'Es altisonante, pero cambié el destino histórico del país'
Pregunta. Durante el periodo de los 14 años de Gobierno, ¿cuáles fueron los momentos en los que se sintió más eufórico? ¿En la firma de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea (CEE), en la Conferencia de Madrid, en la primera investidura?
Respuesta. Normalmente, los momentos de esa naturaleza me abrumaban más que me satisfacían. Veía la euforia del entorno y yo me sentía fuertemente abrumado. La amargura del día de la firma del Tratado de Adhesión con la CEE es explicable porque coincidió con un doble atentado de ETA. No tuve tiempo de disfrutar de la Conferencia de Madrid porque la cantidad de enredos, amenazas y tensiones que había entre bambalinas era tan grande que evitaba cualquier satisfacción.
'Los ciudadanos se han reconciliado por primera vez con su pasaporte. Esta reconciliación no es españolismo castizo. Es democracia'
'La deriva nacionalista de la gente que decide cómo ser español se parece mucho a la deriva nacionalista del Partido Nacionalista Vasco'
Voy a contar una anécdota que define ese estado de ánimo. Mis paisanos de Sevilla, que un día antes de la inauguración de la Exposición Universal creían que no se podría abrir, a los seis meses me pidieron una prórroga. Que continuase un poco más, unas semanas, unos días. Ellos sí que estaban eufóricos por la marcha de la Expo. Les dije que no. A las doce de la noche del día señalado se cierra. Ni un minuto más. Y yo, por primera vez en seis meses, voy a dormir una noche a pierna suelta. Este sentimiento lo he tenido en los acontecimientos más importantes que he ido viviendo.
Así que subidones, subidones, pocos...
P. En más de una ocasión ha dicho que una de las cosas en que se había equivocado era en haber apagado la memoria histórica de nuestro torturado siglo XX...
R. Más exactamente, he dicho que no tenía la certeza de haber acertado. El desencadenante fue una conversación con el general Gutiérrez Mellado, que me dijo, refiriéndose a la Guerra Civil: 'Debajo de estas cenizas está crepitando todavía el fuego. Le ruego que espere a que la gente como yo haya desaparecido para volver a discutir sobre aquellos acontecimientos'. Mi mandato coincidió con el 50º aniversario del principio de la Guerra Civil y con el 50º aniversario del final de la II República, y no creí oportuno abrir el debate. Y podían haber sido dos ocasiones extraordinariamente propicias para haber hecho no sólo una operación de recuperación de la memoria histórica, que era la parte más noble, sino para haber recordado el papel de la derecha en ese periodo, lo cual supongo que hubiera tenido para nosotros buenas expectativas electorales.
No sé si fue un acierto o un error, pero fue una actitud consciente.
P. Margaret Thatcher dijo que había cambiado todo en el Reino Unido tras su paso por el Gobierno. ¿Qué ha cambiado usted?
R. No seré tan petulante como la Thatcher, pero en cualquier caso sonará altisonante: el destino histórico de este país. Lo que más me satisface es que la gente se reconcilió con su pasaporte por primera vez. Esa reconciliación con el pasaporte no era españolismo castizo, sino democracia. En el fondo, la suma de liberalización económica, apertura al exterior, un papel distinto de España en el mundo, toda esa literatura fue en realidad un esfuerzo de modernización y de confianza en las posibilidades del país. La democracia devuelve la España plural y la consolidación de un sistema de reconocimiento de la diversidad. La diversidad es cómo te sientes: vasco, catalán, español o lo que quieras. Y ese 'cada uno se siente como quiere' lo garantiza la pluralidad. Es el pluralismo de ideas el que da fundamento a la ciudadanía.
P. En algún momento reconoció que uno de los problemas centrales con los que se había encontrado a la llegada al Gobierno, el modelo autonómico, seguía sin resolverse del todo.
R. Sí. El problema territorial. Hay dos actitudes frente a ello. La finalista, que no pertenece al terreno de la política, y que también está en mi partido: hay que cerrar definitivamente ese proceso. No significa nada. Y la segunda actitud: establecer un sistema de convivencia que, respetando las reglas del juego, deje un cierto grado de dinamismo abierto. Nuestro modelo ha sido siempre el segundo. Lo que me preocupa es establecer los mecanismos de cooperación para definir la voluntad del conjunto. Lo que hay que hacer es civilizar las tensiones. No pretender eliminarlas:van a existir siempre. La primera regla es respetar las reglas del juego; la segunda, saber que la ciudadanía es plural. La deriva nacionalista de la gente que decide cómo hay que ser español se parece mucho a la deriva nacionalista del Partido Nacionalista Vasco.
Cada vez me siento menos nacionalista, y ello no significa que tenga menos sentimiento de pertenencia. Tengo un sentimiento de pertenencia a eso que llaman España porque cada vez viajo más a América Latina, que es la única manera de comprender esto. Viéndolo desde allí. Desde Zacatecas se entiende bien el problema vasco.
