lo que se recuerda con nitidez'

Como su propio libro, la vida de Milton Hatoum (Manaos, 1952) es un juego de cajas chinas. Brasileño de familia libanesa, estudió arquitectura en su país y literatura en Francia. Hoy es profesor de literatura francesa en la universidad de su ciudad natal y de latinoamericana en la de Berkeley. Su primer libro, Relato de un cierto oriente, ahora traducido al castellano, fue un acontecimiento al que siguió una década de expectación que culminó en Dois irmãos. Ambas novelas recibieron en sus años respectivos el Premio Jabuti a la mejor obra publicada en Brasil. Para Hatoum, la narradora es 'una Sherezade del Amazonas' que desgrana las historias de un clan enloquecido hasta formar un 'mosaico amazónico, pero también moro'.

PREGUNTA. ¿Cómo le han marcado la oralidad y la tradición oriental?

RESPUESTA. Cuando era niño, en el Amazonas no había televisión. Los domingos, mi abuelo, un inmigrante libanés, contaba historias de sus aventuras y desventuras, de sus viajes desde Oriente hasta Brasil, del comercio en el laberinto fluvial de la Amazonia... Mucho tiempo después descubrí que algunas de esas historias eran versiones adulteradas de Las mil y una noches. Por otro lado, las empleadas de mi casa eran indias del Río Regro que contaban leyendas de la selva. Yo crecí oyendo esas fábulas.

P. 'La vida empieza con la memoria', escribe. ¿Y dónde empieza la literatura?

R. La memoria y la imaginación son hermanas gemelas. No se puede escribir sobre lo que recordamos con nitidez. La memoria, más que la realidad, es la revelación de un asombro, de un espanto, de algo que se vuelve mítico. Por eso la literatura necesita el paso del tiempo.

P. ¿Para qué?

R. Para que los acontecimientos y los seres olvidados regresen a través de la imaginación, movida por las palabras. Acordarse de todo es una pesadilla, como ocurre con 'Funes el memorioso', el personaje de Borges. La vida en la ficción comienza cuando los dramas del pasado influyen en el presente con sus inquietudes y tensiones. El lenguaje da espesor al tiempo olvidado y establece un diálogo con el presente.

P. ¿La memoria convierte en mágico lo real?

R. Más que de realismo y magia, yo prefiero hablar de fantasmagorías escritas con una rara poesía. La memoria transforma la realidad empírica en un microcosmos refractario, nebuloso o, por qué no decirlo, fabuloso. Guimarães Rosa decía que lo bello es oblicuo y que detrás de la oscuridad de las ideas está la ingenuidad de los hechos.

P. ¿La familia es un buen espacio para narrar?

R. Las dos novelas que he publicado abordan el tema de la casa que se deshace. La casa familiar es un pequeño mundo, un microcosmos cuyo drama evoca cuestiones más generales: de la sociedad y del tiempo en que viven los personajes. En ese sentido, mis libros retoman una tradicion novelística centrada en la trayectoria de un individuo que busca un sentido a su existencia en un mundo moderno.

P. ¿No trata de eso toda la literatura contemporánea?

R. La novela habla siempre de la búsqueda de un deseo que no se realiza. Intenta dar coherencia a personajes que caminan hacia la errancia, hacia la soledad o hacia la muerte. Ése era ya el destino de los grandes personajes de la narrativa del siglo XIX. Cuando hablo de una familia de inmigrantes árabes en la Amazonia, pienso en un drama que sucede en una casa al margen de un Brasil conocido.

P. ¿Qué ha aportado a su obra una ciudad como Manaos?

R. Manaos representa la frontera extrema del imaginario brasileño. A pesar de ser la mayor metrópolis industrial de la Amazonia, la cultura indígena está presente en el vocabulario, en las costumbres, en la cocina y en el modo de ser de la gente. Quise evitar el exotismo y los estereotipos, que sirven para vender libros, pero no para la literatura. La Manaos del Relato es casi una pesadilla habitada de lujuria, placer y miseria. Manaos y la selva son inseparables. Y el río Amazonas es lo que rige la vida. Cuando alguien sale de Manaos y atraviesa el Río Negro, la noción del tiempo y del espacio cambian completamente.

P. ¿Cómo?

R. En la selva se vive en un tiempo fuera del tiempo, o sea, en el mito. Para muchos brasileños de otras regiones, la Amazonia es todavía un lugar desconocido, como si fuese un mundo geográfico y lingüístico que les pertenece, pero que les resulta inaprensible, misterioso, salvaje.

P. Uno de sus personajes dice que siempre convivió con un idioma en la ciudad y con otro en su casa, y que 'tenía la impresión de vivir vidas distintas'. ¿Fue también su caso?

R. Cuando era niño, mi padre hablaba árabe con mi abuelo, mi abuela rezaba en francés y mi madre hablaba portugués con los hijos. No sabría decir cuánto hay de autobiográfico en la novela, pero sé que hay mucha experiencia vivida. La forma literaria nace de una sedimentación de esa experiencia, sin la que es imposible escribir ficción. Lo fundamental es encontrar una voz, 'la petite musique'de Céline, esa musiquilla que da un tono particular de un mundo ficticio también particular.

P. ¿Cómo le suena a alguien como usted lo del choque de civilizaciones?

R. No hay una cultura aislada, pura y auténtica. La cultura es mezcla, como dice Edward W. Said, que es palestino y norteamericano. En el Quijote, Cervantes atribuye la historia original al cronista Cide Hamete Benengueli. Allí hay innumerables referencias a autores de la Antigüedad Clásica y del Renacimiento, pero Cervantes percibió la importancia de las culturas árabe y judía, sin las que España sería menos rica. Las culturas se entrelazan de una forma compleja y sutil, a veces conflictiva. Pero separarlas es una locura que puede llevar a la exclusión, al totalitarismo, a la idea de que la 'gran cultura' es la de los centros hegemónicos.

P. El canon contra el multiculturalismo.

R. Brasil es un ejemplo de sociedad mestiza, algo que es muy diferente del multiculturalismo norteamericano, que intenta dividir y confinar las culturas en espacios cerrados para no mezclarlos. Una sociedad que sólo mira hacia sí misma no puede entender la riqueza y la complejidad del mundo. Cada uno de nosotros tiene su historia particular, y su lengua materna, o su suelo y su paisaje primordial. Pero eso no significa que seamos impermeables a otras culturas. Para un brasileño, el mestizaje es algo natural, de nacimiento, y nuestra mayor creencia, si no la única.

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