Ladillas y fabada
El anuncio promocional de TVE, diseñado para poder ser usado con finalidades diversas, abunda en la poética del inventario. La lista de personas conmovidas con lo que ven en pantalla termina con un lema que suena a chiste: 'La televisión de todos'. Es una táctica parecida a la del anuncio de Coca-Cola, culminado con un 'Para todos' tolerante incluso con los pepsicólicos. En publicidad, la palabra está de moda. Lo que antes se resolvía buscando sólo el impacto visual, ya no rehúye la seducción de un texto.
Como guiñoles
El cuidado por la palabra también afecta a las entrevistas. La que el corresponsal de TVE en Nueva York le hizo a Woody Allen antes de que fuera abducido por la fabada fue doblada por el actor Joan Pera, la voz española del cineasta, un recurso que equipara la información al cine. Más pruebas de la mutación de géneros: la intervención de Rodríguez Zapatero en el Congreso, que tanta euforia ha generado en ciertos ámbitos de la opinión pública, parece dirigida a gabinetes de prensa y asesores. Se trata de una estrategia que, al tener tanta repercusión mediática, da la impresión de ser muy importante pero que, por desgracia, no resuelve ninguno de los problemas del electorado.
La pesadilla
El jueves soñé con Hermida. Al despertar, recordé aquellas tertulias que montaba en Antena 3, en plena época de crispación preaznariana. Salían vociferando diputados, sociólogos y antropólogos. Por aquel entonces, las trifulcas me parecían el colmo de la algarabía y de la frivolidad. Ahora, en cambio, las cosas han evolucionado tanto que las únicas tertulias que dan por la tele son las que se dedican a comentar Gran Hermano, un circo fascinante, sí, pero que no debería ser tan ubícuo (Día a día, A tu lado, Crónicas marcianas, Salsa rosa). Horas de programación dedicadas a discutir sobre un programa que, por sí solo, ya ocupa buena parte de la parrilla. Cuando no puedo más de tanto Gran Hermano, echo de menos a Hermida. ¿Es grave, verdad?
Ladilla catódica
En la casa de Guadalix, las cosas siguen su curso. Fuera, en cambio, se exprime la polémica. Ha aparecido un nuevo villano: un ex novio despechado de Rocío que se dedica a intoxicar con supuestas calumnias que alimentan el cotilleo. En lo literario, Gran Hermano ha alcanzado la inmortalidad gracias a la última novela de Boris Izaguirre, titulada 1965. En una de las escenas, que transcurre en Miami, un apuesto joven está comiendo con una hermosa mujer que, sin pudor alguno, le tira los tejos. Pero el pobre hombre no puede satisfacerla porque ha pillado unas mega-ladillas. '¿Con quién has estado?', le pregunta ella. 'Con una de las concursantes del Gran Hermano', responde él. Lo cierto es que, con tanto movimiento de edredones y sesiones jacuzzis, las posibilidades de contagio se multiplican. Incluso yo, que sólo los miro, empiezo a sentir un inquietante escozor.
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