P. ¿Cómo analizaría la coyuntura política actual de nuestro país?
R. Estamos inmersos en una crisis política espoleada por una crisis económica que todavía no se percibe del todo. Y pasan algunas cosas que producen repugnancia, como la política exterior respecto a la crisis mundial, que se hace mirando a Bush y a Estados Unidos, y no al Parlamento nacional. ¿Qué es lo que piensa España de la crisis iraquí? Lo que diga Bush. Si dice que no hay que ir a las Naciones Unidas, no hay que ir; si dice que hay que ir, dirán 'ya lo dijimos'.
Además, hay una crisis territorial gravísima, de la que ya hemos hablado, acompañada de una economía en crisis. Creo que la derecha va a dramatizar la crisis territorial para excluir un triunfo de la izquierda. Y lo que va a conseguir es lo contrario: alimentar la necesidad de un talante y de una manera de ser como la de José Luis Rodríguez Zapatero. La derecha va a jugar, como hace Bush con Irak o Sharon con la Intifada, a la política de que 'en situaciones límite, a esta gente no le puede dar confianza'. El Partido Popular no va a querer hablar de la crisis económica, de la pérdida de productividad por persona ocupada, no van a querer explicar la destrucción de ahorro para todos los ciudadanos menos para los amigos de Aznar. Pero esa estrategia es un error. La sociedad española se volverá hacia un partido socialista con la moderación y con el estilo que Zapatero representa mejor que yo. En el momento en que hay un callejón sin salida, los votantes van a decir de nuevo: 'En esta gente podemos confiar para que nos ayude a salir'.
'Legalmente puedo volver a la política, pero creo que no lo haré'
Pregunta. Con la experiencia adquirida, ¿pondría ahora un tope máximo de años de Gobierno a los presidentes?
Respuesta. No. Normativizar los periodos de Gobierno es propio de regímenes presidenciales, no de sistemas parlamentarios. Pero sí estoy de acuerdo con una cosa que me dijo en Madrid Helmut Schmidt en 1992: 'Diez años es un periodo razonable de saturación política'. De hecho, la media europea de permanencia en el poder está en los siete años y medio.
P. Schmidt también le aconsejó que volviera a la política al cabo de diez años. ¿Puede usted volver a la política activa?
R. Poder, sí puedo. No hay ningún impedimento legal. Pero, vamos, con un poco más de sabiduría de la que dice Anguita que tengo, creo que no volveré.
P. ¿Repetirá como diputado en la próxima legislatura?
R. Creo que no.
P. En el verano de 1988, antes de la huelga general del 14 de diciembre, usted confesó que se iba, que no se volvería a presentar. ¿Por qué no fue así?
R. Pensaba que dos periodos eran bastante para mí, pero no tuve la oportunidad de irme. Es muy difícil explicarlo así, a toro pasado, pero fue lo que ocurrió. Me lo impidió la presión ambiental.
P. ¿Es cierto que después del 14-D ofreció a Narcís Serra ser el presidente?
R. No es cierto. El 14-D no tuvo nada que ver con eso. Ni un solo momento pensé en dejar mis responsabilidades por la huelga general; nunca pensé en dejar la presidencia bajo presión. Tampoco cesé a nadie en aquel momento. Mi intención era no presentarme a una tercera legislatura, pero cometí un error: comenté a un grupo de periodistas que era la última vez que me presentaba, intentando no tener marcha atrás en mi decisión, pero no salió exactamente así. A Narcís Serra se lo comenté en 1991, con escaso éxito. En 1993 volví a presentarme por la misma razón que cuatro años antes, por la presión ambiental, y porque parecía que la derecha iba a ganar y había que impedirlo. Seguramente, la victoria de 1993 es la que más satisfacción me ha dado.
P. En 1996 se volvió a presentar...
R. Por las mismas razones. Luego me fui de la dirección del partido sin decirle nada a nadie.
P. ¿Es cierto que pensaba en Javier Solana como su sucesor cuando fue nombrado secretario general de la OTAN?
R. Lo cierto es que estaba pensando proponérselo al comité federal del partido, como una posibilidad. El nombramiento de Javier para la OTAN fue una contrariedad para mí. Cuando se lo propusieron, creímos que había cosas a las que un Gobierno como el nuestro no podía negarse.
P. El PSOE tiene una incapacidad tradicional para preparar los relevos. No había manera de sustituirle a usted, no hay manera de sustituir a Manuel Chaves en Andalucía...
R. Como en los otros partidos socialdemócratas. ¿Quién ha habido después de Willy Brandt? Lo normal son ese tipo de dificultades. En el PP la cosa cambia: era Fraga el que tenía la facultad de designar al sucesor y además tenía una carta de dimisión instantánea de éste. Hoy ya se ve; te encuentras a Eduardo Zaplana diciendo, como en los tiempos más duros del franquismo, que el único que es capaz de designar con sentido al sucesor es Aznar.
P. Pero el PP tiene al menos cuatro candidatos a suceder a Aznar.
R. Estoy convencido de que su candidato es Ángel Acebes. Y si no, Ana Botella.
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