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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retrato de una diva

'Eres como un vaso de agua que se congela en un instante y al siguiente rompe a hervir', le dijo Peter Brook a Nuria Espert después de verla interpretar Las criadas. Algo parecido esperaba uno de las memorias de la actriz. A menudo las memorias de una diva -o de un divo-, de un mito teatral, no son más que la prolongación del escenario... ¡y del camerino! Pues eso, y no otra cosa, es lo que suelen exigir los fans (fanáticos) del monstre sacré (y con ellos las editoriales).

No es éste el caso de las memorias de Nuria Espert recogidas, escritas por Marcos Ordóñez, y en cuanto a la bella y exacta imagen de Brook, hay que decir que el vaso de agua no llega a congelarse y tan sólo hierve en contadas ocasiones. Hierve con las compañeras, gente 'del Partido' ('yo nunca me he llevado bien con los comunistas', confiesa la actriz), que intentaron boicotear su Yerma. Hierve con un anónimo director general de Teatro de la UCD, 'hombre áspero y maleducado', al que un día la actriz le llamó de todo ('fascista lo más suave'), antes de que la Espert abandonase la dirección del Centro Dramático Nacional, que compartía con Ramón Tamayo y José Luis Gómez. Hierve con un tal Pujals, consejero de Cultura de la Generalitat catalana, un tipo 'impresentable', acérrimo enemigo de su amigo y compañero 'Sir Joseph Mary' Flotats (entre Talma y los cómicos británicos, la actriz siempre lo tuvo muy claro). Hierve con el diario Abc, con su crítico teatral, Lorenzo López Sancho, y poquita cosa más.

DE AIRE Y FUEGO

Nuria Espert y Marcos Ordóñez El País-Aguilar. Madrid, 2002 344 páginas. 17,50 euros

Las memorias de Nuria Espert, salvo alguna salida estupenda -como cuando le respondió a Adolfo Marsillach qué habría sucedido 'si tú y yo nos hubiéramos casado': 'Hubiera sucedido', le contesté, 'que hoy sería la mujer de Alfredo Matas'-, son, como corresponde a una catalana de pura cepa, unas memorias muy assenyades. Hija de obreros, nacida pocos años antes de la guerra civil, la familia -un matriarcado- está siempre presente en sus memorias, la actriz no experimenta reparo alguno en mostrarnos su fragilidad y aprovecha cualquier ocasión para llevarnos con ella a su finca de Alcocebre (Castellón), 'el bálsamo de todos los males', donde prepara un rico pan con tomate, como haría cualquier otra mujer.

Dos hombres dominan esas

memorias: Armando Moreno, el esposo, un hombre que sacrificó su carrera artística por la de su mujer y Víctor García, el argentino que la dirigió en Las criadas, 'el mejor espectáculo que he hecho en mi vida', (que) 'me cambió la carrera y la vida'. Personaje genial y autodestructivo, del que la actriz fue 'amiga, confidente, ayudante de dirección, 'traductora', hermana, madre... y acompañante nocturna, porque al caer la noche empezaba la ronda de bares'. El espléndido retrato de Víctor García justifica estas memorias.

El resto es una fiesta. Fiesta de amigos, muy íntimos, como Rafael Alberti, Julieta Serrano o Terenci Moix, y otros no tantos que le acompañan a lo largo de esos algo más de cincuenta años pisando los escenarios. Amigos que se confunden con los compañeros de la profesión, porque Nuria Espert, a diferencia de Glenda Jackson (a la que dirigió en la Bernarda lorquiana), es de las que hace y conserva amigos en los escenarios. Amigos de aquí, como Juan Germán Schroeder o José Luis Alonso -qué cosas más bonitas y atinadas dice la actriz del gran director-, y amigos lejanos, como Lavelli, Grotowski, Bob Wilson o Joan Plowright, los cuales ayudan a dibujar la carrera internacional de la actriz (y de la directora de teatro y de ópera), porque, a partir de Yerma (1968), Nuria Espert, todo y seguir siendo un referente de la escena española, adquiere una dimensión internacional como ninguna otra actriz española había alcanzado en el siglo pasado.

Resumiendo: 344 páginas (la editorial fijó un límite) de sabiduría teatral y calidad humana, una mezcla que resulta bastante rara. Aquí y en otros, lejanos escenarios.

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